El día de la apertura del Templo de Tyr en el centro del Lago de los Nueve Reinos llegó y Viggo viajo a Midgar con la ayuda de Kiara. Hace solo unos minutos ella se había ido y dejado a Viggo en la entrada del jardín florido de la bruja, aquella que se hacía llamar Freya y Rosewisse juraba que era la diosa de los Vanir. Sin embargo, a ojos de Viggo solo parecía una mujer normal. Incluso se atrevió a pensar que ella al llamarse Freya ofendía la imagen que tenía Viggo en su cabeza sobre la diosa, madre de Ottar.
Por delante de Viggo se marcaba un sendero natural en medio del jardín. A los lados había pastizales amarillos con hermosos arbustos de color rojo y flores de color purpura que poseían un brillo especial, como si fueran luciérnagas. El espacio no superaba los veinte metros de ancho, rodeado de montículos de tierra natural que se convertían en colinas y mantenían oculto el jardín.
Viggo avanzó por el jardín colorido mirando a los jabalís que pastaban a veinte metros por delante de él de forma tranquila. A treinta metros más adelante había una pareja de venados y una pequeña cría. Sin embargo, a pesar de que todos pastaban tranquilos, al sentir el avance de Viggo salieron corriendo en la dirección contraria.
Viggo continúo avanzando sin darle mucha importancia. Al final del camino, cien metros por delante, el espacio se abría varias decenas de metros y se veía la enorme tortuga que debió medir unos cuarenta metros de largo por veinte de ancho. En su espalda cargaba con un enorme árbol que se elevaba diez metros y extendía sus ramas en todas las direcciones con hojas de un color rojo intenso. Dicha tortuga llevaba la choza de Freya bajo su vientre.
Viggo continúo acercándose y la tortuga lo noto. Ella lo miró con sus enormes ojos y giro su rostro. La tortuga un poco más inteligente que el resto de los animales, ya conocía a Viggo, así que no se asustó. Por lo menos recordaba haberlo visto en dos ocasiones, así que no lo considero un enemigo.
Viggo se detuvo debajo de la cabeza de la tortuga, casi tan grande como una choza. Estaba cubierta por musgo y otro tipo de hongos naturales que crecían en los bosques. Debajo de su mandíbula colgaba dos largas protuberancia que parecían bigotes mostachos.
—Hola, amigo— dijo Viggo para transmitir confianza al animal —¿Cómo estás?—
El animal lo miró durante unos instantes y soltó un leve rugido en señal de respuesta. Eso hizo sonreír a Viggo ya que le demostraba que el animal tenía cierto intelecto.
—Si te portas bien te traeré algo genial— añadió Viggo y continúo avanzando bajo la tortuga, donde estaba la entrada a la choza de la bruja Freya. Una construcción rustica hecha de madera que se veía sucia. Viggo subió los tres peldaños, se detuvo delante de la puerta y toco tres veces.
—¿Quién es?— preguntó Rosewisse en un tono juguetón desde el interior de la casa
—Hola— dijo Viggo siguiéndole el juego —soy el señor Dragonroad, vengo por la señora Dragonroad; la extraño mucho—
—Lo siento, la señora Dragonroad está ocupada— respondió Rosewisse en un tono bromista
Viggo se cruzó de brazos mostrando una gran sonrisa y agacho la cabeza como si estuviera pensando —eso es un problema— respondió —bueno, no hay problema, solo tendré que buscar a una nueva señora Dragonroad—
La puerta de la cabaña bajo la tortuga se abrió y una mujer alada con un cabello de plata y ojos azules, salió. Ella vestía una túnica café claro, suelta y un abrigo de cuero sin mangas, muy parecido al que ocupaba la bruja Freya.
—Desgraciado, se supone que tienes que insistir— dijo Rosewisse con el ceño fruncido. Sin embargo, al encontrarse a Viggo afuera, con los brazos cruzados y una sonrisa bromista, supo que él la estaba molestando.
—Hola, amor— dijo Viggo, se acercó a una Rosewisse sorprendida y le robo un beso. Rosewisse pronto se olvidó de sus pensamientos anteriores y lo abrazó mientras lo besaba.
Hace más de un mes que Viggo y Rosewisse no se veían. Ella estaba ocupada recibiendo la educación de la diosa Vanir, Freya. Por lo cual, la distancia genero anhelo, miedo y amor. No era como si hubieran quedado en malos términos o algo así, pero Rosewisse siempre le preocupaba que Viggo se tomara a mal estas visitas a Freya, como que ella ya no lo quisiera a él o su familia.
Alguien tosió interrumpiendo el momento entre los dos. Viggo y Rosewisse separaron sus labios, pero mantuvieron su abrazó. Ellos miraron hacia atrás y vieron a una mujer de cabello castaño, rostro ovalado, descuidado y simple. No existía un cuidado en su piel ni en su apariencia en términos de la moda convencional. Sin embargo, aun así, emitía el encanto de esos que han estado en la cima del poder.
—Veo que te llevas muy bien con tu marido— dijo la bruja Freya con una sonrisa amable —espero ver pronto una nueva valkiria—
Rosewisse gesticulo una amplia sonrisa y asintió con un rubor en las mejillas. Ella se separó por completo de Viggo y tendió su mano izquierda señalando el interior de la choza bajo la tortuga. Viggo camino por delante y Rosewisse le dio una sonora nalgada.
Freya en el interior de la choza soltó una risita y Viggo soltó un suspiro mientras negaba con la cabeza.
El interior seguía igual, la mesa con dos sillas a la izquierda. Un espacio amplio en el centro con un círculo rúnico. A la derecha la chimenea encendida y un caldero colgando con una sopa que emitía un vapor de todos los tipos de colores. Estantes en las paredes con todo tipo de frascos, raíces y otros tipos de elementos para la cocina o brujería. Quien quisiera cocinar en esta choza debía saber de brujería o terminaría comiéndose algo increíblemente venenoso.
—Tú— dijo Freya acercándose a Viggo y llevando su mano derecha a la mejilla. Viggo se quedó quieto, estaba acostumbrado a este tacto, era similar al de su madre cuando se preocupaba por él. Freya continuo —volviste a envejecer—
Viggo cerró los ojos y asintió. Rosewisse estuvo estudiando con Freya y Viggo hizo lo propio con las tres pinturas proporcionadas por Hera. Ya había llegado a dominar por completo la meditación, la soledad y las preocupaciones al punto de que podía ocupar los tres cuadros pintados uno detrás de otro. Por supuesto, todos eran conscientes de los cambios en Viggo, así que él tuvo que conversar con sus esposas y explicarles la situación. Ellas dieron su consentimiento para que él hiciera algo tan loco como ocupar las pinturas una detrás de otro, pero solo por esta vez. Gracias a eso, Viggo que en estos momentos debería tener diecisiete años, había alcanzado los veinte años. Su rostro se tornó más masculino y dejó atrás la apariencia andrógina de la adolescencia. Ahora él medía dos metros con cinco centímetros de estatura. Iba con el torso desnudo y llevaba puesto el cinturón con cabeza de león, la túnica espartana roja que le cubría desde la cintura a las rodillas y un par de botas de cuero. Gracias a la escasa ropa, mostraba una increíble construcción muscular como la de su maestro.
—He tomado algunas decisiones importantes— dijo Viggo dejando que Freya le acariciara el rostro —no es nada peligroso—
—No, pero es una pena que alguien tan joven tenga que dejar las formas de la juventud y unirse a las filas de los adultos—
Viggo abrió los ojos y la miró en diagonal hacia abajo para que sus vista coincidiera. Podía ver la mollera y frente de Freya y como ella tenía que levantar su rostro para que sus ojos coincidieran —voy a ser un buen rey de los dioses, no tengo tiempo para ese tipo de cosas— dijo
Freya soltó un suspiro admirando el rostro de Viggo enmarcado por los cabellos más rojos que ella hubiera visto. Un rostro cuadrado, masculino, unos ojos azules intensos y unos labios gruesos. Un hombre que en el más simple de los términos se podría considerar hermoso. Sin embargo, comparado con los otros dioses un niño ¿Acaso no era demasiado sacrificio pedirle a alguien así cargar con el destino del mundo?
—Espero que te vuelvas más sabio y cariñoso con el tiempo. Nunca ignores tú corazón, no es el mejor consejero, pero te mantendrá atento a los cambios, impidiéndote que te vuelvas insensible—
—Yo, lo tendré en mente—
Después de dicha conversación, los tres se sentaron a la mesa y Viggo puso a Freya y Rosewisse al tanto de lo que pasaba en Orario. En muchos sentidos, los grandes cambios fueron el nacimiento de Kenshin, hijo de Tsubaki y la partida de Tatsumi al Lejano Oriente.
—La tía Mikoto quedó destrozada— dijo Viggo —pero si Tatsumi le hubiera dicho, puede que nunca hubiera dado este paso—
—Me lo imagino— dijo Rosewisse a la izquierda de Viggo
—Tu hermano es desconsiderado— dijo Freya con un tono de voz cortante y una mirada de resentimiento
—Sí, puede ser— respondió Viggo manteniendo la calma y analizando la actitud de Freya. Según los cuentos, ella era madre de Baldur, uno de los asgardianos más peligrosos, junto con su hermano Thor —pero Tatsumi es un cuarto de Elfo, lo heredo de mi padre. Él vivirá durante muchos años y no puede vivir ese tipo de vida dependiendo de todo el mundo y sin saber hacia dónde se dirige—
—Y tu tía es mortal, Viggo— respondió Freya —su vida es demasiado corta y esos años de separación jamás se recuperarán—
—Entiendo, pero fue Tatsumi quien tomo su determinación y debemos respetarla. Estoy feliz y orgulloso de mi hermano. Tus sentimientos de madre no podrán ensombrecer mis sentimientos de hermano—
Freya se relajó al escuchar a Viggo hablar con tanta elocuencia, brillantes y claridad. Él entendió que ella hablaba pensando en su hijo y no en su hermano Tatsumi ¿Dónde estará Baldur en estos momentos? Se preguntó.
—Bueno, cambiemos de tema— dijo Viggo —Bell sigue creciendo y volviéndose más risueño que nunca. Le encanta balbucear cosas con Uriel y a veces da la impresión de que están conversando—
Rosewisse agacho la cabeza, pensando en el pequeño de cabello blanco e iris de color rojo.
—No, no, tranquila— dijo Viggo al notar a Rosewisse cabizbaja —lo digo para que sepas que él está bien, no para que te sientas mal. Él te espera, igual que todos en casa. Yo te extraño. Por favor, no te pongas triste—
Rosewisse miró a Viggo con dulzura, estiro su mano y él se la tomo —gracias— dijo —me alegra saber que Bell está bien—
—Por supuesto que va a estar bien— dijo Viggo con el ceño fruncido —yo estoy ahí—
Rosewisse soltó una risita y respondió —en ese caso dime algo que me alivie, no que me preocupe—
—Mujer— dijo Viggo como si estuviera enfadado por el comentario, pero la sonrisa en sus labios lo desmentía
—Es cierto— dijo Rosewisse —te tengo un regalo— ella soltó la mano de Viggo, la llevo a su cintura donde tenía atada la bolsa de la abundancia en su grueso cinturón de cuero y la soltó. Después coloco la bolsa de cuero sobre la mesa, la abrió y metió su mano en el interior. Unos segundos después sacó una decena de pergaminos de su interior, todos enrollados alrededor de una fina pieza de oro de aspecto tubular que en sus puntas parecía tener piñones de oro.
—¿De dónde los sacaste?— preguntó Viggo sin apresurarse a tomarlos
Rosewisse lo miró y después desvío la mirada hacia otro lado —los encontré, por ahí— dijo
—Rosewisse Dragonroad, dime ¿Adónde fuiste?—
—Fue a una mina enana, en las montañas, al noroeste del Lago de los Nueve— dijo Freya
—Maestra traidora— protesto Rosewisse
—Incluso yo te dije que era peligroso, pero nunca escuchas— señalo Freya
Rosewisse frunció el ceño y miró a Viggo como si ella no hubiera hecho nada. Sin embargo, la mirada seria y autoritaria de Viggo le decía que él no olvidaría esto tan fácilmente.
—Vamos, Viggo, no seas así— dijo Rosewisse —es algo genial, te va a encantar. Créeme, valió la pena tal viaje—
—Si valió la pena o no el esfuerzo, eso no importa— respondió Viggo —dijimos algo, me prometiste algo ¿Por qué no cumples tus promesas?—
—Yo…— dijo Rosewisse enojada, pero luego se calmó y añadió —quería ayudarte, sé que te preocupa el futuro, pero no sé cómo puedo serte de ayuda—