Si el apocalipsis no es como lo dice la biblia, que pasaría si las puertas del infierno se abriesen, condenarían al humano y al universo mismo, pero que pasaría si más allá de ese universo inconmensurable, satanás y lucifer despertaran una fuerza cósmica primigenia, primitiva y extraterrestre, que va más allá de su compresión, que pasaría si esa fuerza cósmica, tuviese el mismo poder de DIOS, pero no la benevolencia de él, solo un humano, una diosa y una antigua profecía, podrá salvar al humano, ¿será posible salvarse?, acá les presento, la última guerra entre demonios y seres cósmicos estelares, donde el humano está en el medio de esa lucha, estos seres traerán caos y muerte, los demonios serían simples parroquianos, para el nivel de poder, de estos antiguos dioses cósmicos, los invito a conocer a infernum, la última saga del apocalipsis.
"Para caminar junto a mí, tu vida debe terminar y renacer en la mía. Te daré vida eterna, amor eterno, poder sobre la tormenta. He cruzado océanos de tiempo para encontrarte". Francis Ford Coppola, Drácula de Bram Stoker.
Aunque esta frase no pertenezca al libro de Drácula de Bram Stoker, es relativamente hermosa; relativa, ya que un demonio no puede amar o sí, bueno Samael, un arcángel celestial, amo a una mortal como lilith, y con ella llego el caos a este mundo; ¿una deidad puede corromper al universo, por amar a una mortal?, vaya uno a saber, ¿por qué una deidad puede amar?, si puede crear de la nada un cosmos, puede crear universos temporales donde habitar, puede originar vida, pero esta deidad amo, y amo a una mujer corrompida por los lazos de la noche.
Te he observado desde los confines del universo, te he esperado por siempre, mi DIOS, tu altivo DIOS, no me dio la oportunidad de tocar nuevamente tu humanidad, ni de estar presente, en tus momentos de tristeza, ni de alegría; he fallado para amarte, y no he tenido tiempo, para desechar mi divinidad; pero tengo que vengar tu destino, hija eterna de la oscuridad, hija nacida bajo las huestes malditas de YAVHE, por ti, amor mío, hoy estoy encadenado a estos mundos, llenos de caos, tú eres la semilla, tú eras mi tentación, sé que tu condena será eterna, por eso mejor morir, que seguir viviendo una eternidad, sin ti; entre fluctuaciones cuánticas, tiempos y espacios, una marea de muerte a mí espaldas me acompaña, he destruido universos con mi voz, porque mi poder blasfemo puede destruirte, subyugado me postro ante ti mi diosa primigenia, así solo sea una sombra para ti, mi amada e infernal lilith.
La niña iba desnuda, tendría tan solo seis años, andaba sin un horizonte firme, abrazada al endemoniado calor del desierto; seis años y no sentía la calidez del sol, ni el frío de las noches, sus pies por muy quemados que estuviesen, no ardían para ella, ni su cuerpo herido por las tormentas de arena la abatían.
Ella solo quería llegar al lugar donde su espíritu estaba predestinado a descansar; las heridas de su cuerpo eran un soplo de viento gélido y confortable, el dolor no existía para la niña, aunque quisiese sentirse viva, sentirse más humana, sabia en el fondo que era eterna.
Caminaba con sus pies desnudos y heridos, quemados por el halo solar, de un desierto difuminado y el calor aplastante de un infierno ardiente; ¿quién era esta niña que andada sola, bajo las fauces de un yermo árido?, ¿tal vez huía de algo?, ¡no lo sé!, jamás quise indagar, lo único que pude contemplar por centurias y milenios, fue que nunca tuvo una progenie, ya que la niña no tenía alma, pero sí un espíritu indómito que podía dominar las estrellas y el cosmos mismos, era la diosa primigenia, la diosa de todas las civilizaciones.
Y pronto, llegando al final de su camino y esperando a que su eternidad durmiera por 100 años; detrás de su espalda una tormenta de nubes negras y maléficas, se formaban en torno a ella, esta la reclamaba como suya, —ven no huyáis de mí, soy tu madre, eres mi más preciado tesoro, ven hija, el dolor me está devorando—; la niña giro su cuerpo languidecido y con sus ojos llenos de ira le dijo a su abnegada madre, que la llamaba desde la mortífera tempestad.
—Prefiero morir bajo el calor de este desierto o por criaturas que se esconden en la oscuridad de la noche, que seguir dormitando bajo las huestes de tu maldición, aunque por lo visto todavía no he muerto y no creo que muera, no mandéis a esa cosa a buscarme, él solo es un demonio, yo soy un DIOS, lilith madre mía, yo viviré eternidades y después del fin seguiré existiendo, tú vivirás solo momentos, miradme, no he muerto, 5 años llevo VAGANDO en este desierto.
17 de septiembre 2027, 6.10 am
El Cielo de esta ciudad últimamente ha estado gris y muy lluvioso, ha estado triste como Sofía, habitualmente va triste, recordando cómo es su vida y como han sido sus vidas, recuerdos borrosos que vienen y van, pero son recuerdos, tal vez de su infancia o sus infancias, pero esas reminiscencias pasadas, son confusas y se pierden en su mente, como un buen o mal sueño.
A veces ríe de sí misma, de sus pensamientos y recuerdos imprecisos; como aquella vez que miro las plantas de sus pies cuando los secaba, y observaba que estos tenían cicatrices, como si en algún momento los hubiese quemado o cortado con algo, o las tantas veces que vio sus brazos con pequeñas marcas, que se difuminaban en su piel blanca.
Sofía se cuestionaba, trataba de recordar si eso lo hizo su madre, en alguno de los tantos castigos pavorosos, que le había infligido, aunque en sus memorias no tiene recuerdos de castigos tan severos, ella piensa que fue algún accidente, le gustaría preguntarle a su mamá, pero siempre su respuesta es ambigua y evasiva.
Sofía prefiere sumergirse en pensamientos, donde ella está junto a su amado Ricardo, lo ve tan bello, su cabellera negra, sus ojos azabaches, su tez pálida, su dentadura pareja y blanca, acompañado de una barba de tres días, coronado por unos labios carnosos y rojos, y ella dice entre sus dientes, —tan alto, sé que me defendería de esos malditos cabrones, que me ven como si quisieran follarme, los odio, cuanto los odio, su mirada se impregnaba de enojo, y todo en su entorno cambiaba tan solo que ella no se daba cuenta.
Sigue en su pensamiento divergente, pero un pequeño trazo de recuerdo fugaz, llega a su mente, un hombre de pelo negro apelmazado, de tez morena, de estatura media, una barba de muchos días; este la llama, clama su nombre; ella lo ve, lo admira, lo ama, él se tiñe de expresiones melancólicas y primitivas.
Mientras las llamas de un fuego lo incineran, sus ojos y su piel son devorados, marchitados por ese infierno, y así sigue el pensamiento, mientras que su carne y sus huesos, son engullidos por las entrañas de un monolito.
—libérame de estas ataduras, no me dejéis morir, no me duele, que quemen mi cuerpo y mi alma, me duele, que me alejen de ti, mi diosa, mi eternidad.
Ese fugaz retazo de recuerdo, la hace volver en sí, como un déjà vu, sabe que ha visto la cara de ese ser, en algún intersticio del tiempo, solo que en su recuerdo, él siempre muere, suspira y habla consigo misma.
—¿quién es?, lo he visto en alguna parte, ¿será que me estoy enloqueciendo?, lo veo y me tiembla el cuerpo, ¿será que lo vi en la escuela, o en el colegio?, de verdad no sé, ¡DIOS!, ¿por qué, últimamente, me pasa tanto?, serán las hormonas, raro, así tenga la regla o no, es la misma mierda, que más tiene que cambiar mi cuerpo, si ya voy para 19 años ¿o será porque aún soy virgen?
Trata de nuevo de pensar en Ricardo, pero la imagen oscura de este ser la entristece, pero le mueve y le reconforta el corazón, se pierde en la imagen etérea de ese ser; mientras observa el cielo a través de la ventana del autobús.
Sofía siente que la observan, mira a su alrededor y ve la gente ausente mirando sus móviles, apesadumbrada, vuelve y mira el horizonte frío e invernal, mientras que con su vaho cálido, escribe en la ventana, Ricardo y Sofía por siempre, y lo termina con un corazón.
De repente por la ventana, mientras terminaba de escribir sus asuntos amorosos, entre ese vaho y la niebla de esa mañana, observa una figura que levita en el aire, su imagen llega velozmente a la ventana, ve a un ser con ojos negros, sin pupila, una cara con una cicatriz en la mejilla, vistiendo un sayal negro, mientras que el autobús va a 80 km por hora, este impávido le dice con una voz secular y maldita, tan oscura como el infierno, esta voz sonaba a muerte.
—Sofía, hoy es tu día, hoy es el día del advenimiento, hoy te será otorgada la vida de un ser como tú, hoy de tus entrañas nacerá la salvación del universo.
Ella está terroríficamente asustada, cierra sus ojos, y se coloca a llorar, un gran rayo cae y a los segundos su sonido espanta a todos los ausentes del autobús, el relámpago los revitalizo, de ese letargo tecnológico, en los cuales ellos se encontraban.
Sofía suspira, sé calma, o él la calma, su voz se trepa, se enmaraña, toma a Sofía entre el espacio-tiempo y su mente vuelve a ponerse en blanco, él está arriba, más arriba del cielo; entre el cosmos, se esconde en un universo oscuro que choca con el nuestro; eso creen algunos científicos, cuando ven el fondo cósmico de microondas y no son capaces de resolver las variables de esas imágenes, que solo muestran galaxias, supercúmulos cósmicos, o el gran y temido atractor; bueno, me equivoco, ya que este está oculto por la gran cantidad de polvo estelar de nuestra galaxia; pero lo que sí es cierto, es que una entidad cósmica la acecha, la cuida, ella se siente observada, pero protegida, por ese algo o alguien que la observa.
Ya son las seis y media de la mañana, ella se baja del autobús, aún confundida, esta mañana no ha sido buena para ella, así hubiese tomado su medicamento para la ansiedad y para la tiroides que la aqueja, ella sigue temerosa, del último recuerdo, era un pensamiento o fue real, jamás un razonamiento había cruzado esa línea de la realidad.
Sofía se encuentra con su casi novio, el primer novio que tiene en esta vida, pero hay un recuerdo que ha pasado desapercibido, un recuerdo de una figura a la cual ha amado a través de los tiempos, solo que este pensamiento está muy oculto, tan oculto como sus infancias y sus imperios.
Le da un beso a Ricardo; sin embargo, otros besos, vienen a su cabeza y en su pensamiento todo explota, se revoluciona, —¿por qué, cada vez qué pienso en Ricardo, se me vienen otros pensamientos?, ¡DIOS!, PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO.
Ricardo la mueve y esta vuelve en sí, estaba abstraída, perdida en su discernimiento, en sus recuerdos oníricos, que últimamente son más recurrentes y espontáneos, y este le pregunta con una sorna —porque rezas, así son tan feo que te asusto, y con un no, ella le responde.
Una sonrisa inocente, unos dientes perfectos y un aliento a menta y a dulzura, besa la boca roja de este guapo caballero, y así se dibuja esta pintura al óleo, que queda más que enmarcada en el tiempo; pasan las horas y la lluvia no amaina, más fuerte se hace, su tristeza se profundiza.
Las horas se van en pensamientos caóticos, de mundos que no existen, en donde ella es una diosa, pero el poder de su DIOS es tan grande y apabullante, que la van desmoronando y este ente cae de rodillas y llora profusamente sobre esos átomos que van desapareciendo en ese universo, su voz inquieta a los demás seres, que se aterrorizan, cuando de repente sus cuerpos son pulverizados, por rayos muy calientes de plasma y esta deidad destruye ese universo sin compasión.
Sofía ve su reloj ya casi cierran, hace media hora hablo con su madre y no podrá salir con su amado a conocer la ciudad, le toca llegar a su casa y confrontar lo que pasa con su caótica madre, pide a su novio que tan solo la pueda llevar rápido a su casa, pero este la escucha y no le pone atención, se pierde de vista, tiene algo más importante que hacer.
Sofía lo entiende, siempre lo entiende porque está enamorada, pero en su mente teme a ese ser despiadado, destructor de galaxias, universos y tiempos, ese ser cósmico la atrae, como un agujero negro atrae a la luz; pero esta vez una cosa muy distinta la observa y sabe lo que va a pasar, los otros que lo acompañan se burlan maléficamente en la oscuridad de su espíritu, este con sus garras, aplasta la cabeza de un pobre policía y los otros como chacales profanan el cuerpo.
Ella iba desesperada, acechada y perseguida por tres hombres, que la habían visto salir, de su lugar de trabajo, mientras esperaba a que amainara la lluvia; que pronto se convertiría en una enorme y potente tempestad.
Calles oscuras y desiertas, acechaban la fragilidad de esta pequeña mujer, de complexión gruesa, aun así, de caderas candentes, de piernas subliminales que encenderían la virilidad de los mismos dioses, su cuerpo torneado y sus pechos mojados, calentaban la frialdad, en la cual hervían aquellos seres invocados, desde el fondo de los oscuros infiernos.
Hasta conquistar, con sus maléficos encantos, a seres que están más allá de nuestra realidad y compresión, con razón sus antagonistas la miraban con lascivia, sus cabellos oscuros, su tez pálida, unos grandes ojos verdes, a simple vista era hermosa, tenía la faz de una diosa.
Ellos, lo tres hombres arcaicos que la perseguían en la oscuridad de la tormenta, ya la habían visto en varias ocasiones, en el mercado donde ella trabajaba de cajera, pero ese día fue distinto, unas horas antes había pasado algo, que fue el punto de quiebre; uno buscaba venganza y los otros dos buscaban placer, pero lo peculiar del asunto es que no la Podían tocar, tenían que cumplir el trabajo, tal vez después de lo que hicieran sus jefes con ella, podían hacer lo que quisieran, matarla era su destino final, un dinero más para sus cuentas, una vil persona les había encomendado que lo hicieran, la quería muerta.
Ellos siempre iban a lo mismo, a comprar tres paquetes de cigarrillos Marlboro y dos litros de Jack daniels, ese día llegaron a la caja a pagar y uno de estos machos insolentes, le preguntaba la misma estupidez, la misma cosa inútil, que no se le debe de decir a un dios, —reina estáis muy bella, cuando os darás la oportunidad de conoceros, estaríamos dispuestos a llevarte, hasta el fin del mundo, hermosura.
Tocaban blasfemamente sus suaves manos y miraban como poseídos, sus pechos redondos, en su imaginación voyerista y corrupta ya la habían desvestido, uno de ellos siempre miraba su trasero y con su lengua bifurcada se saboreaba, acto grotesco, hecho por machos inútiles, que desafiaban él entornó fétido de aquel mercado ruinoso y oscuro, ella por dentro sentía una ira, que la quería hacer estallar, trataba de controlarse, de no poseerlos, de no destruirlos.
Pero en sus vagos recuerdos, se aloja un momento, donde era tan sola una niña, y un pastor de ovejas ya entrado en años, la agarro del sayal percudido por el tiempo y la trato de corroer, ella, con su mirada, se quedó observándolo, mientras este caía de rodillas sobre el suelo desértico, y su cara como su cuerpo se iba deshaciendo, cayendo en pedazos, el hombre gritaba de dolor, mientras veía caer su piel y se inundaba de sangre, ella callada, solo observaba como este humano era destruido, por faltarle al respeto a una diosa.
Sofía se sentía incómoda, asqueada, su pensamiento se nublaba en una divagación de recuerdos de destrucción, uno de los machos cabríos y asquerosos que la deseaban, la agarro del trasero y súbitamente cayó al piso golpeando la nariz en el acto, mientras que su cuerpo metamorfoseaba, se agitaba en convulsiones horrendas.
Ricardo salió del baño apurado, mientras subía su bragueta y su virilidad hacía denotar que había hecho algo más, que tan solo orinar; detrás de él y con gritos lastimeros, estaba la maldita, la enemiga de nuestra diosa, la supervisora de Sofía; mientras esta acomodaba su falda y subía el cierre, el susto invadió a las demás personas, que se unieron en torno a la algarabía, mientras que veían a este hombre convulsionar y bañado en sangre, la supervisora se imaginaba o suponía que Sofía le había hecho algo, —¿qué paso acá?, Sofía acaso le hiciste algo al caballero, ¡lo golpeaste!
Sofía miraba desafiante a la supervisora, y ella dejó de preguntar, —¡no!, no le hice nada, aunque debería, por mí que se muera, porque tiene que agarrar mi trasero, le pareció tan bueno, que se desmayó o tengo la culpa Miranda, dime y me voy.
Unos de los hombres, cogió al malherido y sus convulsiones fueron mermando, hasta que entro en sí, mientras que miranda lo ayudaba a ponerse en pie, ellos agarraron a este buen hombre y uno de ellos dijo a la supervisora, —Señorita Miranda, cierto ese es tu nombre, no ha pasado nada, este gilipollas sufre de convulsiones esporádicamente, es de tanta droga que se mete en esa narizota, perdonad si hicimos alguna imprudencia, pero la señorita aquí presente, no hizo nada ya nos íbamos.
El hombre y Miranda fusionaron sus miradas y con un par de sonrisas macabras, se disculparon mutuamente, está agarro otro litro de jack daniels y se lo dio de cortesía por parte del mercado y por la afrenta recibida; ella creía que Sofí, como ella le decía, lo había abofeteado, la llamo y con tono iracundo, le dice.
—¡SOFÍA!, TE ESPERO EN LA OFICINA, NO TARDES.