Balkor trabajaba en completa oscuridad para poder estudiar las imperfecciones más pequeñas en sus constructos y cómo su estado de ánimo afectaba sus propiedades.
Eos era una mujer encantadora en sus treinta y tantos años, de unos 1.62 metros de altura, con cabello castaño oscuro hasta los hombros y profundos ojos marrones. El vestido blanco de lino que llevaba resaltaba su piel bronceada típica de la gente del desierto.
—¡Malditos comerciantes! Pasé toda una vida escondido y lo arruinaron en cuestión de segundos. Lo juro, la próxima vez que vengan aquí voy a...
—Primero, no creo que los comerciantes sean los culpables. Son leales a la Señora Salaark y no divulgarían tu secreto así como así. —Eos lo interrumpió—. Segundo, es el mismo hombre de la última vez, pero esta vez trajo a una amiga.
—¿Amiga? —Balkor estaba atónito e incrédulo—. Alguien como Manohar no tiene amigos, y mucho menos una novia. Llévame hasta ellos, querida.
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