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Catelyn - I

Acababa de haber dado a luz hace menos de un giro de luna y ya estaba siendo enviada fuera de su hogar, fuera de Aguasdulces. Todo para que se reuniera con su señor esposo. El padre de su adorado hijo. Aun no estaba segura de como lo nombraría, pues su padre recomendó dejar que fuera su esposo quien tuviera el honor.

Según las ultimas noticias que habían llegado a Aguasdulces, su señor esposo, Eddard Stark ya había viajado al norte, aparentemente su hermana había fallecido en su cautiverio. Y su señor esposo había decidido enterrarla en las Criptas familiares de la Casa Stark.

La escolta destinada a llevarla al hogar ancestral de la Casa Stark ya había sido dispuesta. Su querido tío, Ser Brynden Tully, el Pez Negro, encabezaría su escolta de honor.

Se había preparado un lujoso carruaje, bastante grande, cómodo y cálido.

Estaba nerviosa, asustada. Realmente no sabía que esperar del Norte, ni de su señor esposo. Después de todo apenas habían pasado una luna juntos antes de que tuviera que marchar a la guerra.

Lo único que la consolaba era la certeza de la reputación que precedía a su señor esposo, pues el honorable Ned Stark jamás la deshonraría, jamás mancillaría sus votos matrimoniales. Y por ello, jamás habría ningún bastardo que amenazara la posición de su bebe.

Era plenamente consciente de que en el Norte no se adoraba la Fe de los Siete, pero su señor padre había sido tan atento que había conseguido una septa dedicada para acompañarla y ayudarla a educar a sus futuras hijas en la verdadera fe.

No sabía realmente que tan bien lo tomaría su señor esposo, pero esperaba que lo aceptara, aunque fuera como una pizca de familiaridad para que se sintiera cómoda en Invernalia.

Su señor padre era muy amable y considerado, dos docenas de criadas la acompañarían a su nuevo hogar.

La nodriza de su pequeño hijo también estaba ya dispuesta en su grupo.

Pronto partirían, pronto se marcharía hacia el Norte, presumiblemente para no volver a Aguasdulces en mucho tiempo.

Una sensación de pesar y ansiedad comenzaron a sofocar su corazón. Su consuelo era su bebe, su niño precioso. Estaba segura de que su señor esposo seria feliz cuando lo conociera, ella era una buena esposa, ya le había dado un heredero después de todo.

Había tenido que cambiar su guardarropa, se decía que el Norte en verano era aún más frio que la Tierra de los Ríos durante el Invierno, y así, sus vestidos habían sido reemplazado por unos similares de lana. Las telas más gruesas, y unas cuantas pieles finas como mantas para el viaje.

Tomaría cerca de un giro de luna llegar a Invernalia. Y Catelyn sabía que era hora de despedirse de su querido padre, y su dulce hermano Edmure. Tristemente Lysa ya había partido a Desembarco del Rey para reunirse con su señor esposo, la actual mano del Rey Jon Arryn.

Catelyn camino por los pasillos bien iluminados de su hogar de la infancia, con destino al solar de su señor padre. Lord Tully estaba ocupándose de los asuntos de los asuntos y tareas aplazados debido a la guerra.

El solar de su padre era amplio y cálido, triangular al igual que la torre en que se asentaba, con una gran ventana por la que los rayos del sol se filtraban iluminando el lugar durante el día, y en otra de las murallas una segunda ventana destinada a dejar pasar el sol de la tarde.

Allí fue donde Catelyn encontró a su padre, sentado frente a su escritorio de madera oscura. Enterrado entre pilas de mensajes, libros y pergaminos.

El maestre Vyman se encontraba a su lado, parecían estar tratando algo importante, además de secreto, pues susurraban aparentemente preocupados.

Catelyn fue incapaz de escuchar lo que decían. Pero no importo, los asuntos de Aguasdulces ya no eran su problema, su padre ahora debía valerse por sí mismo para mantener su hogar, ella estaba allí solo para despedirse de su padre.

—Padre —dijo Catelyn anunciando su presencia.

Lord Hoster Tully alzo la mirada en dirección a Catelyn un tanto demasiado rápida y bruscamente, y el maestre Vyman se alejó presuroso, nervioso. Pero la hija del señor de Aguasdulces no le dio mayor importancia a ello.

—Cat, mi niña. ¿Ya está todo preparado? —pregunto reponiéndose rápidamente del sobresalto.

Catelyn noto que aquello era extraño, pero decidió que debió tratarse del hecho de que ahora se quedaría solo, cuidando de Edmure de las Tierras de los Ríos.

—Si padre, todo ha sido preparado para mi partida. He venido para despedirme antes de dirigirme al Norte, a Invernalia, al hogar de mi señor esposo —contesto ella a su padre.

—Bien, muy bien —contesto Lord Hoster— Cat, mi niña, por favor, que mis nietos conozcan la verdadera fe —instruyo— No sabes cuanta falta harás aquí, hija mía, pero siempre estuvo destinado a que dejaras nuestro hogar para formar tu propia familia, pero, te extrañare, solo los Siete saben cuánto.

Catelyn simplemente asintió ante la preocupación de su padre, los dioses sabían que ella también estaba preocupada por que sus hijos crecieran creyendo la pagana fe norteña, adorando esos tétricos árboles.

—Lo se padre, yo también te extrañare, a ti, a Edmure, Aguasdulces, lo sabes —respondió ella— Y lo intentare padre, encontrare una forma en que Lord Stark acepte que nuestros hijos sean criados a la luz de los Siete, y en base a las enseñanzas de la Estrella de Siete Puntas.

Lord Hoster se levantó de su asiento, y tras rodear su escritorio se acercó a Catelyn y la envolvió en un afectuoso abrazo.

—Solo me consuela —comenzó a decir— que tu marido y el de Lysa no podrían haber sido mejores. Dos señores supremos poderosos, pertenecientes a casas de larga data, incluso si uno es un norteño. Las conexiones que formaron para la Casa Tully mejoraran nuestra posición entre los señores de los Ríos, saben los Siete que muchos siguen despreciándonos como una Casa menor.

Lentamente, Lord Hoster Tully condujo a Catelyn fuera de su solar, mientras la guiaba lentamente hasta el patio del castillo.

—Recuerda hija mía, Familia, Deber, Honor —dijo solemne— incluso si ahora formaras tu propia familia, incluso si eres Lady Stark, no olvides que eres una Tully. Familia, Deber, Honor. Nuestra familia sigue siendo tuya, Cat, recuérdalo siempre.

Catelyn estaba desconcertada, pero procuro que no fuera visible en su rostro, ¿Por qué su padre le recordaba las palabras de su casa? Ella ya las conocía, y vivía completamente de acuerdo a ellas. Aun así, sabía lo que se esperaba de una buena hija, por lo que asintió en cuanto su padre termino de hablar.

—Lo hare padre, incluso si voy al Norte, no olvidare que los Tully son también mi familia, no descuidare las palabras de nuestra Casa —respondió.

—Bien, muy bien —asintió Lord Hoster— Me alegro de que los dioses me dieran una hija tan buena como tú.

Caminaron en parcial silencio, con una charla ligera de cuando en cuando, hasta que llegaron al patio.

Cincuenta hombres de armas de la Casa Tully se encontraban allí dispuestos, con sus armaduras adornadas con la trucha saltando.

Allí, frente al carruaje en que viajaría al norte, se encontraba Brynden Tully con su armadura negra, en cuanto vio llegar a Catelyn acompañada de su padre, sonrió, y se apresuró a ayudarla a subir a la timonera.

—Cuídala, Brynden… —escucho decir a su padre antes de que la puerta del carruaje se cerrara tras ella.

No trato de escuchar más, ni miro hacia el exterior, no era el lugar de una dama cuestionar lo que un señor encargaba a un caballero, incluso si el señor era el padre de la dama, y el caballero su tío.

El interior de la timonera estaba adornado con los colores de la casa Tully, los asientos estaban cubiertos con gruesas pieles abrigadas. Para cuando Catelyn abordo, ya se encontraban en el interior la septa Mordane, Hilda la nodriza de su hijo quien llevaba al pequeño bebe envuelto en mantas mientras descansaba en sus brazos. Y una sirvienta, Catelyn no recordaba su nombre, pero la había visto por Aguasdulces muchas veces.

Quedaba espacio para otras cuatro personas, o lo habría hecho si uno de los asientos no hubiera sido adaptado para servir de cuna.

El espacio en el centro poseía una pequeña mesa cuadrada que permitía disponer de los alimentos y bebidas allí.

Su padre realmente se había esmerado para que el viaje fuera confortable.

Catelyn se acomodó junto a la Septa, y pidió a la nodriza ubicada frente a ella que le entregara a su hijo.

Su niñito era un bebe hermoso, con sus mejillas sonrojadas y su coloración Tully. A Catelyn le recordaba a Edmure de bebe.

Noto por el robadillo del ojo que los caballeros en el exterior montaban sobre sus caballos, y luego vio como la puerta de la timonera se abría, para dejar ver a su tío Brynden.

—Emprenderemos la marcha ahora —anuncio— esperamos llegar a los Gemelos dentro de los próximos tres días —dijo antes de volver a cerrar la puerta y alejarse.

Unos minutos más tarde, era posible sentir los ligeros temblores de la timonera mientras se movía hacia el exterior de Aguasdulces.

Las siguientes horas fluyeron lentamente mientras que la ansiedad que sentía por su futuro crecía. Solo la certeza de tener a su hijo a su lado podía consolar a Catelyn.

Una vez que el día dio paso a la noche, la comitiva se detuvo.

Un par de sirvientas trajeron comida entonces, tal parecía que su padre había enviado un cocinero de Aguasdulces con el grupo, algo por lo que Catelyn estaba realmente agradecida.

Se dispusieron tiendas para pasar la noche, pero para su bebe se dispuso el carruaje, después de todo, era mucho más cálido y seguro que cualquier tienda, y no tendrían que moverlo al exterior cada vez que montaran el campamento.

Se suponía que la nodriza se quedaría con él en la timonera para atender sus necesidades, pero Catelyn prefirió ser ella quien le cuidara de noche.

Así pues, durmió sobre uno de los bancos acolchonados con pieles que servían como asientos.

El viaje se reanudo por la mañana tras un desayuno temprano. Los nervios del día anterior se habían reducido, mientras la certeza de su destino se hacía cada vez más segura.

Durante el día la marcha se mantuvo constante hasta la llegada del anochecer, cuando el campamento volvió a levantarse.

Durante el día, Catelyn se había dedicado a repasar los blasones de los estandartes más importantes de su señor esposo. Incluso contando el resto de los siete reinos, Catelyn tenía pocas dudas de que hubiera otra Gran Casa además de los Stark que contaran con tantas familias de viejos reyezuelos entre sus vasallos.

También dedico tiempo al bordado, una mujer jamás debía descuidar su habilidad de costura, mucho menos la esposa de un gran señor, eso Catelyn lo tenía claro desde muy temprano en su vida.

El almuerzo les había sido servido en el carruaje a medio día, la comitiva no se detuvo entonces, sino que aparentemente uno de los carros de la servidumbre estaba adaptado como una cocina móvil.

Esa noche, Catelyn volvió a dormir en la timonera mientras cuidaba de su bebe, estaba decidida a continuar con ello hasta que estuvieran a salvo, en Invernalia.

El tercer día de viaje fue una repetición del anterior. Esa noche acamparon a unas horas de distancia de los Gemelos, al día siguiente cruzarían el Forca Verde, claro, luego de lidiar con el Señor del Cruce y su peaje.

A la mañana siguiente, tras un desayuno ligero, la comitiva continuo su marcha hasta los Gemelos.

Allí se vieron forzados a detenerse mientras esperaban que un enviado de la Casa Frey se acercara para invitarles a entrar.

Fueron los minutos más largos de la vida de Catelyn, o al menos así le pareció a ella, pues estaba impaciente por que el viaje continuara, mientras antes llegaran a Invernalia mejor seria.

Finalmente, uno de los hijos de Lord Walder Frey se acercó, indicándoles que le siguieran pues el grupo era bienvenido en el castillo para poder discutir el precio del paso.

El grupo paso por la puerta de la primera torre que custodiaba la orilla sur del Forca Verde.

Luego, una vez estuvieron en el puente mismo, se detuvieron otra vez.

Catelyn no sabía que pasaría ahora, pues nunca había cruzado los Gemelos en el pasado.

El tío Brynden abrió la puerta de la timonera tras unos minutos de haberse detenido.

—Cat, Lord Walder Frey nos invita a recibir su hospitalidad, nos ofrece un pequeño banquete para el almuerzo antes de comenzar a negociar los términos para concedernos el paso por su puente —explico el Pez Negro, Catelyn no estaba contenta con tal desarrollo, pero sabía que no era posible rechazarlo, por lo asintió y dejo que su tío las escoltara.

El grupo fue llevado al salón señorial de los Gemelos. Lugar que a Catelyn le dio una mala impresión.

El salón de los Gemelos era oscuro, sucio, y tosco. Nada como Catelyn habría esperado que fuera el salón del vasallo más rico de su padre.

Una multitud de hombres, mujeres, niños y niñas con los mismos rasgos similares a los de una comadreja abarrotaban el lugar.

Sentado en su trono señorial, estaba el viejo Walder Frey, el hombre que su padre había apodado el Tardío Walder Frey, pues fue el último de los señores de los Ríos en unirse a su bando, y solo lo hizo una vez que la hueste de los Stark descendiera del cuello. Por lo que llegaron al Tridente cuando la batalla ya había terminado.

El Señor del Cruce los miro a todos con una expresión evaluadora, con claro desprecio en sus ojos.

—Bueno, bienvenidos a mi casa —dijo el anciano a modo de saludo— ¿Que trae a los ilustres Tully de Aguasdulces a mi humilde castillo? —dijo con un tono cargado de sarcasmo— No me digan... ¿Quieren usar mi puente?

Como se atrevía, pensó Catelyn, el era un mero vasallo de su padre, pero se daba el lujo de despreciar una comitiva de su Señor Supremo.

Antes de que cualquiera pudiera responder, Lord Walder Frey alzo la mano para detenerlos.

—No necesito charla ociosa —dijo— Se que quieren cruzar, no podría importarme menos. Pero los invite a comer, después de todo, ¿Cuándo si no la hija del señor Supremo del Tridente se sentaría a mi mesa? —añadió— ¡Stevron! —llamo.

A su llamada un hombre de unos 50 años se acercó. Compartía los mismos rasgos de Walder Frey, por lo que debía de ser Stevron Frey, el heredo del viejo Walder.

—¿Si, padre? —pregunto el hombre.

—Dejate de estupideces, ve y has que atiendan a los caballos de nuestros invitados, si es necesario que llenen sus alforjas, no hay muchos sitios donde hacerlo tras cruzar mi puente— dijo con tono grosero, cortante y hosco.

Stevron Frey asintió, y partió a toda prisa para cumplir con las ordenes de su padre.

—Bueno —dijo entonces Lord Frey— siéntense, ahora traerán la comida, después de todo sabíamos desde anoche que cruzarían hoy —añadió con un gesto indicando los mesones— se que suele ser costumbre presentar a la familia, pero tengo demasiada, ya no recuerdo los nombres, pero esos inútiles aquí son mis hijos, hijas, nietos; ya me entienden.

Catelyn y su tío fueron invitados a la mesa alta, como invitados de honor. Catelyn en particular recibió un asiento directamente al lado de Walder Frey,

Pronto trajeron la comida, pero pese a que los Frey los habían invitado a un banquete, la comida estaba lejos de ser apropiada para recibir invitados.

Se sirvió una sopa de cebolla, con poco sabor, y unos pocos trocitos de carne. Cebollas asadas, carne seca, salchichas, pan y cerveza agria.

—Del norte —dijo Walder Frey cuando la vio fruncir el ceño ante el sabor de la bebida— Una delicia del norte, nada como los vinos del Rejo, o Dorne. No, los norteños solo beben esto. ¿Le gusta, Lady Stark? —pregunto con sarcasmo.

Catelyn hizo una mueca ante ello, si no había vinos en el Norte, realmente seria incapaz de disfrutar las comidas allí. Especialmente los banquetes.

—Claro, deliciosa —contesto Catelyn procurando que no notara mucho más su desagrado.

—Bah…  —soltó el viejo Frey, demostrando que no le creía— ¿Qué cosas con tu padre, no? —añadió después.

—¿Disculpe? —contesto desconcertada.

—Ambicioso —dijo rotundamente— tu padre, muy ambicioso. ¿No chica? —se tomó una pausa para mirarla, un escalofrió recorrido su espalda cuando noto su mirada escrutadora— Dos hijas, dos señores supremos, cuanta ambición. ¿Recuerda tu padre que ustedes Tullys son solo caballeros saltados con mucha suerte? ¿O es que ya cree que realmente está a la altura de las Casas de sus yernos? —continuo mientras ensartaba una salchicha con un tenedor y se la llevaba a la boca.

Catelyn estaba lívida, Walder Frey los había invitado a su mesa solo para menospreciarlos. No lo toleraría.

—¿Recuerda usted, Lord Walder, que la Casa Frey es vasalla de la Casa Tully? —contesto ella, intentando demostrar que su familia era superior a la suya.

—¿Es así? —respondió Lord Frey con sarcasmo— Dime, chica. ¿Hay un dragón en el trono? —pregunto con tono venenoso.

—Claro que no —contesto Catelyn— la rebelión salió victoriosa, y ahora es la Casa Baratheon la que gobierna los Siete Reinos.

—¿Ves? —dijo con burla Lord Frey— ya no hay dragones, entonces… ¿Por qué los ríos deberían ser de los Tully? ¿O ya no recuerdan que solo son señores debido a los dragones, y sin ellos, media docena de Casas mayores que la suya tienen más derecho al título?

Una repentina inquietud inundo a Catelyn. ¿Seria eso verdad? Incluso después de gobernar las Tierras de los Ríos por casi tres siglos, la Casa Tully realmente era tan mal considerada por sus propios vasallos…

El resto del banquete, Catelyn lo paso contestando a la agria charla del Señor del Cruce. Impaciente por que todo acabara pronto y pudieran reanudar la marcha.

Sus suplicas fueron respondidas, cuando, recién acabada la comida, Lord Walder Frey comenzó a discutir el 'precio' del paso con el tío de Catelyn.

Lord Walder Frey acabo aceptando tres caballos de guerra como pago por usar su puente, junto con la plata suficiente para costear el triple del forraje que repuso en las alforjas del grupo.

Nada de esto importo a Catelyn, pero aprendió a la vez una valiosa lección, nunca se puede ganar una negociación con Walder Frey, y es mejor aceptar su primera oferta antes de que decida subir el precio.

Salieron a toda marcha de los Gemelos, tomaría otros cuatro o cinco días llegar a Foso Cailin, y después de aquello, otros siete días para llegar a Invernalia.

El viaje marcho tal como lo había hecho antes de detenerse en los gemelos. Una rutina casi inmutable, con Catelyn y sus compañeras de viaje tomando sus comidas en la timonera, y con Catelyn pasando allí la noche para cuidar de su hijo.

La llegada a Foso Cailin fue decepcionate, la legendaria fortificación era una mera ruina con torres maltrechas, inclinadas y muros derrumbados.

Los lacustres les esperaban allí, veinticinco hombres portando los estandartes del lagarto león de la Casa Reed. Y otros quince portaban los estandartes del Triton, hombres Manderly supuso Catelyn.

Aquel grupo se unió a su comitiva hacia el norte. Una guardia de honor para Lady Stark no podía estar formada por simples sureños, debía incluir norteños para enviar el mensaje de que era bienvenida y aceptada, le dijeron.

Los lacustres eran callados, solo hablaban cuando era necesario. Mientras que los hombres Manderly eran ruidosos, alegres y Ser Wylis Manderly era educado y amable, incluso si su circunferencia podía parecer grotesca.

Reanudaron la marcha tras una noche de sueño en Foso Cailin.

Los días fluyeron rápidamente y pronto se encontraban en Castillo Cerwyn, donde fueron recibidos con un banquete, en el cual, a Catelyn no se le escapo la mirada de desconfianza que Lord Cerwyn dirigía hacia ella. Allí otra veintena de hombres que portaban el hacha como estandarte se unieron a su grupo de escolta.

Pronto llegaron a Invernalia. Una fortaleza incomparable con el resto de Bastiones que había visto en su viaje al Norte.

Los saludaron las murallas exteriores de ochenta pies de basto granito gris. El paso a través de ellas se hizo por un puente de madera que sorteaba el ancho foso lleno de agua que separaba la muralla externa de la interna, muralla que contaba con cien pies de altura.

Edificios del mismo granito gris aburrido y solemne les esperaban tras cruzar la muralla interna. Torres de distintas alturas, almacenes y otras edificaciones salpicaban el paisaje de Invernalia.

Pronto alcanzaron el patio de la fortaleza principal. Donde una recepción de hombres Stark les aguardaban.

Catelyn fue ayudada por su tío a descender del carruaje, y la nodriza le entrego a su hijo para que pudiera presentárselo a su señor esposo.

Había pensado mucho en como seria su reencuentro. Pero nada la había esperado para esto.

Allí, frente a ella, se encontraba su señor esposo, el honorable Lord Eddard Stark, en cuyos brazos yacía un bebe de cabello negro.

—Mi señora —saludo Lord Stark— Me alegra que no experimentara contratiempo alguno en su viaje.

Catelyn se trago la pregunta que clamaba por salir de su garganta, y en su lugar contesto.

—Gracias, Lord Stark, el viaje, si bien largo, fue bastante cómodo —dijo en su mejor tono de la corte— Me place presentarle a su hijo primogénito —añadió mostrando al bebe que llevaba en sus brazos.

Catelyn noto la expresión de dolor que cruzo por su rostro.

—Es un bebe hermoso, mi señora, ¿ya ha escogido su nombre? —pregunto ahora con una expresión feliz y triste a la vez, lo que le recordó a Catelyn cuanto había perdido la Casa Stark debido a los Targaryen.

—No, mi señor, esperaba que usted lo nombrara —contesto ella.

—Robb —dijo instantáneamente Lord Stark— se llamará Robb, en honor a mi hermano por elección, el Rey Robert.

A la espalda de Lord Stark, un joven que compartía sus rasgos hizo una mueca despectiva, y dirigió una mirada condenatoria a su señor esposo, Catelyn asumió que debía tratarse del hermano menor de su marido, Benjen Stark.

—Mi señora, no sabes cuan feliz me hace tu llegada, junto con nuestro hijo, Invernalia es tuya —añadió Lord Stark conforme al protocolo, solo para acabar añadiendo después— este bebe en mis brazos, es mi hijo bastardo, Jon Snow, en honor a mi segundo padre, Lord Arryn.

En el momento en que Lord Stark confirmo que el niño era su bastardo, el mundo de Catelyn pareció hacerse trizas. Y la ilusión de una familia feliz y un esposo honorable se derrumbaron con ello.