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Cap. XXVIII

ʚ Una línea delicada ɞ

 

Durante los siguiente días, semanas e incluso meses, todo se repitió como una rutina con leves modificaciones. Nicolás tomaba su medicamento por las mañanas, asistía a clases, pasaba el tiempo con Luis en proyectos de tarea o grupo dentro del aula; en el recreo tomaba sus otras pastillas, Luis le invitaba una comida más sana y conversaban de su día anterior; después de las clases al regresar a casa, hacia sus deberes escolares y del hogar, escuchaba a sus padres discutir –ya que Ana, no podía perdonar el que su esposo se sometiera a la prueba de paternidad–; por la noche mandaba mensajes de texto a Luis, tomaba las ultimas cápsulas del día y se dormía después de recibir un "buenas noches" de su parte.

Fue una buena época de paz y tranquilidad. No obstante, pronto se acercaría el viaje final para los estudiantes, el examen de admisión de la universidad, los proyectos más pesados de las clases, las ferias y el examen del Himno Nacional.

Nicolás estaba preocupado por el examen de admisión, ya que veía a todos sus compañeros estudiar con folletos y manuales, pero él no tenía nada. Ana le explicó que la universidad hacia tres exámenes al año, pero que su curso estaba completamente erróneo si estaban estudiando para hacerlo a finales de ese año. Tuvo que calmar a Nicolás, porque este aseguraba que ellos estudiaban demasiado y le habían dicho que si deseaba entrar el siguiente año, tenía que hacer el examen con ellos. Ana se había graduado recientemente de la universidad, justo cuando Nicolás entraba al colegio actual, por eso insistía tanto en saber que así funcionaban los exámenes. Con el tiempo, su hijo de preocuparse por eso. Había logrado con bastante dificultad convencerlo de que era cierto. La influencia de Paul –el ingresado más reciente–, sirvió como apoyo.

La medicina se acabo un siete de agosto. El padre de Nicolás había prometido encargarse de comprarla cuando se acabara, pero al ver los altos precios en la farmacia tuvo que preguntarle a su hijo si se sentía bien. Nicolás, por supuesto, no tenía ningún problema el primer día, pero no fue el caso al cuarto día. Toda aquella alegría, energía y fuerza se vio perdida avanzada la semana. Cierto jueves, regresó a su antigua condición física al caminar, hacer los labores de la casa e intentar mantenerse despierto. Ana tomó esa oportunidad para hacerle ver a su esposo que era un terrible padre al no haber cumplido su promesa. Nicolás se sintió culpable al escuchar esa discusión. El medicamento debía ser solo de ayuda, pero él era quien debía dar su esfuerzo por mejorar completamente; o era eso, lo que había entendido, cuando la verdad es que sus pastillas iban a ser parte de su diario vivir.

—Nico, te ves mal, de nuevo —comentó Helena.

—Mis pastillas se acabaron —respondió cansado—. No se preocupen por mí, ya encontraré una forma de volver a sentirme mejor. —Esbozó una pequeña sonrisa.— Quería decirles que me alegro por ustedes. Nunca pensé que llegarían a ser novios.

—Gracias, Nico —exclamó ruborizado Dylan—. Supongo que no hubiese sido posible sin Luis. Nunca hubiese conocido a Helena si ella no hubiese entrado al colegio por él.

—Ahora puedo confirmar que siempre llega alguien mejor a tu vida. —Helena abrazó a Dylan, aunque tuvo que agacharse porque sus estaturas eran diferentes.— Mi lindo chaparrito.

—A veces me siento avergonzado de ser más bajo que tú.

—Son una hermosa pareja —exclamó dulce—. Me hacen sentir un sentimiento cálido al verlos tan unidos y cariñosos.

—Está bien, no hablemos de nuestra relación...

—Que Dylan ya se encarga de eso —interrumpió Helena—. Lo ves tranquilo, pero al estar solo conmigo se pone muy cursi y romántico. —Lo abrazó con fuerza.— Tan lindo.

—Bae, tranquila. Ahora no, por favor —expresó apenado. Desvió la mirada—. Trato de controlarme aquí frente a Nico. No quiero que me vea.

—Descuida, Dylan —exclamó risueño—. Ya me iré para que tengan su momento de privacidad. Me alegro mucho de haber hablado con ustedes.

—Espera, Nico... —Suspiró con pesadez.— Queríamos saber cómo estabas con Luis. Sé que te dejamos solo, pero en verdad me sigue preocupando el hecho de que estén más unidos.

—¿Ya son novios? —preguntó Helena.

—No. Todavía no. Le dije que necesito amarme primero para luego amarlo a él, y ha respetado mi decisión.

—¿No te ha forzado a nada?

—No. No lo hace. Todo resulta bastante fluido. —Sonrió más ampliamente al recordarlo.— Luis es muy amable y cariñoso conmigo. Me protege, está atento a lo que digo; nos turnamos en hablar y escuchar; no me obliga a nada, me habla con dulzura y respeto... La verdad me siento mal de hacerlo esperar tanto, es un chico asombroso.

—No apresures las cosas —exclamó Dylan—. Si estás demorando, por algo será. Ya te hemos dicho, pero... Supongo, no lo sé. —Observó a Helena por un momento y luego a Nicolás.— Tal vez, cambió.

—Tendré cuidado. Gracias por seguir conmigo... ¡Oh! Acabo de recordar algo. —Volvió la mirada a Helena.— ¿Crees que pueda hablar con Tom? En verdad, me gustaría hablar con él.

—Lo siento, Nico. No puedes —expresó con firmeza—. Él sigue bastante mal, así que, lo menos que quiero es que decaiga aún más. Espero puedas comprender.

—Lo entiendo —exclamó comprensivo—. No me imagino lo mucho que debe estar pasando después de la muerte de su primo. En verdad, mi más sentido pésame y espero que Tom pueda recuperarse.

—Será difícil, pero sé que lo logrará.

—Tengo que irme —anunció avanzando fuera del lugar—. Gracias por la invitación. Espero verlos más seguido.

Nicolás se marchó dejando a la pareja sola. Dylan ahuecó entre sus manos el rostro de Helena al verla triste. La joven lloró en el hombro de su novio, cuando este la recibió en sus brazos para consolarla. Había mucho más que la muerte del agente de la FBI entre las malas noticias que mantenían hundido a Tom, pero Helena no era capaz de ser quien diese esos anuncios y mucho menos, pensaba en dejar que el pelirrojo se lastimase dándolas.

—Me pregunto quién será el desafortunado en darle la noticia a Nico —murmuró Dylan.

—Es tan afortunado por no saberla —balbuceó entre llanto.

—Vamos. Te llevaré a casa, bae. —Le dio un beso corto antes de tomarle la mano.— Hoy es nuestro aniversario. Veamos tus películas favoritas mientras te pinto las uñas, mi niña hermosa.

—Me tomaste desprevenida.

—Allí veremos qué hacemos después para que no sientas que solo yo di algo.

Helena sonrió al ver a Dylan. Quedaron solos demasiado tiempo al ver a Nicolás y a Luis juntos, que pronto se dieron cuenta que se encontraban solos, pero juntos. No demoraron mucho en emparejarse al conectar de una forma especial. Dylan era bastante romántico, pero era de las personas que respetaban la libertad ajena; anteriormente había tenido novias, las que actualmente eran amigas y los sentimientos del noviazgo no regresaban. Dylan tenía una habilidad de convertir sus ex-parejas en amigas y no sentir nada por ellas, más que una linda amistad.

Helena reconoció estar asustada los primeros días del noviazgo, porque no deseaba caer nuevamente en manos de un manipulador. Sin embargo, Dylan demostró ser un buen chico, con grandes intenciones y amarla con respeto. Si ella deseaba salir con sus amigas, lo único que le importaba a Dylan era que llamara al regresar a casa y que se abrigara si iba a demorar hasta en la noche; Helena asistía a bastantes fiestas por sus padres, pero Dylan la acompañaba para hacerla reír y que pudiese disfrutar del momento. Helena se volvió su adoración, tratándola con dulzura, consintiéndola y tomando un lugar importante en su corazón; no obstante, la belleza de su relación era que esos actos transcurrían en ambas direcciones.

No era parte de sus planes, aunque muy profundamente los dos deseaban que Nicolás imitase su relación. Una que fuese sana.

—¿Estás cansado? —inquirió Luis.

—Un poco —confesó aturdido. Pestañeó repetidas veces y frunció el entrecejo—. Ahora sí estoy cansado. Ya no puedo leer muy bien el libro de ejercicios.

—Aquí. —Se llevó la mano al hombro.— Descansa la cabeza mientras yo continúo con los siguientes. Avanzaste mucho. No te preocupes, podré terminar el trabajo.

—Gracias —exclamó agotado. Apoyó la cabeza contra el hombro de este y coloco el brazo en el respaldo de la silla—. Se siente tan mal volver a lo mismo. Creí que iba a mejorar.

—Nico —llamó con inquietud—. ¿Y qué pasaría si nunca mejora? ¿Si empeora? Hay cosas que no puedes controlar por mucho que lo intentes. ¿Qué si esto es uno de ellos?

—Al menos, lo intenté —respondió suave.

—No deberías esforzarte tanto. Preferiría que vivas más al extremo, que intentes creer en una falsa esperanza. No te arrepentirías de nada.

—¿Por qué me dices esto? —Se apartó observándolo fijamente.— Me da miedo que pienses así, porque las cosas que dices terminan siendo verdad.

—Solo digo que sería mejor que vivas sin límites, porque la vida es corta y solo una. ¿Acaso crees que después de esta vas a reencarnar y continuar como si nada?

—No puedo hacer nada, si no estoy sano —expresó con aflicción—. Ya me has visto. Me canso muy rápido, me enfermo constantemente y muchas cosas se me dificultan con el tiempo. Tengo que sanar para poder vivir.

—¿Y si... —murmuró— mueres en el intento? —Bajó el lápiz y le dirigió la atención.— No seriamos novios, no estaríamos juntos, no conocerías la universidad, no tendrías nada por delante.

—Luis —llamó con la voz temblorosa—. ¿Hay algo que me estés ocultando acerca de mí? ¿Alguna cosa que te dije y no recuerdo ahora?

—No es nada —respondió molesto—. No todo se trata de tu amnesia, Nico. Lo que te digo es la realidad, lo que sucede siempre. No puedes creer en fantasías y cuentos del bien, esto es el mundo real y la gente muere diariamente con pensamientos positivos de falsas esperanzas. —Desvió la mirada.— Un día volverás a verme con los mismos ojos con los que te veo ahora... —Volvió hacia él.— Me pregunto si será a tiempo.

—Luis...

—Yo te espero —interrumpió—. Tengo todo el tiempo del mundo para esperar a que te ames y me aceptes después, pero ¿crees que la vida te espere también? Lo dudo mucho. —Cerró su libro y cuadernos para guardarlos.— Lo siento, Nico. Terminaré el trabajo en mi casa. Quiero irme ahora, no me siento bien hablando de esto.

—No te vayas, por favor... Espera.

—Nico, yo te amo y tomé duras decisiones que no podrías comprender ahora. —Lo observó herido y enfadado.— Todo porque quise. A veces, solo te tienes que aventar, no pensarlo tanto y ese es tu problema, lo sobrepiensas todo. —Se levantó de su asiento acomodándose la mochila.— Si no sientes nada por mí, solo dímelo. No pongas excusas de que primero tal cosa. Si lo sientes, no debería ser tan difícil tomar una decisión.

—Estoy asustado —confesó titubeante—. Yo... No lo sé, Luis. No sé cómo se siente amar, no lo recuerdo. James me había dado...

—¿Es en serio? —levantó la voz con enfado.— ¡Deja de pensar en James! Por culpa de él, estás así. —Suspiró con pesadez.— No puedo seguir con esto —exclamó tartamudo. Su mirada se cristalizó por las lágrimas que se deslizaban—. Arregla tus problemas y si me amas, allí me dices. Tal vez solo te compones bien.

—Lo siento. Luis... —Se apresuró a levantarse para seguirlo, intentando frenarlo.— ¡Lo siento! No te vayas, por favor.

—¡Puedes amarte mientras me amas! —Se giró observándolo entre lágrimas.— Si tanto te preocupa tu amor propio, puedes buscarlo mientras estás conmigo. ¡Hay tantas opciones, pero todo lo quieres a tu manera! —Frunció el entrecejo.— No te me acerques, no quiero verte ahora. —Le dio la espalda y continuó su camino.— El viaje se acerca, Nico. Si quieres que vaya, ten claros tus sentimientos y toma una decisión; porque no pienso ir si vas a estar con lo mismo.

Nicolás se paralizó en su lugar al sentir que en cualquier momento rompería en llanto. No estaba acostumbrado a esa clase de tratos hacia él. Gritos, presiones, culpabilidad y asfixia. Nicolás observó su entorno asegurándose de que nadie lo estuviese viendo; sin embargo, habían algunas miradas que se desviaron rápidamente luego de ser atrapados. Se habían encontrando en un pequeño espacio donde podrían trabajar en la tarea, pero fue una mala fortuna que la discusión subiera de tono frente a esas personas que actualmente, estaban comentando lo que vieron.

No esperó más para irse de allí al escuchar los pequeños susurros de la gente a su alrededor. Nicolás fue expuesto públicamente, pero él sentía que había sido su culpa en primer lugar.

Al regresar a casa, Ana lo estaba esperando frente al comedor. Se veía extraña. Lo normal era verla sonreír levemente con gran malicia al tener nuevos labores para su hijo, un brillo opaco debería estar invadiendo sus ojos y su piel debería de verse suave. Nicolás se acercó ante la mujer seria, de mirada paranoica y aparente piel reseca. Se sentó a su lado sin que ella dijese algo al respecto, estaría sobredicho decir algo cuando Nicolás debía obligatoriamente saber cuándo sentarse o no. Ana cruzó su mirada con la de su hijo, notando que estaba atento a lo que ella estuviese por decirle.

—Nico, cometí un terrible error. —Su mirada cambió a una profunda tristeza.— No espero realmente ser perdonada. Fui ingenua, inmadura y bastante torpe. Aceptaré las consecuencias que caigan sobre esta familia, cuando lleguen, porque sé que vendrán en cualquier momento.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?

—Solo quiero que en el fondo de tu corazón recuerdes que estoy completamente arrepentida. —Se levantó apoyando ambas manos sobre la mesa.— No hay nada más por hacer.

—Mamá... ¿Qué fue lo que sucedió?

—Ayúdame a hacer el almuerzo, hijo. —Le dirigió la mirada.— Ya llegará el momento para responderte a eso. Me gustaría despejar la mente un momento.

—Pero...

—Nico —subió levemente el tono de voz—. Recibí una llamada, es todo. No te preocupes más. —Respiró hondo.— Podré con esto, ya pude con tantísimas cosas más y esto, también será superado.

—Está bien —exclamó suave—. Yo haré el almuerzo, por favor, ve a descansar, mamá.

—Supongo que... —Cerró la boca rápidamente. Avanzó el paso que los distanciaba y tomó a Nicolás por las mejillas. Ana observó atentamente al contrario, quien se parecía a ella físicamente con leves diferencias masculinas. Se apartó continuando su camino por el pasillo.— No eres un mal hijo, después de todo.

Ana se encerró en su habitación con mucho cuidado y asegurándolo con su respectivo seguro de llave. No despegó la mirada de sus manos apoyadas en la puerta, ni siquiera observó el interior de su cuarto. Hace poco terminó una llamada que duró aproximadamente dos horas y media. Habían pasado dieciséis años desde que no recibía una tan sola noticia de aquella persona, pero ella estaba aliviada en cierta parte, porque había vivido con una preocupación que desapareció.

—Ana, ¿le dijiste?

Una voz masculina se aproximó hablando con suavidad, sin demostrar sentimiento alguno. Ana soltó un pequeño grito cuando sintió las manos del hombre rodeando su cintura, acercándose más a ella y soltar su respiración caliente en sus orejas. Se quedaron inmóviles causando una incomodidad en Ana y un ambiente tenso.

—No le he dicho nada —respondió balbuceante—. Nico está en la cocina. Tienes que irte antes de que llegue mi otro hijo.

—Sé que Paul llega después de las seis. —Tomó un menchon suelto de su cabello para arreglarlo detrás de su oreja.— ¿Estás asustada de mí?

—No.

—¿Entonces, por qué tiemblas?

—Quiero que te vayas —respondió acelerada—. He pasado dieciséis años pensando en lo inmadura que fui, y ya no quiero seguir viviendo sintiéndome culpable. —Se giró rápidamente enfrentando al hombre. Su mirada llenas de lágrimas demostraban no solo arrepentimiento, sino voluntad.— Tiberius, no me interesa lo que haya ocurrido. Nicolás es mi hijo y no pienso entregarlo.

—Sabes que Nico nunca te perteneció.

—Yo lo parí —exclamó desafiante—. Es todo lo que diré.

—Ana, querida, pudimos haber hecho esto sin causarle daño a nadie, pero sigues siendo tan inmadura como siempre. —Suspiró y torció una sonrisa.— Me quedaré a almorzar.

—¿Cómo te atreves? —preguntó indignada.

—Nunca he probado la comida de Nico, pero sé que es deliciosa. —Amplió su sonrisa.— Él no me recordará, y si lo hace, no dirá nada por el miedo. —Extendió el brazo para alcanzar la perilla. Al mismo tiempo, se inclinó frente a ella.— Conozco a Nico a la perfección, porque yo lo dejé sin recuerdos.

—Los voy a denunciar con la policía —amenazó firmemente—. No me quedaré callada esta vez.

—Exactamente, ¿qué esperas de ello? —Ladeó la cabeza y sonrió burlón.— Salomón está en prisión, yo puedo desaparecer fácilmente y Nico, reitero, no te pertenece.

—¿Lo atraparon? —preguntó perpleja.

—James hizo un maravilloso trabajo en Grecia —respondió risueño. Bajó la mirada por un momento haciendo una pausa entre sus palabras, volvió la mirada hacia Ana—. ¿Cuánto crees que te dure Nico sin medicamento? Tú y yo sabemos que necesita un cuidado intensivo, si desea sobrevivir más de los veinte.

—Trabajaré para pagarlo.

—¿Con tu historial? —Alzó las cejas y negó con la cabeza.— Nadie querrá contratarte, tesoro.

—Lo conseguiré —objetó—. No dejaré que muera, pero tampoco te lo entregaré.

—Mamá, ya está el almuerzo —anunció Nicolás poco después desde la puerta.

—Me voy a quedar —susurró Tiberius con entusiasmo apartándose de la puerta.

—Ya voy —respondió sin quitarle la mirada al hombre—. Saca otro plato. Tendremos una visita.

—Está bien... ¿Debería sacar bastante o poco?

—Ah... —Notó que Tiberius asintió frenéticamente.— Bastante. —Suspiró luego de escucharlo alejarse.— ¿Nico está en peligro? —preguntó serena.

—Lo estará si le explota el estómago —respondió directamente—. Ya he visto un caso así, y no es nada estético. Prefiero no hacerte la imagen visual, pero es doloroso. —Analizó las expresiones de Ana notando una peculiaridad. Sonrió mientras apartaba la mirada.— Vaya, que fácil fue hacerte cambiar de opinión.

—No he cambiado nada.

—Te daré dos años para que consigas empleo, que Nico tome su medicamento y seas una mujer diferente. Ah, y no es ninguna opción. Si fallas, te arrebataré a tu hijo, aunque deba arrancarte los brazos con él.

—Provocaste su amnesia —murmuró enfadada—. No sé cómo puedes preocuparte por él ahora.

—Yo sabía quién era Nico antes de someterlo a las drogas, porque lo he vigilado desde que nació. —Se encogió de hombros y desvío la mirada, esbozó una sonrisa burlona.— Salomón no lo sabía hasta que vio sus documentos y lo que él decida, no es mi problema. Le saqué un ojo. Puedo morir en paz. Deberías preguntarle eso a Salomón, no a mí.

—Tú...

—Mamá, ¿estás bien? —interrumpió el menor.

—¡Sí! ¡Deja de molestarme, ya voy!

—No deberíamos hacer esperar a Nico más tiempo. —Arqueó una ceja y se meció de un lado a otro.— Tengo hambre.

Tiberius tuvo que salir por la cocina y rodear la casa para entrar nuevamente a la puerta principal sin levantar sospechas. Nicolás lo recibió amablemente, con timidez y cierta confusión, ya que sus ojos se le hicieron familiares. Ana almorzó de muy malhumor al tener frente a ella al cirujano, este en cambio no pasaba ni un minuto sin halagar la comida de Nicolás.

El padre del menor llegó a casa con hambre y muy cansado. Fue recibido con la presencia de un hombre más joven que él, hablándole con mucha naturalidad a su hijo y observando a su esposa con grandes sonrisas.

—Ana, ¿quién es él? —preguntó con molestia al ver el comportamiento de Tiberius.

—Un respetable médico homosexual —respondió Tiberius sin dudarlo—, que gusta de penes como el tuyo y no de vulvas como la de tu mujer. —Se llevó a la boca un poco más de la carne y tragó después de mascar un rato.— Espero haber aliviado un poco tu autoestima y masculinidad frágil, porque es perceptible el que no confías en Ana y que tu edad te hace sentir inseguro ante hombres jóvenes como yo. —Volvió la mirada hacia Ana y sonrió.— A la próxima traeré a mi novio, para que pruebe de la exquisita carne de Nico.

—Nadie probará nada y quiero que se vaya de mi casa ahora —exclamó molesto con el ceño fruncido.

—Después de que terminé de almorzar. Nunca me voy sin haber terminado mi comida.

—No me mires así —refunfuñó Ana—, tampoco me agrada que se esté devorándose todo el almuerzo.

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