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Orario y el balance 2.305

Un mes después, Viggo fue a la capilla de invocación como cuando llego Bishamon a Orario. Sin embargo, esta vez él estaba solo. La capilla estaba vacía, con las largas bancas a los lados y formando un pasillo en el centro hasta el altar. Viggo camino por el pasillo mientras sus pisadas hacían eco.

En estos momentos eran las siete de la mañana, afuera había un sol incandescente en un cielo azul. La luz penetraba por los grandes ventanales multicolores con la imagen de la gran torre de Babel y una especie de espíritus bajando a la tierra, simbolizando la llega de los dioses a Orario.

Viggo llego frente a los escalones que conducían al altar de invocación. Él espero en silencio durante un tiempo y por fin, una luz dorada se proyectó en el altar. Fue incandescente y se prolongó durante un minuto hasta que se disipo.

Sobre el altar de invocación había una diosa de cabello purpura en un vestido blanco con un corsé hecho de oro. En el centro de dicho corse había un enorme rubí rojo. Ella era alta, de contextura delgada, apariencia madura y grandes senos.

—Muchas gracias por acudir en mi ayuda, diosa Atena— dijo Viggo haciendo una leve inclinación con la cabeza.

La diosa Atena, bajo los escalones lentamente y se detuvo delante de Viggo. Ella era un cabeza más baja que él, así que tuvo que levantar su rostro para que sus ojos coincidieran —he venido porque es lo más sabio ayudar a quien pregunta por ayuda, pero eso no quiere decir que allá venido por pura simpatía. Tengo un egoísmo propio de los sabios y se evaluar lo que tengo en frente—

Atena se acercó más a Viggo, apoyo su mano en el pecho y lo miró a los ojos. Después se posiciono al lado derecho de Viggo y se apoyó del brazo —tú guías, Viggo— dijo

Viggo mostro una pequeña sonrisa, se dio la vuelta y la guio a la salida de capilla de invocación donde había varios curiosos mirando. No todos los días un dios bajaba a Orario. Ellos se maravillaron por la belleza de Atena, pero fruncieron el ceño al ver a Viggo. Este último no se hizo problema y condujo a Atena a un carruaje de madera oscura y lustrosa tirado por cuatro caballos blancos.

Viggo se detuvo frente al carruaje, abrió la puerta y le tendió su mano a Atena. Ella apoyo su pequeña mano y subió los peldaños hasta desaparecer dentro del carruaje. Viggo miró al cochero y le dijo —a la oficina, por favor—

—Como usted diga— respondió el cochero, un tipo vestido con un traje negro.

Viggo subió al carruaje, cerró la puerta y se sentó al lado de Atena. A los pocos segundos el carruaje se comenzó a mover mientras los cascos de los caballos marcaban un trote suave.

—Así que esto es Orario— dijo Atena mirando por la ventana y viendo la gran cantidad de aventureros de diferentes razas avanzando por las calles —es una ciudad pequeña para ser la ciudad de los dioses—

—Sí, hubo un tiempo en donde los dioses hicieron estupideces y perdieron su tiempo— respondió Viggo con cierta ironía

—No critiques— dijo Atena apartando la mirada de la ventana y mirándolo a los ojos —la crítica es una etiqueta burda similar a una respuesta superficial que nos aleja de la verdad y nos impide resolver el misterio—

Viggo sonrió ante tal argumento y asintió.

—Tengo tres metas para el tiempo que dure mi estadía en la tierra— dijo Atena —ayudarte a obtener sabiduría, habilidad y virtud. Eres joven, espero que tengas una mente abierta para aprender nuevos conceptos—

—Siempre estoy dispuesto a escuchar un buen consejo— respondió Viggo

—No es un buen consejo, es un requisito, Viggo Dragonroad. Es un requisito si quieres que te ayude en tus planes futuros. No he venido a la tierra a jugar, he venido porque alguien que valía la pena necesitaba mi sabiduría—

—Lo entiendo, Atena, muchas gracias por tu sabiduría—

Atena negó con la cabeza y dijo —no te preocupes, estoy aquí para ti porque me he fijado en ti desde hace mucho tiempo. Nuestro interés es mutuo, ya que lo que se discute entre los dioses de Orario, también llega al cielo. Tu existencia ha captado mi atención, así que coincido contigo en hacer lo mejor para el mundo—

—¿Solo eso?— preguntó Viggo con una mirada astuta y sonrisa amplia

Atena se ruborizo y miró hacia otra dirección —puede que también eso. Yo, todavía no estoy segura si dejar un representante en la tierra, pero coincido en que podría ser algo especial— se calló durando un segundo, después miró a Viggo con el ceño fruncido y continuo —sin embargo, eso no quiere decir que voy a ser negligente—

Viggo levantó sus manos y mostro las palmas en señal de rendición —lo entiendo, primero lo primero— respondió

Atena asintió con una mirada suave, se acercó de forma tranquila e intento de darle un pequeño beso en los labios como una señal de aprobación, pero de repente el carruaje dio un salto y ella le dio un beso con tanta fuerza que sus dientes chocaron. Ambos se separaron, se taparon la boca con las manos y fruncieron el ceño en señal de dolor.

—Eso fue doloroso— dijo Atena —no recordaba cómo se sentía el dolor—

Viggo la miró a la cara. Atena tenía la complexión de una mujer que había alcanzado los treinta años. Tenía los ojos azules, rostro tierno, nariz respingada y una boca grande y sensual. Era hermosa, era una diosa y su expresión en estos momentos era inocente, con los ojos un poco llorosos por el dolor del golpe en los dientes. Viggo llevo su mano a la de ella, le destapo los labios y se acercó mientras la miraba a los ojos. Ella no se escondió ni arranco, miró esos ojos con un iris dorado. Ella se puso nerviosa, pero se sentía hipnotizada por Viggo. Este último la beso y ella se dejó llevar por la sensación del momento.

El carruaje llego al centro de la región sur, en la avenida principal, a una cuadra de la guild de aventureros. Viggo bajo primero y después le tendió una mano a Atena para que ella bajara. Esta última capto la atención de todos los aventureros que pasaban por ahí en ese momento. Ya sea por su cabello purpura, su túnica blanca que la hacía ver como un lirio blanco o su corsé hecho de oro con un gran rubí en el centro.

Viggo la guio a un edificio de dos pisos y de fachada gris, se veía simple y poco llamativo, incluso viejo.

—Quiero pensar que están recién empezando— dijo Atena al ver el edificio

—Sí, recién estamos empezando. Hitomi ha hecho un gran avance en este breve mes— respondió Viggo —vamos, te la presentare, te parecerá una mujer encantadora. Ella, al igual que yo, necesitamos de tu sabiduría—

—¿Y la capitana de la familia?—

—También, ella debe estar en estos momentos junto a Hitomi, esperándote en la sala de reuniones—

Viggo condujo a Atena hacia la puerta pintada de blanco con varios rectángulos de vidrio en la parte superior. Viggo abrió la puerta y dejo pasar a Atena. Esta última se encontró con una amplia recepción con nada más que una mesa y un archivador de madera. El piso estaba hecho de tablas, las paredes pintadas de verde agua y el techo blanco. Todos los colores se veían opacos y desgastados. En algunas esquinas se estaba descascarando la pintura.

—Viggo, te estábamos esperando— dijo Hitomi a vivida voz mientras bajaba las escaleras y los escalones de madera rechinaban a cada paso. Ella llevaba su cabello rojo amarrado en una larga coleta hasta la cadera, un vestido azul y unos zapatos de tacón bajo. Hitomi bajo hasta el primer piso y se dio la vuelta para mirar a la diosa. Su expresión cambio del entusiasmo a una de asombro y sonrió grata ante la presencia de una diosa. Después bajaron dos personas más, Edgar, quien tenía el cabello rubio y corto, llevaba una camisa, chaqueta y pantalones café. Él se detuvo al lado de Hitomi y quedó mirando a la diosa.

Por último, unos pasos lentos, como si dicha persona tuviera que caminar de lado. Nada que hacer, había dicho Viggo, la mayoría de los edificios no estaban pensado para albergar personas con alas como las de un ángel.

Dicha persona bajo un paso a la vez. Tenía el cabello gris hasta la mitad de la espalda y dos trenzas enmarcando su rostro. Un rostro con forma de corazón, ojos almendrados, azules, nariz fina y labios gruesos. Ella no tenía una relación con Viggo, pero utilizaba sus colores. Un vestido negro de una pieza con bordados blancos.

Una vez que Brunilda pudo llegar al primer piso, quedó mirando a Viggo y miró a la diosa a los ojos. Sin duda alguna, los dioses de verdad tenían una apariencia diferente. Incluso si Viggo estaba despertando su divinidad, no se sentía igual. Brunilda avanzó por delante marcando sus pasos hasta detenerse delante de la diosa y se agacho sobre su rodilla derecha.

—Mucho gusto en conocerte, diosa Atena— dijo Brunilda —Viggo me hablo de ti, seré la capitana de tu familia—

La diosa Atena, miró a Brunilda, increíblemente hermosa, pero lo que más le llamó la atención fueron sus alas blancas. Eran demasiado hermosas y adorables. Atena le tendió una mano, Brunilda miró esa mano y miró hacia arriba. La diosa Atena la miró con respeto y Brunilda le tomo la mano. Atena la ayudo a ponerse en pie y ambas se miraron a los ojos.

—Mucho gusto, Brunilda, Viggo ha dicho muchas cosas positivas de ti. Espero grandes cosas de ti—

—Sí, tratare de hacer mi mejor esfuerzo—

Después se acercaron Hitomi y Edgar, ambos hicieron reverencias para la diosa y esta última asintió en señal de saludo.

Viggo dio un paso hacia adelante, puso su mano en la espalda de Atena y ella lo miró a la cara. Viggo dijo —¿Por qué no conversamos en la sala de reuniones?— preguntó

—Sí, tienes toda la razón, yo tengo todo preparado— dijo Hitomi con una amplia sonrisa y llena de entusiasmo. Edgar no se pronunció al respecto, pero Brunilda frunció el ceño. Era un enorme esfuerzo para ella subir y bajar escaleras tan estrechas.

Viggo sonrió al ver a Brunilda tan incomoda, se acercó a Brunilda y le susurro algo al oído. Esta última soltó un suspiro y asintió. Hitomi, Edgar y Atena captaron este movimiento, pero no dijeron mucho. Edgar y Hitomi conocían a Viggo desde hace tiempo y Atena había escuchado de la vida de Viggo por él y por la opinión que tenían otros dioses. Hephaestus, madre de Viggo, no paraba de quejarse de las esposas de su hijo. Sin embargo, Atena soltó un suspiro y por un momento pensó que esto era lo menos sabio que había hecho en toda su existencia.

Todos subieron al segundo piso, llegaron a una gran habitación con una mesa cuadrada con un mantel blanco. No se parecía en nada a la gran mesa ovalada de madera lustrosa y hermosas vetas que Semiramis tenía para sus reuniones. En esta mesa con suerte había espacio para cuatro personas, unas tazas y algunos platillos con exquisiteces.

Viggo se acercó a una silla con respaldo e invito a Atena acercarse. Después se acercó a la otra silla e invito a Hitomi a sentarse. Después invitó a Brunilda, quien se sentó en un taburete sin respaldo para que no incomodara sus alas. Por último, Viggo se sentó junto a Edgar.

Viggo tosió para quitar el ambiente incomodo y dijo —como esta es una ocasión especial, beberemos algo especial para conmemorarlo— él hizo un ademan y apareció una botella esmeralda con un brillo dorado en su interior. Paso la botella a su mano izquierda, hizo otro ademan con la mano derecha y aparecieron cinco copas sobre la mesa.

—Una tecnología bastante interesante— dijo Atena captando que todas las cosas venían del anillo en el dedo índice de Viggo.

—Sí, mi padre me lo regalo— respondió Viggo, abrió la botella y sirvió el estus. Después invito a todos a tomar una copa y así lo hicieron. Viggo levantó su copa y continuo —por un gran comienzo—

—Por un gran comienzo— respondieron todos

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