—Quienquiera que te haya permitido llevártela perderá sus manos. Espero que estés de acuerdo con eso, madre —Edgar golpeó sus dedos sobre la mesa para reprimir su ira. Había tonterías tras tonterías en el momento del día en que le gustaba tener paz.
—Priscilla se acercó a la mesa sin importarle lo que le sucedería al guardia que liberó a la joven criada. "Encerrar a la pobre chica fue mejor que yo le cortara las manos por abofetear a mi esposa".
—No tengo problema en hacerlo ahora mismo si eso es lo que deseas. Llévala de vuelta —aconsejó Edgar a su madre—. Has puesto a dos mujeres en mi vida para interferir en mi matrimonio. Tienes suerte de ser mi madre. No sé si podría mantener la calma si no lo fueras.
—"Me estás amenazando de nuevo" —Priscilla fulminó con la mirada a su hijo.
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