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Guerra y Fortuna 2.248

Habían pasado dos días desde la reunión con Edgar, aquel noble de porte elegante, cabello rubio y mirada de cachorro abandonado. Se decía por las calles que andaba junto a su sequito visitando a los nobles de Orario con la intención de formar una alianza comercial. El tiempo de la diosa Hera había terminado y su sucesora no era digna de ostentar tantos recursos. Sin embargo, más allá de los pequeños nobles como barones y condes con alguna pretensión de realizar el negocio que los elevara en estatus, nadie le puso atención.

Así que ahora, dicho noble en sus ropas hechas de la tela más fina estaba sentado en un restaurante mirando a través del ventanal. El sol del medio día lo iluminaba todo, la gente de todos los estratos circulaba por las calles. Las carrozas tiradas por magníficos caballos avanzaban por las calles adoquinadas. El día se veía lento y su progreso en formar una alianza dentro de Orario estaba fracasando. Se preguntó qué pensaría de él su amada Virginia.

Sin embargo, de repente alguien dio dos golpecitos con los nudillos sobre la mesa. Edgar volteó su rostro y vio que era aquel muchacho pelirrojo arrogante del otro día. Le daba algunos puntos a su carácter, porque a pesar de que fue insolente y directo con Semiramis, él nunca perdió la calma. A lo mejor era por su confianza o estupidez, pero un hombre que no actúa de forma patética debe ser elogiado. Hoy vestía igual que aquella noche, abrigo negro de superficie sedosa y bordados blancos en los bordes. Una chaquetilla, pañuelo en el cuello, pantalón y botas, todo de un color negro que solo contribuía a resaltar su rostro como si no hubiera nada más radiante. Claro, sin considerar el vibrante cabello rojo.

Por otro lado, el pelirrojo (Viggo) estaba acompañado de dos muchachas de cabello purpura. Ambas maravillosas, llenas de juventud y belleza. Una tenía una mirada amigable y la otra una expresión indiferente que reflejaba timidez. Ambas vestían una coraza purpura y ropa oscura por debajo que hacía resaltar su rostro. Todo en ellas gritaba que eran aventureras. A lo mejor guardaespaldas del pelirrojo, pensó Edgar.

—Buenas tardes, Edgar— dijo Viggo con una sonrisa que reflejaba su entusiasmo —¿Te molesta si te acompañamos?—

—Claro, porque no— respondió Edgar con una sonrisa. Se levantó de su silla, llevo su mano derecha sobre su corazón y se inclinó levemente —mucho gusto estimadas damas, soy Edgar Clemm, pero pueden llamarme Edgar—

Sakura sonrió al ver una expresión radiante y pensó que Edgar tenía mucha experiencia. Después de todo, el entusiasmo es contagioso, acerca a las personas y abre los corazones. Y Edgar, podía trasmitir dicho entusiasmo a través de sus expresiones, aunque sus ojos fueran totalmente indiferentes.

—Mucho gusto, Edgar— dijo Sakura con una sonrisa radiante —soy Sakura, esposa de Viggo—

Edgar se quedó congelado por un segundo, pero se recuperó de inmediato y mantuvo su sonrisa.

Ana, del lado derecho de Viggo examino a Edgar de pies a cabeza. Como espartana no podía aprobar un físico tan infantil. Era como un muchacho delgaducho en sus diez años, solo que en tamaño adulto. Ella podía entender que llamara tanto la atención, tenía una mirada tierna como de un cachorro abandonado, pero no podía ignorar la parte más importante para ella, no tenía como defenderse. Sin embargo, a pesar de todo eso, mostro una sonrisa tímida como le enseño Kiara y se presentó —mucho gusto, Edgar, soy Ana, hermana de Sakura y esposa de Viggo—

Edgar levantó la ceja, ambas muchachas parecían aventureras, a lo mejor de alto rango, pero de bajo linaje. Viggo era el hijo de una de las diosas más prominentes de Orario, Semiramis se había vuelto de la noche a la mañana una de las mujeres más adineradas de Orario, solo superada por los dioses. Entonces ¿Cómo Viggo podía colocar a mujeres tan simples al mismo nivel que Semiramis?

—Mucho gusto— respondió Edgar con una sonrisa que estaba a punto de desvanecerse por las incongruencias de esta persona, llamada Viggo —por favor, tomen asiento— continuo —¿Quieren pedir algo?—

—Gracias— dijo Sakura —¿Qué me sugiere?—

—Cabernet sauvignon—

Sakura formo una amable sonrisa, pero no emitió ningún juicio, lo que puso a Edgar un tanto nervioso y miró hacia donde estaba el garzón. Él levantó la mano y pidió el vino como si alguien se lo estuviera solicitando.

Viggo ayudo a Sakura y Ana a sentarse y después se sentó él.

—¿Cómo ha ido todo?— preguntó Viggo

Edgar guardo silencio durante unos segundos y mostró una amable sonrisa —bien, me estoy reuniendo con varios nobles. Ya que la dama Semiramis no quiere asociarse con nosotros, tenemos que buscar otras opciones—

—Eeeeh ¿En serio? No lo sabía, pero te deseo lo mejor— respondió Viggo con una sonrisa y una mirada que demostraba que lo que hiciera o no hiciera Edgar le importaba menos que nada.

Edgar pensó que era imposible que a este hombre no le importaran los ostentosos negocios que tenía su esposa y no se preocupara porque otros se opusieran a ella. Sin embargo, por la expresión entre burlesca y amable, parecía no estar de acuerdo.

—Bonito anillo— señalo Viggo mirando la mano de Edgar, tenía un anillo de oro con cuatro rubís que formaban un espacio entre ellos similar a una cruz —¿Me dejarías verlo?—

Edgar llevó su mano derecha sobre su mano izquierda, como protegiendo su anillo, pero justo llego la botella de vino en una cubeta metálica con hielo. Edgar respondió retomando su sonrisa y miró al garzón para disimular su preocupación. Este anillo era el de su amada Virginia, algo que había recibido cuando los dos se conocieron. Era algo precioso que no cambiaría por todo el oro del mundo.

Por otro lado, el garzón abrió la botella de vino, vertió el contenido en las cuatro copas y se retiró. Viggo y compañía tomaron su copa, Edgar los siguió. Viggo vio el vino de color rojo brillante dentro de la enorme copa.

—Brindemos— dijo Edgar

Viggo lo miró a los ojos y sonrió —por supuesto, por los futuros negocios— dijo

Cosa que dejo a Edgar congelado, pero luego sonrió, pensando que Viggo estaba siendo burlesco —por supuesto, por los futuros negocios entre la casa Dragonroad y la Clemm—

—Claro— dijo Viggo, acercó su copa lo suficiente, pero fue Edgar quien hizo el gesto de chocarla con la de Viggo. Edgar también acercó su copa a la de Sakura y Ana, pero igual que Viggo, ellas no hicieron nada y fue Edgar quien hizo el esfuerzo para chocar las copas.

Edgar se sentía extraño, incomodo, como si estuviera delante de alguien que lo hacía sentir indefenso. Tomo una profunda respiración, miró a Viggo y espero a que él y sus esposas dieran el primer sorbo. Solo recién ahí Edgar bebió de su copa.

Viggo dejo la copa en la mesa y continuo —tú anillo, me parece interesante ¿Me dejas verlo?—

Edgar miró a Viggo, no parecía demostrar ningún gusto o atracción real por el anillo. Era como si solo lo quisiera mirar para despreciarlo. Tenía esa mirada en sus ojos, como si nada de lo que fuera o tuviera Edgar lo impresionara. Edgar mostro una sonrisa incomoda, se iba a excusar con palabras elocuentes, pero antes de que pudiera decir algo. Viggo coloco su mano derecha a unos cuarenta centímetros sobre la mesa. Al instante siguiente apareció una botella de color esmeralda que emitía un brillo dorado de su interior. No solo llamo la atención de Edgar, sino de todos los otros clientes que estaban en sus respectivas mesas. Viggo destapo la botella y salió un increíble aroma a especias. Nada que alguien dentro del restaurante hubiera probado u olido con anterioridad.

—Por favor, tráeme nuevas copas— dijo Viggo al garzón. Aquella persona vestida con una camisa blanca y chaqueta negra sin mangas se quedó perplejo. Sin embargo, una mujer rubia, esbelta y de actitud entusiasta que era la administradora del restaurante, tomo la oportunidad y llevo las cuatro copas.

—Señor— dijo la mujer, debe haber estado en sus cuarentas, donde recién se le empezaban a marcar las comisuras de los ojos.

—Gracias— dijo Viggo con una elegante sonrisa, le dio una breve mirada y después la ignoro. Viggo tomo la botella, vertió el líquido dorado en las copas. Ofreció una copa a Sakura, Ana y por último, una a Edgar.

—Adelante— dijo Viggo —mi cortesía—

Edgar lo quedó mirando y después miró la copa con el líquido que emitía un brillo dorado. Se le hacía agua la boca por probar tal licor. Edgar miró una vez más a Viggo, este último sonreía y finalmente Edgar acercó la mano a la copa, la acercó a su nariz y olió el aroma. Se sintió feliz, fuerte y en calma. No era parecido a nada que hubiera probado con anterioridad. Le dio un pequeño sorbo, dejo que el líquido deambulara por sus mejillas degustando su suavidad y fuerza. Una vez que lo tomo, se sintió increíblemente bien. Dio una profunda respiración y sintió que nunca había estado tan saludable.

Por otro lado, Viggo tomo el anillo de su dedo índice en su mano derecha, lo dejo sobre la mesa y dijo —ya viste que puede hacer mi anillo, es valioso. Dejo el mío aquí, puedes tenerlo como un seguro. Así que, déjame ver tu anillo—

Edgar lo quedó mirando, Viggo sonreía, pero se veía otra intención en su mirada. Un misterio, su anillo ni siquiera era tan valioso como para que alguien como él, necesitara robárselo ¿Qué quería?

Viggo lo ignoro y miró a la administradora del restaurante que aún seguía de pie al lado de la mesa. Viggo miró su expresión, también estaba deseosa de probar el estus. No la podía culpar, el estus era algo que hacía bien al alma. Viggo sonrió y le dijo —ve a buscar una copa para ti—

—Sí, señor— dijo la mujer, se dio la vuelta y camino a la barra donde el barman le facilito una copa para vino.

Por mientras, Edgar llevo su mano derecha sobre su anillo mientras se debatía si entregárselo o no.

La administradora del restaurante volvió con la copa, la puso en la mesa y Viggo vertió una cantidad considerable de estus. Menos que lo que bebió él, sus esposas y Edgar, pero lo suficiente como para que la administradora lo disfrutara.

La administradora con su cabello rubio, rizado y una sonrisa ansiosa, miró la copa. Después miró a Viggo, él asintió y ella acercó su mano temblorosa. Ella acercó la copa a su nariz, olió el aroma refrescante que la hizo sentir como después de una larga noche de sexo satisfactorio. Entonces bebió un sorbo, lo degusto igual que Edgar y una vez que lo trago, se sintió increíble. Sin embargo, cuando miró la copa se dio cuenta que no quedaba más. Era…una pena.

Viggo ignoro la mirada de la administradora y se enfocó en Edgar, sentado del otro lado de la mesa, acariciando su anillo como si fuera la cosa más valiosa del mundo. Viggo sonreía tranquilo y confiado de que en algún momento cedería. Era la desconfianza, pero también la curiosidad. Finalmente, Edgar se quitó su anillo y lo tendió. Viggo tendió su mano y Edgar soltó el anillo en la palma de Viggo.

—Sakura, sírvele un poco más de Estus a nuestro amigo— dijo Viggo como si estuviera premiando a Edgar por hacer lo que se le pidió.

—Sí— respondió Sakura con una amplia sonrisa que emitía entusiasmo

Por otro lado, Viggo ocupo su clarividencia y pudo ver toda la energía que había trasmitido Edgar al anillo a lo largo de los años que a su vez se transformó en conocimiento. Incluso, el remanente de energía de su anterior dueña. Aquella persona era una versión de Edgar más madura, manipuladora y cruel. Edgar solo era uno más de sus sirvientes para los que regalaba anillos que cambiaba todos los días. Como siempre utilizaba diez diferentes en cada uno de sus dedos, sus amantes al recibir su anillo pensaban que ella los amaba más que nadie en la vida. Sin embargo, aquella mujer tenía todo un cajón con diez cajas de anillos con el mismo diseño ¿Quizá a cuantos otros incautos engaño? Sin embargo, a un hombre no se le persuade con amabilidad, sino que se le habla directamente a su egoísmo.

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