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Guerra y Fortuna 2.250

Después de la reunión con Edgar, Viggo, Sakura y Ana fueron por sus caballos y salieron de Orario con dirección sur. Atravesaron en un par de días el bosque de Wishe y llegaron a la ciudad minera de Sharm, ubicada cerca de la cordillera, muy cerca de un extenso y ancho rio que viajaba durante varios kilómetros hasta desembocar en el océano.

La ciudad de Sharm era extensa, con grandes murallas y un castillo. Prospera gracias al comercio de acero de damasco que tanto se compraba en la ciudad de Orario y otros reinos. Sin embargo, el destino de Viggo estaba en el puerto de orilla norte del rio. Ahí buscaron un hotel cómodo y esperaron durante un par de días.

Este viaje se realizó igual que la vez anterior, en una colaboración entre la Clarividencia de Viggo y la Fortuna de Bishamon. Sin embargo, era un poco más complicado de lo normal, ya que implicaba negociar con la diosa de las amazonas.

Esa mañana Viggo abrió los ojos, miró el techo plano hecho con planchas de madera barnizadas al natural. Después miró a los lados, Sakura a su izquierda con su cabello corto y purpura. Después volteo al otro lado y vio a Ana, de cabello largo y purpura. Ambas hermosas, jóvenes y de físico esbelto donde ciertas partes resaltaban. Antes la diferencia era más grande, pero hoy en día, Sakura y Ana poseían cuerpos glamorosos.

Viggo soltó un suspiro, se movió con cuidado y fue retirando sus brazos adormecidos por haber sido ocupados por Sakura y Ana como almohadas. Al principio parecía lindo dormir así, pero ahora era más un inconveniente. Incomodo sería la palabra precisa. Una vez que Viggo acomodo a Sakura y Ana, se sentó en la cama y miró los alrededores. Era una pequeña habitación de madera, acogedora y cálida. La ventana que daba al extenso rio estaba a cinco metros de los pies de la cama. Viggo se levantó y escucho a Sakura y Ana gemir a forma de queja porque él se levantaba. A él también le hubiera gustado seguir durmiendo, hace mucho tiempo que no había estado tan perezoso, pero se supone que hoy llegaba la diosa de las amazonas.

Viggo se levantó de la cama y puso un pie en el piso. Las tablas crujieron y escucho que alguien tomo una cabecera y se tapó la cabeza. Seguramente Sakura, pensó Viggo. Él camino hasta la ventana, tiro del pestillo hacia la izquierda y empujo la ventana para mirar hacia afuera y que entrara la luz del día y la brisa.

Por delante de Viggo se extendía una ciudad pesquera que bajaba en una suave pendiente hasta llegar al puerto. Se veían los barcos pesqueros atracando después de haber ido a pescar en la madrugada. También se veían otros barcos mercantes que venían desde la región árida, al sur oeste del continente, pero eran los menos.

Una gaviota voló en la distancia soltando un graznido mientras otras la seguían. También se escuchó el potente chillido de un halcón. Este último en pleno vuelo se lanzó contra la gaviota y en un espectacular descenso, atrapo a la gaviota con sus poderosas garras.

Viggo quedó mirando como el halcón se llevaba a la gaviota destrozada por sus poderosas garras, pero después perdió el interés y miró hacia el sur, donde se extendía el rio. A la distancia se veía un pequeño punto avanzar en su dirección, debería ser un barco, pero por la hora no podía ser uno pesquero. De lo contrario, dicha empresa estaba destinada al fracaso.

Viggo activo su clarividencia sin mostrar indicios de su poder en su mirada. Hoy en día no lo necesitaba. Antes era demasiado brusco, como quien tiene una jarra con agua y le lanza todo el contenido a una pequeña flor. Hoy se podía considerar más técnico y paciente, como si aun conservara dicha jarra, pero ahora tuviera un cuentagotas. Ahora ocupaba la energía divina necesaria.

La vista de Viggo viajo a la distancia por sobre la superficie de las aguas como si fuera un ave. Rápidamente llego frente a la embarcación que se veía a la distancia. Hecha de madera, con un amplio espacio y dirigida por mujeres. Todas de piel morena, escasa ropa y físicos poderosos. En medio de la tripulación había una niña con una máscara blanca, cabello rojo y un collar hecho con pequeños cráneos.

—Ya vienen— murmuro Viggo y cerró sus ojos para desactivar su clarividencia. Se dio la vuelta y miró a la cama, donde Sakura y Ana seguían durmiendo —Sakura, Ana, es hora, vamos. Ellas ya vienen—

Sakura y Ana gimieron al mismo tiempo en señal de disconformidad y se voltearon al otro lado con una cabecera cubriendo sus cabezas. Viggo camino hasta la cama y las fue despertando poco a poco hasta que ellas decidieron sentarse en la cama y conversar.

—¿Qué sucede tan temprano, Viggo?— preguntó Sakura con un tono de voz cansado mientras se rascaba los ojos con los nudillos de su mano derecha. Sus senos caían grandes y redondos.

—Sí, Viggo, es muy malo— añadió Ana en un tono de voz mimado. Su largo cabello purpura ocultaba sus senos.

—La diosa Kali ya llego, debemos ir a esperarla al puerto— dijo Viggo —será malo si la ponemos de mal humor—

—No dijiste que de todos modos daría problemas— dijo Sakura mirándolo a los ojos con una expresión somnolienta

—Sí, va a ser molesta— dijo Viggo —pero la idea es que sea lo menos posible. Vamos, levántate, tú también Ana. Se acabaron las vacaciones—

—No es justo— dijo Ana —estábamos tan bien, los tres, durmiendo hasta tarde, comiendo cosas ricas y haciéndolo cada vez que queríamos—

Viggo soltó una risita, se acercó y le dio un pequeño beso. Ella lo miró con esos grandes ojos de color purpura mientras el cabello embarcaba un rostro con forma de corazón. Sin duda alguna hermosa, pensó Viggo. Ella lo miró con la inocencia del amor.

—Vamos, otro día podemos tener una cita similar, pero ahora hay que trabajar— añadió Viggo

Ana sonrió con dulzura y respondió —si me das otro de esos puede que me lo piense—

Viggo no se hizo de rogar y le dio otro beso. Ella sonrió, lo abrazó y de forma sorpresiva lo tiro a la cama. Gracias al peso de la musculatura de Viggo, la cama crujió.

—Vamos— dijo Viggo con una sonrisa, pero un poco preocupado de verse arrastrado a algo que no podría negarse

—No— dijo Sakura mirando a Viggo tendido en la cama —nos debes—

—Así es— añadió Ana

Ambas se abalanzaron sobre Viggo y como él pensó, no se pudo negar.

Viggo llego a la costa como a eso de la una de la tarde en compañía de Sakura y Ana. Ellas vestían su ropa de aventurera oscura y coraza purpura mientras que Viggo iba con el torso desnudo, el cinturón con la cabeza de león y la túnica roja que le cubría desde la cintura a las rodillas. Los caballos se detuvieron frente al muelle en donde de forma sorpresiva, no había barcos ni otras personas, solo mujeres de piel canela. Cada una llevaba la suficiente ropa como para no decir que andaban desnudas. Unas iban con las manos desnudas, pero otras ocupaban lanzas, espadas y hachas.

Viggo se bajó de su caballo y camino hasta detenerse delante de las amazonas. Ellas al ver a Viggo soltaron una risita y se acercaron a él.

—Vengo a ver a la diosa Kali— dijo Viggo antes de que las amazonas intentaran probar su fuerza. Esa era la forma de las amazonas para buscar prospectos para compañeros y producir a la siguiente generación.

—¿En serio?— grito una voz infantil desde el muelle —ahora yo no te quiero ver; diviértanse—

Las dos amazonas delante de Viggo se abalanzaron sobre él sin emitir ningún juicio, pero eran débiles, a lo sumo nivel tres. Al mismo tiempo, Sakura y Ana que iban por detrás de Viggo se lanzaron contra ellas y de un solo puñetazo en la cara las vencieron. Sin embargo, la lucha no termino ahí. El resto de las amazonas se lanzaron contra las mellizas, espartanas contra amazonas. La fuerza, técnica y ferocidad se veían en cada uno de sus ataques. La diferencia de fuerza, disciplina y entrenamiento estaba a la vista salvo por dos muchachas de unos quince años, ambas rubias y casi del mismo tamaño que las mellizas.

Sakura se miró la palma de la mano y vio que tenía la piel quemada —¿Veneno?— preguntó de forma calmada. Miró hacia adelante y vio a una muchacha rubia con el cabello hasta los hombros. Llevaba un velo que le cubría la parte inferior del rostro, pero el resto de su cuerpo estaba casi expuesto. Unas gruesas tiras rojas con una línea azul en el centro cubrían sus pezones, pero dejaban al descubierto el resto de sus senos mientras unos pantaloncillos cubrían su sexo.

—Suficiente— dijo Viggo con voz gruesa y potente —no hemos venido a luchar, tenemos negocios que atender. Pido las disculpas respectivas por la demora, pero no tolerare más molestias—

Las dos muchachas rubias y de piel canela tiritaron al escucharon a Viggo, pero en lugar de retroceder, corrieron con dirección a Viggo, saltaron y lo atacaron con sus puños, pero Viggo se desvaneció por delante de ellas y solo sintieron que su vista se nublo sin saber que había pasado.

—Tienes muy poca paciencia— dijo la muchacha del cabello rojo, morena y con la máscara blanca. Por su apariencia no representaba tener más de diez años, pero Viggo lo sabía, Freya, su madre, Bishamon y su tía Hera le habían hablado de la diosa regente en la isla de Telskyura. Kali, la diosa de la muerte.

—Vengo por lo conversado. Traje lo que me pediste y quiero lo que me ofreciste. Es una molestia para ti y tus otras amazonas están a punto de matarla ¿Qué gracia tiene dejar que muera en vano?—

Viggo avanzó por el muelle, pasando por al lado de las amazonas inconscientes hasta alcanzar a la diosa que aparentaba ser una niña. Ella era tres cabezas más baja que Viggo, cabello rojo opaco, cuerpo delgado e infantil. Usaba una máscara blanca que le cubría el contorno de los ojos. Por su color parecía haber sido hecha de hueso.

—Kali, diosa de las amazonas— dijo Viggo con un tono de voz serio —¿trajiste lo acordado?—

—No sé cuáles son tus fijaciones con algo incompleto que se quedó a medio camino— dijo Kali de forma despectiva

—Mis asuntos no son tus asuntos—

—Ven— dijo Kali, camino por el muelle hasta la pasarela que conectaba con el barco. Ambos subieron al barco y Kali guio a Viggo hasta la bodega. Un lugar oscuro y húmedo con todo tipo de cajas. Parece que Kali ya había hecho sus otros tratos y solo quedaba Viggo. Este último avanzo en compañía de Kali hasta el final de la bodega donde había una pequeña jaula hecha de madera con un metro de altura, ancho y profundidad. Kali se detuvo y Viggo se acercó. Por la poca luz, Viggo solo pudo ver un cabello blanco.

—Ey, niña, hola— dijo Viggo con voz suave —hola ¿Estás bien?—

—Por supuesto que no va a estar bien— dijo Kali de forma despectiva —vivía en la isla de las amazonas sin ser una amazona—

—Lo que tu digas— respondió Viggo, con sus dedos pellizco el candado de la jaula y lo rompió. Entonces abrió la puerta y extendió sus manos hacia el interior. Era un cuerpo pequeño, a lo sumo dos o tres años. Sin embargo, para sorpresa de Viggo, la pequeña amazona saltó de la jaula y le mordió la mano con todas las fuerzas que había en su cuerpo.

Viggo no se inmuto y soltó una risita —parece que tiene tanto o más espíritu de amazonas que tus guardaespaldas.

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