—¿Por qué es lo único en lo que piensas, Edgar? ¿No hay algo más que desees para tu cumpleaños? Algo que no requiera que me desnude —dijo Alessandra.
Edgar tenía la solución perfecta para conseguir lo que quería. —Todavía puedo tenerte sin que necesites desnudarte —respondió con picardía. No había nada que ella pudiera decirle que él no tuviera una solución. Disfrutaba de la forma en que ella lo miraba como los gatitos cuando intentaban atacar sus manos. —Pequeña cosa temperamental —pensó.
Edgar quería probar el fuego que ella tenía durante sus horas de hacer el amor. Deseaba probar cuál era su límite de rudeza y dolor que encontraría placentero.
—Edgar, quiero darte un regalo que no sea yo misma. ¿Qué quieres?
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