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Deidad 2.320

Pedro, el anciano mayordomo de la princesa del país de Opera Meilstora, abrió la puerta de la habitación en el tercer piso e invito a Viggo a entrar. Este último avanzó divisando el interior de la habitación y lejos de ser una biblioteca o una sala de reuniones, vio que era el dormitorio de la princesa.

El piso era de cerámica color burdeos con detalles negros. El techo blanco y el espacio abierto, con las murallas blancas. Del lado derecho había una cama para una persona, al fondo ventanales que daban a un balcón. Las cortinas blancas estaban recogidas y dejaban pasar la brillante luz del sol y el viento.

También había un juego de sillones y una mesa en el centro. Todo distribuido de forma armoniosa y ordenada, con abundante espacio para moverse.

Por un momento, Viggo se sintió como en su niñez y recordó la habitación de la diosa Hera, en lo alto de la mansión de la familia. No fue muchas veces, pero las pocas veces que pudo ir, fue una vista agradable. Se notaba la elegancia y el cuidado en los detalles.

Por otro lado, Viggo vio a una mujer rubia y curvilínea en un chitón griego blanco con bordes dorados. Ella tenía hermosos ojos azules, la piel de durazno y facciones perfectas. Ella se llamaba Miriam y era la princesa del país de Opera Meilstora. Su belleza era un mundo aparte del resto de las mujeres. Demasiado glamorosa, demasiado bella, al punto de que atemorizaba a los hombres.

Miriam utilizaba un chitón blanco como el que ocupaba Semiramis, porque al igual que esta última, Miriam fue aprendiz de la diosa Hera. Por otro lado, la ropa era holgada, pero lo suficientemente ajustado para que sus senos, caderas y trasero se marcaran. Tenía el cabello rubio, rizado, ojos almendrados y expresivos, una nariz fina y una boca grande. Bajo la comisura izquierda, tenía un pequeño lunar que aumentaba su sensualidad.

Sin embargo, lejos de toda la etiqueta y reverencia que le mostraron a Viggo en Shalzard, Miriam se quedó en pie, sonriendo con suavidad mientras sus ojos emitían una mirada amistosa.

—Buenas tardes, dios Viggo— dijo Miriam con voz suave y amigable —esta se llama Miriam Vega. Puede que usted no me recuerde, pero yo lo recuerdo a usted—

Viggo quedó mirando a Miriam, podía decir a simple vista que había trabajado bastante su sonrisa y su dialogo como un buen comerciante. Miriam y Semiramis como aprendices de Hera no habían terminado en la mejor de las condiciones. Sin embargo, dicha enemistad no se veía por ningún lado, pensó Viggo. Entonces pensó que Miriam era una persona más aterradora que Hera o Semiramis, quienes podían controlar su disgusto, pero lo demostraban a través de otros actos.

—Buenas tardes, Miriam— dijo Viggo con tranquilidad. Él avanzó mirándola a los ojos y una vez que estuvo más cerca, pudo notar mejor sus facciones. Miriam era muy hermosa, al punto de que podía competir con Rosewisse, Semiramis o Hitomi, quienes tenían los rostros más bonitos.

Miriam mantuvo su sonrisa y lo miró a los ojos manteniendo el silencio, cosa que puso incomodo a Viggo.

Viggo sonrió nervioso y continuo —ya que conoces a mi esposa, debes saber quién soy—

Miriam quedó mirando a Viggo a los ojos, con una actitud tranquila y amigable, frunció un poco el ceño y lo continúo mirando.

—bueno, yo— dijo Viggo al borde del nerviosismo.

—¿Qué le parece sentarse?— preguntó Miriam rompiendo el ritmo de Viggo

Viggo asintió, ella sonrió y señalo los sillones, tres metros a su derecha. Viggo camino por delante y Miriam lo siguió. Viggo se sentó en el sillón con el respaldo más grande y Miriam en un sillón con un respaldo adecuado para su espalda. Ella apoyo las manos en los reposabrazos y observo a Viggo de pies a cabeza.

—Dios Viggo— dijo Miriam gesticulando una hermosa sonrisa —no sé qué le haya dicho Semiramis, pero ha pasado bastante tiempo desde que discutimos. Para ser clara, hoy mantenemos una relación de negocios y cordialidad. No hay enemistad entre nosotras—

—Sí, bueno, no es fácil hablar con un perdedor— respondió Viggo tratando de probar si era verdad lo que decía Miriam o solo era una fachada.

—¿Un perdedor?— preguntó Miriam alzando las cejas —¿espero que no haya venido a insultarme? Mi tiempo es precioso y tengo demasiadas cosas de las que preocuparme. Por usted tuve que posponer mi reunión con varios comerciantes y nobles de otros países. Espero que aprecie la importancia que le doy—

Viggo sonrió, entendía a simple vista que Miriam era una mujer competente en sus negocios, pero no era perfecta. Ella y Jason eran tal para cual, aunque no sabe porque Jason dejo embarazada a esta mujer si él decía que amaba a Scheherezade y se la quitaría. Miriam y Jason eran igual de excepcionales, pero perdieron contra la suerte de Semiramis y Viggo.

—Eres buena en lo que haces— dijo Viggo —pero no he venido hablar de ese tipo de negocios. Mi asunto es otro ¿Puedo ver a tus hijas?—

—¿Semiramis te hablo de ellas?— preguntó Miriam, por primera vez su carácter cordial se desmorono y quedó una mirada fría y amenazante.

—No, no soy el tipo de hombre que espía a sus esposas o le pide que le cuenten todos sus secretos. La confianza es importante ¿Verdad?—

Miriam solo asintió con suavidad, pero no dejo de mirar a Viggo con frialdad.

—Soy dios, Miriam— dijo Viggo para poder explicar cualquier posible malentendido —tengo poderes que los mortales no entienden, puedo ver cosas que otros no. Digamos que la sabiduría, la guerra y la fortuna se unieron y me ayudaron a encontrar a tus hijas. Para sorpresa mía, nunca espere que tú fueras la madre de las hijas de mi hermano—

Miriam agacho su rostro, su mirada se suavizo y soltó un suspiro. Entonces miró a Viggo a los ojos y le preguntó —¿Qué asuntos tiene el futuro rey de los dioses con mis hijas?—

—La diosa Atena las quiere reclamar para que sean parte de su familia— dijo Viggo —pero el destino de tus hijas es demasiado frágil en estos momentos y corren gran peligro. Por eso vine en persona, de ser posible, me gustaría llevarte a ti y a tus hijas a Orario, este no es un lugar seguro—

Miriam se mantuvo seria y respondió —esto es todo tú culpa ¿Verdad?—

Viggo hizo una mueca incomoda y asintió. Sus rayos de luz solar eran visibles desde cada esquina del continente y no pasaron desapercibidos. Viggo tenía aliados influyentes en el imperio y en el reino de los elfos, por eso las cosas todavía no habían escalado en la dirección equivocada. Sin embargo, toda la región sur y oeste del continente se preparaba para la guerra.

El dios Ares en Rakia, el dios Poseidón en el desierto de Kaios y los cultivadores en la región centro sur del continente. El Lejano Oriente estaba en constante guerra civil, así que los asuntos exteriores los tenían sin cuidado. Del resto no se sabía nada ya que eran países pequeños o que después de quedar en la ruina, se estaban recobrando.

—¿Qué me ofreces?— preguntó Miriam

—¿Perdón?— preguntó Viggo

—¿Qué me ofreces?— preguntó de nuevo Miriam con una mirada firme y seria, enfocada en los ojos de Viggo —sabes que soy comerciante, no dejare todo lo que he conseguido por nada. Incluso si tu diosa quiere a mis hijas, estoy dispuesta a luchar con todo lo que tengo para no entregártelas—

—¿Y si te las quito?—

Miriam torno los ojos al techo como si fuera una pregunta estúpida y miró a Viggo a los ojos.

Viggo soltó una risita y le dijo —sí, suena estúpido, yo no soy ese tipo de persona—

—Tú esposa tiene grandes elogios para ti. Para ella, tú ya eres el rey de los dioses—

—Lo sé— respondió Viggo sabiendo la devoción que tiene Semiramis por él —bien, primero que todo. Ya que se podría decir que eres la viuda de Jason, te daría todos los ahorros que dejo él como aventurero—

—Idioteces, Jason no tenía nada y nunca espere nada de él. No necesito migajas, soy comerciante. Tú tienes dos esposas comerciantes. Sabes de lo que hablo. Si no me das oportunidades, no puedo ser yo misma. Necesito permisos y oportunidades de negocios. Seré directa, quiero hacer una guerra comercial con Sermiramis—

—Lo siento, pero te equivocas en algunos puntos— dijo Viggo —primero, Jason no tenía nada, eso es claro, pero Hera dejo apartada su compensación como parte de la familia Hera, la cual, no es poca. Lo segundo, no te permito hacer guerra comercial, pero puedes asociarte. El estado del mundo es delicado y lo que necesitamos ahora es la unión de los poderosos. Por ahora te daré permiso para hacer negocios en Orario y una vez que tome el control del desierto de Kaios, te daré la potestad para gobernar sobre el desierto. Dependiendo de cómo salgan las cosas, puede que tú seas la última de la familia Vega—

Miriam se mantuvo tranquila, observando el lenguaje y las expresiones de Viggo. Por temas de recursos y los estúpidos gobernantes del desierto ella estaba limitada, pero tenía un sinfín de ideas listas para implementar. Sin embargo, no se dejó convencer tan fácilmente y preguntó —¿Cómo harías eso?—

—Sencillo, si hay una guerra ¿Quién crees que la ganaría? ¿Los mortales o un dios real, con todo su poder?—

—Soy de Opera Meilstora. Conozco al dios Poseidón y si no me hubiera escapado cuando era niña, sería una de sus tantas esposas. Conozco los alcances del poder de Poseidón. Fue el único dios en liberarse de las ataduras de Orario, él gobierna el mar. No es tan fácil como dices—

Viggo soltó una risita —eres mortal ¿Qué sabes de los dioses?— preguntó. Miriam abrió la boca para replicar, pero la cerró de inmediato y quedó mirando a Viggo a los ojos con intensidad. Viggo sonrió y continuo —ya he matado un dios y seguiré matando otros dioses basura. Por otro lado, no subestimes mi poder ¿Él gobierna los mares? ¿Eso debería darme miedo? Soy hijo de Kain Dragonroad, el dios al que temen los dioses ¿Crees que yo, su hijo, soy inferior a mi padre? ¿Crees que me lanzaría a una guerra solo por capricho? Hace mucho tiempo que deje de ser niño, Miriam—

Miriam agacho la mirada y sus mechones dorados cayeron a los lados de su rostro. Ella estimo las palabras de Viggo y lo volvió a mirar a los ojos —en ese caso, quiero un acuerdo matrimonial entre uno de tus hijos y mis hijas—

—Eso— dijo Viggo pasando de una sonrisa amigable a un rostro serio —está fuera de cualquier acuerdo. Sin embargo, no soy corto de miras. Te daré la oportunidad de que tus hijas conozcan a mis hijos. Si hay química entre ellos, podría suceder algo, pero no permitiré que fuerces un matrimonio o algo por el estilo—

—Bien, podrán ser amigos y compartirán tiempo juntos—

—Sí, no tengo problemas con eso—

—Además, quiero que me prometas algo—

—¿Qué cosa?— preguntó Viggo con el ceño fruncido. Esta mujer estaba presionándolo demasiado. Ya tenía el dominio de todas las ciudades del desierto y una conexión directa con los hijos del rey de los dioses. Cualquiera de ellos era demasiado excesivo, pero Viggo lo permitió pensando en las hijas de Jason.

—Sea lo que sea que exista en el desierto de Kaios, de aquí al futuro, yo tendré la plena potestad de administrarlo. Eso quiere decir que, si extraigo oro, plata, minerales, sustancias químicas, productos agrícolas o lo que sea, yo lo administrare y podré decidir qué hacer con ellos—

Viggo quedó mirando a Miriam a los ojos y trato de ver lo que esta mujer estaba planeando. Era claro que había algo que él no sabía, pero cómo saberlo. Miriam le mantuvo la mirada a Viggo en un concurso de miradas que duro un par de minutos, pestañearon, pero ninguno se sintió lo suficientemente incómodo para delatarse o desistir en su petición.

Viggo no tenía nada para investigar a Miriam, así que opto por lo menos aconsejable a nivel comercial —¿Qué sabes que yo no?—

—Primero promete lo que te pedí. Sé que honraras tu palabra— dijo Miriam con una amplia sonrisa en los labios. Ella conocía muy bien a Jason, Odiseo y Aquiles. Todos eran diferentes, pero si algo compartían, era la dignidad. No importa lo que pase, ellos cumplirían su palabra. También sabía que el padre de Viggo era el maestro de los tres grandes aventureros, así que esperaba que Viggo fuera similar.

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