Al llegar a su casa percibe a su mamá en estado crítico de preocupación.
Son las 10pm y él se encuentra ensuciado por el barro de la modesta zanja y por el mojado sudor de las emociones que le produjeron el hecho de su pillería.
Ya que Berman, a sus cortos 11 años de edad ha desarrollado un exclusivo apego al perfeccionamiento, y por consiguiente es de las personas que se atemorizan cuando las cosas no salen como él las planea.
Al conversar con su madre consigue convencerla de que tropezó en un charco de agua y no es cosa grave por el cual guardar temor.
Se quita las zapatillas, el pantalón jean, y el polo que trae puesto, coge la toalla y se dirige a darse una ducha.
Ya no le importa el agua fría que a pesar de que su pueblo se encuentre en plena selva caliente, llega directa de unos picos nevados que se encuentran a 20 kilómetros de distancia.
No le importa ya eso, solo pasan por su mente los recuerdos de todo aquel suceso extraño pero real. "¿Cómo es posible que pude ingresar a la dirección del colegio y recuperar el brazalete? ¿Será que si no hubiera apagado la luz al entrar, el cuidador no se hubiera dado cuenta de que algo raro sucedía? ¿Será capaz mi compañera Fabiola de reconocerme el lunes en clases? ¿Cómo haré para que el profesor cuidador me vea entregando el brazalete a Anais? Pero, ¿Quién es Anais? ¿Alumna nueva? El profesor dijo que era linda. ¿No será aquella niña bonita que me miró el otro día? Por cierto, el lunes compraré una sabrosa presa para ese perro que no se despertó, y… jajaja, el profesor no me pidió la llave de la dirección con la que pude ingresar. Ya veré si me llega a servir más adelante".
Mientras piensa en todo esto escucha una llamada al teléfono suyo que dejó en su dormitorio.
Termina de bañarse apurado, y va ponerse la ropa de descanso. Revisa su teléfono y ve dos llamadas perdidas de su compañero de clases Darío Trelles. Más al instante recibe una tercera llamada de él:
Eaí Berman – se escucha al emisor – te llamaba para confirmar si mañana paso por ti para "salir a correr".
"Estoy extenuado por la dura jornada de hoy ¿y me llama para saber si quiero salir a correr mañana?", se dice Berman en silencio. En aquel pueblo, "salir a correr", no es solo trotar unas vueltas por un perímetro señalado, se llama así desde hace algún tiempo a las salidas matutinas en sábados y domingos de los adolescentes para jugar futbol o vóley entre varones y mujeres.
En esas salidas se potencia la destreza deportiva de los jóvenes pero sobre todo se producen encuentros amorosos de diversas parejas adolescentes.
Así que Berman, no sabiendo que es estar enamorado y en mismo efecto de sentirse agotado por las últimas acciones que ha realizado se dispone a negar la invitación, cuando por la demora de la contestación, Darío le vuelve a hablar:
- Ey Berman. ¿Aló? ¿Estás ahí?
- Sí. Sí. Aquí estoy Darío – responde
- Pues bueno colega, pasa que en realidad mañana saldrá todo el salón, me refiero a todos los compañeros, y muchos chicos de otros salones más porque nos enteramos que saldrá la chica nueva.
- ¿La chica nueva? – pregunta inquietante Berman.
- Sí, la de 1ro "A" – responde Darío – y pues, como el otro día te miró, supusimos que si sales mañana nos mirará a todos los que estemos a tu lado, y quien sabe si alguno de nosotros te quiere atrasar, ya que a ti todavía te gustan los juguetes – lanza una fuerte carcajada.
- Nada de eso Darío – dice Berman – ven por mí mañana.
- Así será compañero, paso por ti a las 5am
- Ok Darío. Te estaré esperando – concluye Berman colgando la llamada.
"Así que mañana saldrá a correr esa niña nueva eh" medita Berman dirigiéndose a su ropero.
Alista su ropa deportiva con la que saldrá al día siguiente y echado en su cama sigue pensando en ella. "Es bonita sí, pero yo no pretenderé nada más, porque lo que en verdad me interesa es saber si esta niña se llama Anais", se dice.
Cuando de repente se encuentra dominado en un profundo sueño, producto del cansancio que atravesara el día anterior.
Pero más que la fatiga corporal, más que el cansancio de sus músculos, tiene consigo una enorme fatiga mental, puesto que ahora tiene nuevos objetivos que han sido suscitados en respuesta a sus últimas acciones: desde descubrir quién es la niña nueva llamada Anais para convencerla de que lo ayude a cumplir la petición del profesor inventando alguna excusa efectiva, hasta enviar el brazalete a su amigo, pero sobre todo saber porque la chica bonita, que por cierto también era nueva, lo miró tan dulcemente aquel lunes pasado.
En tal situación de profundas preocupaciones para un menor de 11 años, por su mente se desliza una terrible y pavorosa pesadilla.
Sueña que su mejor amigo Mauro y él se encuentran en un siniestro combate a muerte vestidos de gladiadores dentro del coliseo romano, trasladados a la época de la era primera después de Cristo.
El caballo de su amigo es un elegante Tobiano blanco, con manchas marrones claras, el cual tiene una robusta mirada y un voluminoso porte, mientras que el suyo es un ágil pero pequeño Corcel negro, de una tonalidad más oscura que el ónice.
Mauro arremete contra él con despiadada ira, y logra quebrar la coraza que tenía como defensa a su brazo derecho.
Él sin entender el motivo de la encarnizada pelea, tira la espada en señal de que no continuará la lucha, pero Mauro girando su caballo en dirección de él nuevamente consigue embestirlo quebrándole esta vez el brazo derecho que ya para entonces no contaba con el escudo quebrado en la primera ofensiva.
Es así que comienza una dolorosa pérdida de sangre que le brota por entre sus músculos extensor y bíceps, y que asustado maniobra rápidamente formando un par de torniquetes con parte de un pañuelo que llevaba consigo, con el fin de parar la hemorragia que no tenía ganas de calmar.
De pronto el Corcel empieza a crecer aceleradamente, mientras que el Tobiano de Mauro decrece de manera inesperada, y es ante la atemorizada mirada de su amigo que el caballo de Berman ataca con furia a quien fue su enemigo minutos anteriores causándole una funesta caída a su jinete, y provocando la muerte de la bestia asaltada.
Pero él compadecido por su ya despavorido enemigo, que aún lo considera amigo, baja del Corcel, reanima la parada de Mauro y lo monta al caballo, declarándole ganador y retirándose del combate, adolorido por las heridas causadas en su brazo.
Despierta del sueño, y al levantarse del angustiante delirio, le mortifica cierta congoja en el corazón. No entiende el por qué en su sueño su mejor amigo quería matarlo, ni tampoco entiende el por qué su caballo creció mientras que el de Mauro se hizo pequeño.
Mira la hora en su celular. Son las 4am, falta una hora para que Darío venga a llamarlo. Destapa el mosquitero de su cama, y sale al lavadero a enjuagarse la sudada faz.
Regresa a su cuarto, y sentado en su escritorio escribe: "Si aún tu puñal haya quebrado la destreza de mi brazo y tus ojos me hayan tenido sed de matanza, yo no te odiaría porque eres mi amigo. Si aún mi caballo y mis armas sean más grandes que las tuyas, yo no te atacaría porque eres mi amigo. Si aún el triunfo haya sido mío y tú lo quisieras, yo te lo dejaría porque eres mi amigo".