ANTHONY
Mi vida tuvo sus vaivenes, viví felíz junto a mi bisabuelo hasta los cinco años, momento en que él murió.
Días antes de su muerte, él me contó la verdad sobre mi origen y mis padres. Vaya sorpresa la mía, enterarme que mis padres jamás supieron de mi existencia cuando había creído todo lo contrario me sorprendió.
Saber que el anciano que tanto amor me dió y al que tanto quería, me mintió en algo tan importante fue duro.
Aquello despertó en mí multiples dudas y confuciones. Me enteré que mi madre estaba muerta porque él lo hubo confirmado un par de años atrás.
Saber que tenía una hermana melliza me alteró de mil formas. ¿Cómo sería ella? ¿Sabrá de mi? ¿Qué pensará sobre mí? ¿Dónde estaba ella en éstos momentos?
Preguntas sin respuestas se agolpaban en mi mente, angustiandome tanto. ¿Por qué el nono, así lo llamaba, nunca me dijo nada? Ahora era tarde porque se estaba muriendo.
En cuanto a mis padres, él nada sabía. Cuando murió supe que toda su fortuna, yo incluído, sería heredada por mi padre. Los abogados se empezarían a ocupar de eso buscando a mi padre.
En tanto pusieron a una mujer para que expresamente sea mi tutora y se encargue de mi persona. Ahí comenzó mi dolor.
Estaba acostumbrado a vivir de una forma tan peculiar, que el abrupto cambio padecido por ella me golpeó de todas las formas posibles.
Era una resentida, ahora puedo darme cuenta de ello. Pero en esos momentos, sencillamente, no lograba entender por qué esa mujer era tan mala conmigo.
Me golpeaba, me gritaba, se enfurecía cada vez que me veía llorar, y nadie le decía nada. Ya no tenía a nadie a quien recurrir para que me ayude.
Ella solía decirme que mi papá no me quería, y si ocupaba de mí no lo haría por mí, sino por el dinero de mi bisabuelo.
Eso y mucho más padecí en sus manos, con ella conocí el significado de la ironía y las segundas intenciones. Empecé a despreciar a mi padre por estos motivos.
Hasta que llegó el día en que me anunciaron que mi padre había aparecido, y que debía irme con él. En verdad no me causó ninguna emoción. Tenía doce años.
Cuando lo ví por primera vez él me sonrió, pero pude notar su gran tristeza en su rostro.
Aquello me sorprendió y si bien me entraron deseos de abrazarlo, no lo hice.
Después de todo era un desconocido, y con mi experiencia pasada aprendí a desconfiar de los desconocidos.
Pero pronto pude saber que él no era como la odiosa mujer que me estuvo atormentando durante éstos últimos cuatro años.
Liam Archer era alguien muy amable y muy necesitado de cariño. Me recibió con intensa alegría, y me brindó su amor de padre desde el primer momento.
Pero pronto descubrí que su dolor era interminable. Él y su pareja, Orfen, me contaron su vida. Mi padre, mientras escribía su historia para mi hermana, que por entonces supe que se llamaba Alice, me fue relatando su oscura vida desde que su padre lo echó de casa.
Orfen me iba contando el resto, lo que él vivió durante el tiempo en que Liam estuvo secuestrado por Fausto. El dolor de mi papá era evidente.
Llegó un punto en el que no pude contenerme más, y corrí a sus brazos. Sentía que necesitaba de mí, mucho más de lo que estaba dispuesto a mostrarme.
Nos abrazamos por primera vez, recién nos sentimos padre e hijo. Eramos uno solo. Cuanto lo quería y cómo me dolía ver que sin mi hermana a su lado, no lograría obtener la paz interior.
No me malinterpreten, no se debía a que sienta celos. Esos sentimientos no estaban en mí. Más bien se debía al echo de verlo sufrir de forma tan atroz.
— Papá, ya basta de padecer. Encontrarás a mi hermana y verás que todo estará bien. Papá, no lo lamentes. No fue tu culpa ¿entiendes?
—Anthony, mi pequeño. De no ser por tí y por Orfen yo...habría enloquecido definitivamente.
Solíamos abrazarlo mucho a mi papá con Orfen, sabíamos que era lo que más necesitaba. Su dolor y tormento aumentó cuando Orfen se fue en busca de Alice.
El terror de que haya otro naufragio y los pierda a ambos, no desaparecía de su mente ni de su alma. Lo desesperaba al punto hacerlo llorar noches enteras. Yo permanecía a su lado, lo hacía tomar las pastillas que el psiquiatra le recetó.
Verlo suplicarme que no lo obligue a tomarlas me partía el alma, pero sabía que era por su bien. No podía seguir con tan altos niveles de estress. Debía dormir un poco aunque más no sea.
Durante todo ese tiempo no me despegué de su lado un segundo. Él me necesitaba tanto como yo a él. Cuando recibió la noticia del día en que Orfen y Alice llegaban, su ánimo mejoró.
Ya no necesitó de las pastillas infernales, pudo respirar más aliviado. Todos me decían que era idéntico a él en cuanto a lo físico, gente que lo conocía. Nada me daba mayor placer que oír aquello.
Cuando los vimos aparecer en el puerto de entre la multitud, Liam sonrió de felicidad. Aquel sentimiento que hacía tiempo desspareció de su alma, ahora regresaba a mi papá una vez más.
— Dios mío Anthony, ahí están. — unas lágrimas humedecieron su rostro.
—¿Viste papá? No tenías que preocuparte tanto. Todo salió bien.
Cuando mi hermana se avalanzó a él, pude ver su alegría también. Menos mal que no le guardaba rencor alguno.
Conocer su historia nos había ayudado a ambos a poder entenderlo y admirarlo. Seríamos una familia felíz, al fin recuperaría mi propia felicidad.
O al menos eso creía, por supuesto igmoraba que la felicidad distaba mucho de ser una realidad en mi vida.