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Orario y el balance 2.285

Viggo se detuvo delante de la puerta de la habitación de sus hijos, puso su mano en la manilla y con el otro golpeo dos veces.

—¿Quién es?— preguntaron desde el interior, era su tía Mikoto, la madre de Tsubaki y abuela de Kenshin.

Viggo giro su rostro hacia la izquierda, miró a Brunilda y mostro una increíble sonrisa llena de felicidad. Viggo miró a la puerta y respondió —soy yo, tía—

Al instante siguiente hubo un griterío en el interior de la habitación y alguien camino a abrir la puerta. La persona que abrió la puerta fue su tía Mikoto, mujer del Lejano Oriente vestida con un kimono verde pasto. Llevaba a la pequeña Caenis de tres años en los brazos. Pequeña amazona, morena, de cabello blanco y orejas de conejo.

—Papá— grito Caenis y se lanzó a Viggo para abrazarlo. Este último se asustó por el movimiento arriesgado, adelanto y la tomo en brazos.

—Papá, papá— gritaban Uriel y Bell desde sus respectivas cunas.

Adentro de la habitación estaba la nodriza, Sofia, una mujer de aspecto común vestida con un pañuelo en la cabeza y un delantal blanco. Parece que entre ella y su tía Mikoto cuidaban de los bebés.

Al instante siguiente Rosewisse se acercó a Viggo y Caenis, le acaricio el cabello a la bebé y le dio un pequeño beso. Después entro a la habitación, movió su mano en señal de saludo y llego frente a la cuna de Bell, quien rápidamente cambio su canción a la de "mamá" y en cuanto Rosewisse lo tomo en brazos, se puso a llorar.

—Ya, ya, eres un niño grande, no llores, mamá está aquí— dijo Rosewisse mientras lo abrazaba.

Al mismo tiempo, Brunilda desde el dintel exterior de la puerta quedaba de piedra mientras veía Rosewisse cargar a un niño que la llamaba mamá. El niño tenía el cabello blanco y el iris del ojo, rojo. No se parecía en nada a ella, pero Brunilda tampoco se atrevió a decirlo.

Viggo vio a Brunilda sorprendida y llevo su mano izquierda para posarla en la espalda e invitarla a entrar. Al simple tacto Brunilda sintió que la sacaron del trance, miró a su derecha y vio a Viggo, alto, de cabello rojo, ojos azules y vestido con ropas finas de un color negro con bordados blancos. Se veía totalmente diferente del Viggo que conoció en Niflheim.

—Vamos, hay que conocer a muchas personas— dijo Viggo, Brunilda asintió y Viggo la condujo al interior, pero se detuvo por un momento para cerrar la puerta y después continuo su camino.

Caenis tenía tres años, así que como una niña grande entendía que papá tenía que cuidar de los más pequeños. Así que ella se retorció para bajarse, Viggo la bajo y ambos caminaron de la mano. Viggo llego delante de la cuna de Uril, pequeña, pelirroja y de ojos azules igual que él. Viggo soltó la mano de Caenis y tomo a Uriel en brazos.

—Papá, papá, papá— gritaba la bebé en un tono de voz estridente y chillón mientras abrazaba a Viggo y le daba pequeños besos.

—¿Cómo se comportó la princesa?— preguntó Viggo con una gran sonrisa

—En— respondió Uriel

Viggo sonrió, los semidioses eran increíbles, pero más increíbles eran los reencarnados como Solomon, quien estaba acostado en su cuna y los miraba con tranquilidad. Tenía el cabello rojo, la tez clara y los ojos azules de un Dragonroad.

Viggo miró a Uriel en sus brazos y le preguntó —¿Puedo ir a ver a tus otros hermanos?—

Uriel asintió en reiteradas ocasiones mientras sonreía mostrando unos pequeños dientes cuadrados. Viggo le dio un beso en la mejilla que era más suave que la seda y la dejo en su cuna. Entonces camino a la cuna de Solomon que estaba junto a la de Kenshin, quien, dormía en ese momento. Kenshin se parecía a Tsubaki en los ojos rasgados, pero conservaba la piel clara y el cabello rojo de Viggo. Lo más adorable eran sus mejillas regordetas y coloradas.

Viggo miró a Solomon de un año, acostado y tranquilo en su cuna. Un ser reencarnado como Viggo y Kain. Se podía ver la inteligencia en su mirada, pero nada de eso le importaba a Viggo, ya que su padre lo amo a él y Viggo también amaría a su hijo. Viggo entendía muy bien el sentido de tener una segunda oportunidad. No por el hecho de recordar su vida anterior, si no por el hecho de esforzarse, equivocarse y querer cambiar las cosas para mejor. En este momento Viggo con su clarividencia estaba tratando de cambiar el futuro de Orario para mejor.

Viggo tomo al pequeño Solomon por las costillas y lo levanto. Él muchacho lo miró todo el tiempo a los ojos, sin alterarse o volverse loco como el resto de sus hermanos. Viggo lo levantó para que sus ojos coincidieran y le pregunto —¿Cómo estas hijo mío?—

Solomon solo lo quedó mirando, Viggo sonrió con dulzura y lo apego a su pecho como si fuera lo más preciado en la vida —hijo— susurro —tienes que saber que te amo—. Después de eso Viggo se dio la vuelta y vio a Bell en el brazo de Brunilda mientras Rosewisse la ayudaba. Seguro que era una increíble sensación, pensó Viggo. Brunilda tenía una mirada asustada, emocionada y una sonrisa llena de felicidad.

—Veo que Bell fue bien recibido— dijo Viggo y todos lo miraron, desde los bebés hasta los adultos. Viggo se acercó a la cuna de Uriel y la tomo con su brazo derecho. Después camino llevando a los bebés mientras Caenis lo sujetaba de la ropa. Ellos se detuvieron delante de Brunilda y él dijo —el pequeño en mi brazo izquierdo es Solomon. La pequeña alborotadora en mi brazo derecho es Uriel. La hermosa princesa de cabello blanco a mi lado es Caenis. A Bell ya lo conociste y, por último, Kenshin, está en su cuna, pero parece que va a ser un poco difícil despertarlo—

—¿Todos son tus hijos?— preguntó Brunilda sosteniendo a Bell con su único brazo mientras Rosewisse la ayudaba desde su izquierda.

—Sí, todos son mis hijos— respondió Viggo mirando a Caenis, después miró a Uriel y por último a Solomon —son lo más valioso en el mundo—

—Entiendo— dijo Brunilda con una pequeña sonrisa mientras sostenía a Bell

En estos momentos la única que faltaba era Gwynevere, quien apenas tenía un poco más de medio años y necesitaba estar al lado de su madre. Semiramis ya se había mentalizado en esto, así que había puesto una habitación para el bebé al lado de su oficina. Uriel era demasiado animada por decirlo de una manera, por eso se quedaba en la casa. De lo contrario, nadie en la empresa de Semiramis podría trabajar durante todo el día.

Viggo se sintió complacido al verlos a todos tan bien, se acercó a un sillón al fondo de la habitación y con los niños a su lado, comenzó a cantar. Su voz sonaba gruesa y potente, pero con la suficiente entonación como para no asustar a los niños. Ellos lo miraban y Viggo cantaba recordando sus viajes por la mar turquesa, las playas de arena blanca, el sol sobre su cabeza y la brisa del mar ondeando su cabello. Eran días de ocio y tranquilidad, nada que ver con ahora. Era buenos días, pero no volvería atrás solo para vivirlos. Ahora estaba feliz viviendo en el presente y disfrutando de cada persona que lo rodeaba, ya sea sus esposas, hijos o familiares.

Viggo canto un par de veces y llego la hora de la comida. Ya ninguno lactaba, pero eso no significaba que todo fuera tranquilo. La comida salpicaba por todos lados, lo bebés se ensuciaban y los adultos también lo hacían. Ya por la tarde Viggo dejo la habitación de sus hijos que dormían en completo silencio. Camino con Rosewisse y Brunilda a sus lados.

—Me gustaría tocar la lira— dijo Viggo recordando como en el mercado de Atenas se reunían los músicos a tocar la lira, el arpa o la flauta. De los tres instrumentos el que más le parecía practico y agradable era la lira, ya que las arpas que conocía eran demasiado grandes y la flauta le parecía molesta. Una lira pequeña que cupiera en sus manos sería ideal. Viggo era hábil con las manos y con una sensibilidad estética para el arte. Al menos, eso le había dicho la gente que veía sus pinturas.

—¿No tienes suficientes cosas que hacer?— preguntó Rosewisse

—¿Qué es la lira?— preguntó Brunilda del otro lado

—Un pequeño instrumento de cuerda que puedes llevar en tus manos— respondió Viggo, después miró a Rosewisse y continuo —sí, tengo muchas cosas que hacer, mucho que estudiar, mucho que planificar, mucho que preparar y entrenar, pero quiero hacer esto. Este sentimiento que tengo cuando canto me gustaría acompañarlo con el sonido de la lira. Es como que estuvieras en el mar, escucharas el oleaje, pero no escucharas a las gaviotas graznar, se siente demasiado vacío, solitario—

Rosewisse se abrazó al brazo de Viggo y sonrió divertida. Le gustaba está faceta de Viggo, todo un misterio, lejana al guerrero que se mueve por el campo de batalla. Es otro tipo de pasión, diferente de la lucha. Una pasión y un sentimiento que llega a lo más profundo del corazón.

Brunilda no dijo mucho, solo acompaño a Viggo y Rosewisse hasta que llegaron a la habitación de Rosewisse.

Viggo miró a Rosewisse y le dijo —habla con Brunilda, explícale las cosas, busca una habitación vacía y dale su espacio. Si no le gusta, busca una habitación vacía en la casa de Bishamon—

Rosewise miró a Viggo a los ojos, asintió y le hizo el gesto con el dedo índice para que él se agachara. Viggo así lo hizo y Rosewisse le dio un profundo beso. Después se separaron, Viggo miró a Rosewisse y esta última se puso roja como tomate porque pensó que él la iba a besar. Sin embargo, Viggo solo movió su mano en señal de despedida y camino por el pasillo de vuelta.

Al mismo tiempo, Brunilda quedó mirando la espalda de Viggo, amplia, de gran estatura, cubierta por la ropa oscura con los bordados blancos. El cabello rojo y el físico atlético. Él avanzó sin mirar atrás y ella soltó un suspiro.

—Vaya, dije que te lo prestaría en broma, nunca hable en serio— dijo Rosewisse con los brazos cruzados

Brunilda se puso nerviosa y agito su única mano para negar, pero cuando vio a Rosewisse sonreír de manera burlesca, frunció el ceño y la miró con resentimiento.

—Eres tan odiosa, no has cambiado— dijo Brunilda

—Bueno, no es mi culpa que tú seas tan fácil de molestar— respondió Rosewisse con una amplia sonrisa. Después la guio a la habitación y cerraron la puerta para conversar lo que significaba vivir en esta mansión. Las reglas, lo que nunca debía hacer y todo lo que podía hacer.

Por otro lado, Viggo fue hasta las escaleras, bajo al segundo piso, después al primer piso y fue a la puerta de la mansión. Como lo vio, el gran carruaje de Semiramis venía entrando a la mansión tirado por cuatro enormes caballos blancos. El carruaje se detuvo en la entrada de la mansión, el cochero se iba a bajar, pero Viggo le hizo el gesto para que se detuviera. El cochero asintió con una sonrisa y Viggo se acercó a la puerta.

—Bienvenido, señoras— dijo Viggo como si fuera un sirviente mientras abría la puerta. Subió los primeros tres escalones, asomo su rostro y vio adentro a Semiramis sosteniendo a una bebé pelirroja y del otro lado a Scheherezade. Viggo tendió los brazos, Semiramis lo miró entrecerrando los ojos, pero Viggo solo sonrió. Semiramis soltó un suspiro y le tendió a Gwynevere.

Viggo recibió a la pequeña princesa pelirroja, alguien a la que su padre decía conocer a través de un antiguo conocimiento de un mundo de oscuridad; la princesa de la luz solar.

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