—Despierta.
Es una voz... muy suave, se siente como un recuerdo cálido en mi pecho, como si hubiese adorado cada palabra que dice, cada sensación que me produce. Es agradable, tan gentil, desearía escucharla mucho más, estoy seguro de que cada día le esperaría, de que nunca me abandonaría.
—Matthew...
Supongo que está llamándome, puedo sentir la necesidad, la desesperación. Aunque ese no es mi nombre, sé que debe ser así, no hay otra persona en este blanco y vacío lugar, pero no puedo alcanzarle, por más que extiendo mis brazos, parece que se aleja cada vez más, y, por alguna razón, tengo que alcanzarle, no puedo dejarle ir.
—¿Puedes recordar quién soy?
Espera, solo un momento, poder recordar... ¿Quién eres?
Ah.
Abro lentamente mis ojos, el sonido de algún pájaro picoteando contra el ventanal, y los rayos del sol que apenas pasan por la cortina, es lo que logra despertarme, o quizás fue la sensación de haber olvidado algo, de que tal vez uno de mis sueños se sentía más real que cualquier otro. Pero al no poder organizar mis pensamientos, una laguna sin sentido es lo primero que llega a mi cabeza, por lo que, creyendo que algunas cosas no merecen ser dignas de recordar, decido que es mejor dejarlo de lado, y así olvido rápidamente mis divagaciones que han durado unos cuantos minutos.
Me revuelvo un poco en la cama, ahogando el quejido de molestia por el fuerte sonido que siempre escucho a las siete de la mañana, más dormido que despierto extiendo uno de mis brazos sobre la cobija, tocando a ciegas el borde de la mesa de noche, sonriendo al sentir aquel infernal artefacto que suele interrumpir mi tranquilo sueño, el que como todas las mañanas deseo lanzar por la ventana, y que se rompa en mil pedazos, solo por el hecho de ver algo que me molesta destruido sin compasión, como se merece.
Tomo el despertador, y froto uno de mis ojos, apenas puedo reprimir un grito de sorpresa, que si no lo hubiese retenido se me escaparía hasta el alma. ¡No son las siete!
Me levanto de la cama lo más rápido que puedo, apenas sosteniéndome de la escalera de la litera al sentir lo mareado que estoy, paseo mi mirada por varias de mis mochilas de viaje esparcidas por toda la habitación, y me pregunto en cuál estará el uniforme del internado. ¡Estúpido despertador, estúpida hora incorrecta! En cualquier otro momento podría haber tolerado llegar un poco tarde el primer día de clase, pero hoy debo cumplir una promesa muy importante. Esta debe ser la venganza de todos los años de maltrato que le he dado.
Aunque debo admitir, no todos los días me despierto con unos cuantos minutos de retraso, y sin recuerdo alguno de lo que he soñado. Suspiro, abriendo la primera mochila que está junto al armario mientras me deshago del pijama, en seguida encuentro mi uniforme, y giro hacia la litera, paseando la mirada del reloj, a solo diez minutos de comenzar la clase, al nido de cobijas y almohadas en la cama superior, algo de cabello castaño asomándose por el borde. Este chico terminará enojándose conmigo por una simple alarma que no nos despertó.
Me encargo de los últimos botones de mi camisa, al mismo tiempo que subo la escalera, dejándome caer junto a él en la cama, en una vana acción por despertarle, y pese a que tomo su cobija, para intentar lanzarle de la cama, parece imposible hacerlo.
—¡Christopher Green, despierta!
Me inclino hacia él, rodando los ojos al escuchar el quejido de molestia, lo poco que se mueve, para ocultar su rostro en una almohada. A veces, eres imposible de entender, mejor amigo. Dejo salir una larga exhalación al bajar de la litera, tomando los pantalones del suelo, apartando dos mochilas más al atravesar la habitación para abrir el ventanal, mi mirada viaja de la increíble vista que este año nuestra habitación tiene de todo el internado, a todas las cosas que hay sobre el escritorio, incluyendo el ramo de flores que sus padres han enviado para desearle un feliz comienzo de año.
Sonrío, acomodando el cuello de mi camisa, una pésima idea recorre mi cabeza al tomar las rosas, para dejarles a un lado, el florero es más pesado de lo que parece, y sé que esto es tomar una decisión arriesgada porque mis ideas no suelen ser generalmente buenas, apenas puedo alcanzar la cama superior al ponerme de puntillas sobre la mía, me alejo a una distancia prudente por si decide golpearme al notar el pequeño hilo de agua cayendo sobre su cabeza.
Y supe, por lo súbito que se levantaba, que mi plan había sido un éxito.
—¡Joder, Mark! ¿Qué estás haciendo? ¡Deja en paz mi cabello, y te he dicho mil veces que me llames Chris!
Lo sabía, no sé si Christopher se ha contenido, pero ese fue un fuerte grito, además del espacio perfecto para evitar el brazo que extiende para golpearme, aunque sé no se lo haría a su mejor amigo.
Dejo el florero sobre la mesa de noche, los ojos color ámbar del chico me observan, por completo enfurecidos, pero cambian a una sombra de resignación al inclinarme hacia él, algo de fuerza en mis brazos para levantarme sobre la litera, y logro sentarme en su regazo, frota un poco sus ojos, intentando deshacerse del cansancio de haberlos desvelado.
Es tan precavido, que incluso una de sus manos sostiene mi cintura, para no dejarme caer por si pierdo el equilibrio, aunque eso no es necesario, me aseguro de pasar mis brazos sobre sus hombros, una risilla escapa por lo callado que permanece algunos segundos, espero algún otro regaño que vendrá por mis acciones, pero no es mucho lo que dice, unos cuantos quejidos por recién despertar, supongo que tal vez desea escuchar mi voz, para confirmar el hecho de que está despierto, y no soñando.
Estoy a punto de romper el fino equilibrio de paciencia, y la habitual impaciencia que me tiene, rodeándonos a ambos en esta habitación.
—¡Ya no tienes que bañarte! — una sonrisa irónica se forma en sus labios, y comienzo a reír al sentir su rostro hundirse en mi clavícula, para empapar el hombro de mi camisa, la burla se marca en su mirada ámbar.
—Como si no tuviese tiempo para hacerlo.
—Hablando de eso... — muerdo mi labio inferior, moviendo un poco mis pies en el aire, es mejor decírselo ahora —. Vamos tarde al nuestro primer día de clases.
El sueño, o su sonrisa, se borra en el instante en que les encuentra sentido a mis palabras, con un simple movimiento me toma de la cintura, empujándome hacia el borde de la cama, baja del lugar mientras le veo abrir las puertas del armario, su uniforme, como siempre impecable, está colgado junto a todo el resto de su ropa. Qué molesto, Chris me hace detestar ser el desordenado de los dos.
—¡Debiste decirlo antes, Mark!
Dejo caer un poco mi cabeza hacia atrás, apenas me da tiempo de hacer un puchero ante lo enojado de su voz, que se vuelve una sonrisa al ver lo perfectamente firme de su cuerpo, lo guapo que el pantalón cayendo de su cadera deja ver el borde de su bóxer, o que Christopher me mira, como preguntándose si pienso llegar a clase. Un metro ochenta, esa hermosa piel blanca marcada con pequeñas pecas, además de un cuerpo ejercitado por el esgrima, no pasa desapercibido para cualquiera.
Me dejo caer de la litera superior, tomando lo más rápido que puedo la corbata del uniforme, sin importarme lanzar algunas de mis cosas al suelo, rueda sus ojos al ver lo poco sutil que interrumpo su acción de abotonar su camisa, la curvatura que se forma en sus labios al pasar con suavidad el pedazo de tela sobre sus hombros, para atraerle un poco más, es por completo obvia. Agradezco no haberme quedado atrás en altura, pues solo me basta ponerme de puntillas para sentir su mirada en mí, perdiéndose en el basto color azul de mis ojos, algunas gotas de agua caen sobre mis mejillas, siento su sonrisa contra mis labios, puedo ver las hermosas pecas de sus pómulos. Todo entre los dos es perfectamente bello.
—¿Me ayudas con la corbata?
Sus dedos hacen un recorrido intencional de mi clavícula a mi cuello, intentando hacer el nudo, que es por mucho inocente comparado a lo poco que puedo contener el pasar mis manos por sus oblicuos, el susurro de altivez pidiendo que me detenga al sentir las puntas de mis dedos bajar hasta su ingle. Vamos, solo tengo ganas de un poco más, no es para tanto. Ahogo una burla por los suaves besos en mi cuello al dejar caer mi cabeza hacia atrás, lo poco que puede controlarse al hacerlo, cuando siempre soy yo quien termina poniendo esta vibra placentera entre los dos. Hoy está de buen humor, nunca se dispone a ser tan permisivo.
—No podemos llegar tarde a clase, recuerda lo que me prometiste.
Claro, la ridícula promesa. Ruedo los ojos, apartando la corbata de sus manos, aunque el enojo no me dura demasiado por el cosquilleo de la punta de sus dedos bajando por mi espalda, el susurro en mi oído de lo lindo que se me ve el uniforme. Le tomará mucho más que eso si la promesa termino por cumplirla. Me dejo caer en la cama, por más que quiera volver a dormir me dedico a buscar bajo esta mis zapatos, mientras Christopher se preocupa en verse lo mejor posible con el desastre que hice en su cabello, y no es para menos, le conviene verse lo más guapo que pueda.
—Bien, si quieres llegar, tendremos que correr — apenas levanta la mirada, y sonríe al escuchar mi ridículo intento de apurarle.
—Mira quién lo dice.
Apenas le guiño un ojo al levantarme, y aunque me empuja al dar un par de pasos, se alcanza escuchar por todo el desolado pasillo su insulto, junto a mi risa, antes de cerrar la puerta. Puedo quejarme todo lo que quiera, pero que el despertador dejara de funcionar es la mejor forma de comenzar todo el año.
Giro en una esquina, bajando la escalera lo más rápido que me permiten mis piernas, el silencio del primer piso es claro para saber que ni siquiera hay otro estudiante tan perdido como nosotros, pero creo que así es más divertido, es muy temprano para mostrarle a todos lo extravagante que soy, ya tendrán mucho tiempo para conocerme.
Ahogo un quejido de impresión al ver el desordenado cabello castaño de Christopher pasar junto a mí, la burla en su mirada al ser el primero en salir del edificio, o que sin dudarlo sus pasos son tan enérgicos, que pronto me lleva una gran distancia en el camino directo a lo que debería ser nuestra primera clase. Llegar tarde es un insulto a todo lo que representa el esfuerzo para ser el mejor estudiante de todo el internado, y el hecho de que él sí tiene estado físico porque le gusta hacer deporte.
Puedo sentir mi respiración quemándome los pulmones cuando el castaño se detiene de golpe, desde lejos lo noto mirando una y otra vez su reloj, como si con eso el tiempo transcurrirá más lento, y no llegaremos tan tarde, pero sé que está consciente de que eso no sucederá, o lo que es aún más imposible, que mis piernas puedan avanzar, quizás debería escucharle cada vez que me ofrece ejercitarme con él, por mucho que lo odie.
—¡Mark, corre más rápido, perderemos la clase! — oh, por favor, no será el fin del mundo.
—¡Corre más lento, Christopher!
Estoy seguro de que terminará culpándome por mi vago comportamiento, pero aun así me detengo, respirando de manera agitada, mientras trato de no perderle de vista. Escucho el quejido de mi mejor amigo, quien deja su intento de correr lo más rápido que puede para volver a mi rescate, al instante me extiende un brazo, por mucho que deteste lo obviamente pésimo que soy para los deportes, me encanta por completo la forma suave en que sostiene mi mano, entrelazando nuestros dedos, su índice en mi barbilla levantando mi cabeza, no hay nada más petulante que la altivez en su mirada.
—La próxima vez, déjame el despertador a mí.
Es adorable que sea tan imbécil. Aparta algo de cabello húmedo que cae sobre sus ojos, esta vez corre un poco más despacio, y soy capaz de mantenerle el ritmo por lo decidido que está a no soltar mi mano, por mucho que tenga un objetivo en mente, Christopher siempre es el primero en salir a mi rescate, y, a veces, me obliga a seguir sus planes, así como lo hace ahora.
Suspiro, ocultándome un poco tras de él cuando abre con desesperación las puertas del edificio, apenas esquivamos algunas personas que hablan en el pasillo, es el primer día y ya estamos recibiendo miradas de odio. Saco mi celular del bolsillo, para revisar nuestras actividades del día, me alegra que de nuevo estemos juntos, no solo en la habitación, sino también en la clase, aunque eso siempre ha sido influencia de sus padres, motivados por lo mucho que rogamos durante todas las vacaciones de otoño. Me gustaría creer eso, aunque quizás, también se debe a que solo nos tenemos el uno al otro.