Viggo entro al último cuadro pintado preparado por Hera titulado La Contemplación. Por delante de él se extendían largos pastizales que le llegaban a la rodilla. Cien metros más allá empezaban los árboles, pinos y eucaliptus de tres a cinco metros de altura. Viggo dio una vuelta sobre su eje mirando los alrededores y vio que estaba en el centro de un valle, con grandes montañas nevadas a la distancia. El lugar era tan silencioso que se podía escuchar el flujo de un rio y el bramido de los ciervos a la distancia. Un chotacabras emitió un silbido constante y resonante que vibro en el espacio y llego a los oídos de Viggo. Este último sonrió y miró hacia su derecha donde cien metros más allá comenzaba el bosque. Después se le unieron otros silbidos más suaves, pero que le indicaron que en este cuadro pintado había vida. No como en el de meditación que estaba absolutamente solo y su única compañía era un árbol de durazno. O en el cuadro pintado de la pesadilla, donde todo lo que había era una tierra desértica de la que emergían monstruos sin parar.
—Esto hubiera sido más apropiado para meditar— dijo Viggo con una sonrisa en los labios
<<Vives en muchos lugares a la vez— le había dicho el viejo Xiao, a quien Viggo llamaba abuelo —tu mente está dispersa entre lo que fue, lo que puede ser y lo que tienes que hacer. Para cada cosa existe su momento>>
Viggo agacho la mirada viendo los largos pastizales verdes que le llegaban a la rodilla y como entre sus filamentos, se divisaba una tierra oscura, húmeda y llena de vitalidad —vivir en muchos lugares a la vez— murmuro en voz baja
<<no creo que te falten habilidades de combate— le dijo Kratos en una ocasión —eres fuerte, ya tenías una buena base cuando llegaste, solo te faltaba la disciplina. Ahora solo te falta adquirir experiencia de vida y sumergirte en el campo de batalla. Luchar, es la única forma de volverse fuerte. Y si hubiera algo que yo debería enseñarte para completar tu entrenamiento, sería decirte que empieces a pensar por tu propia cuenta ¿Qué debería estar haciendo yo en este momento? Es una buena pregunta—>>
Viggo levantó su rostro al cielo, amplio, celeste y despejado. Con un hermoso y brillante sol elevándose de este a oeste por encima de las montañas nevadas —estar presente, ajajajaja ¿Quién pensaría que aquel viejo calvo de malhumor me diría algo tan acertado sin si quiera conocer las creencias del viejo? ¿Qué debería estar haciendo yo en este momento?—
Viggo tomo una profunda respiración, se sentó en el suelo en posición de loto y medito con los ojos cerrados. Él respiro, se concentró en que el movimiento de su cuerpo fuera perfecto, solo eso, nada más. No importaba el pasto, no importaban los animales, el cielo azul, el sonido del rio a la distancia ni el canto de las aves. Él era ese momento, él era la meditación, él era ese sentimiento tranquilo y feliz en su pecho, donde no entraban los miedos del pasado ni las preocupaciones del futuro. Él estaba meditando en ese momento y eso lo era todo.
Viggo soltó un suspiro, sintió hambre, pero cuando abrió los ojos, el cielo estaba oscuro y estrellado, con una hermosa luna irradiando luz pálida. Los grillos cantaban en los pastizales y los búhos ululaban desde los árboles. El viento mecía el pasto y generaba un roce constante.
Viggo se dejó caer de espaldas sobre el pasto, la tierra estaba blanda y húmeda, pero con un agradable aroma. Viggo miraba el cielo oscuro y el rio de estrellas más hermoso que había visto en su vida. No ¿Acaso alguna vez se había dedicado a contemplar las estrellas? ¿Alguna vez se había detenido a pensar en si lo que hacía era lo correcto? ¿Por qué se mueve de una forma y no de otra? Contemplar, era importante contemplar, pensó Viggo. Ahora que contemplaba las cosas desde una perspectiva tranquila y alejada del miedo del pasado y la angustia del futuro, podía ver más claramente qué era lo que había a su alrededor.
Viggo olvido por completo comer, se quedó contemplando el cielo, era hermoso y extenso. Una noche no bastaría para contemplarlo en toda su extensión. Demasiado inmenso y sublime. Sin embargo, volvió a recordar que tenía hambre cuando vio que los primeros rayos del sol se asomaban por el este.
Viggo se levantó del suelo sin preocuparse que toda su espalda estaba cubierta por manchas de tierra húmeda. Tomo una profunda respiración, miró los extensos pastizales a su alrededor, el bosque que lo rodeaba, escucho el sonido del rio hacia su espalda. Por delante el estruendoso aleteo de un zorzal, más allá el vibrante sonido de un chotacabras. Viggo extendió su mano derecha hacia adelante y puso su palma hacia arriba. Entonces, desde el anillo que tenía en su dedo índice extrajo una botella de vino y unos trozos de carne, pan y otros acompañamientos. Uno a uno los fue depositando sobre el pasto y generando una alfombra de hebras verdes sobre la tierra. Viggo se sentó y comió más feliz que nunca en su vida. El vino fue más dulce y embriagador que nunca mientras la carne salada y sabrosa. El pan tenía una suavidad inigualable y los otros alimentos tenían su propio encanto. Viggo comió lento y pausado, disfrutando cada bocado.
Después de comer, Viggo se levantó del pasto, guardo lo que sobro y miró los alrededores. No había nada más que pastizales mientras los animales y aves se escondían en el bosque a más de cien metros de distancia. Viggo giro sobre su eje, el pasto alto y meciéndose con la brisa matutina. El cielo despejado y el sol poderoso y brillante.
Viggo tomo una profunda respiración y se puso en posición para boxear. Sin embargo, en vez de moverse a toda velocidad como lo hacía cuando combatía contra sus enemigos o entrenaba con su maestro. Lanzó un puñetazo lento, el más lento que hubiera lanzado en toda su vida, cuido la forma, el movimiento del brazo, la forma en que estaban puesto los dedos y nudillos. Contemplo su movimiento en toda su extensión y sintió cada uno de sus músculos que lo acompañaba en el gesto. Ya sea sus pies avanzando y dándole equilibrio a su postura. Su torso funcionando como el punto de equilibrio entre su torso y sus piernas, proyectando el peso y transportándolo a su brazo y después a su puño. Su espalda tensa y sus músculos coordinados para que el puño pudiera alcanzar su máxima potencia.
Viggo se concentró en boxear durante horas, suave, pausado, contemplando sus movimientos, ya sea sus manos, torso y pies. No podía ver su espalda, pero podía sentir el movimiento de sus músculos. Una vez más avanzó y lanzó otro puñetazo, pero esta vez proyecto con su imaginación la imagen de su maestro. Grande, calvo, con el tatuaje rojo en su ojo izquierdo, barba espesa y expresión de pocos amigos. Gran musculatura, estatura prominente, miraba fría y concentrado en vencer a su oponente.
Viggo lucho contra Kratos, pero fue una batalla lenta y contemplativa, donde Viggo recordaba los movimientos de su maestro y trataba de imitarlos, pero era difícil, muy difícil. Ya que por la forma y el sentimiento que Kratos proyectaba, él no pensaba en lanzar un puñetazo, ni en patear, ni en cómo responder. Él flui con el movimiento y la situación, su cuerpo sabía como moverse, la disciplina había grabado en su núcleo el correcto movimiento y respuesta. Viggo sentía sus músculos adoloridos, ya que no estaban acostumbrados a moverse de esa forma, pero poco a poco lo estaba haciendo. En un combate, lento y contemplativo, donde Kratos encontraba a Viggo desprevenido a cada momento.
Viggo cayó de espaldas al suelo traspirando y jadeando con dificultad. Notando que la luz del sol se había vuelto naranja y estaba a punto de esconderse por el oeste. La brisa era agradable, la tierra húmeda y el aroma a naturaleza traía felicidad.
A Viggo le faltaba poco para aprender los movimientos de su maestro, pero él no pensó en eso. Solo se sentó y comió, él era ese momento. Los errores que cometió al tratar de imitar a su maestro no importaban y lo que le faltaba para ser tan bueno como él no le preocupaban. Él era ese momento y lo que pasara en un minuto más adelante o dos minutos o los minutos que depararan, no importaban. Solo importaba lo que estaba haciendo ahora, solo eso y nada más.
Pasaron treinta días y Viggo había transformado su excelente estado físico en algo más parecido a lo que podía lograr su maestro. Por supuesto, Viggo solo medía 1.8 mts, una cabeza más bajo que Kratos, sin contar que su desarrollo físico aun no estaba completo. Sin embargo, con respecto a las actitudes, forma y capacidad de reacción, lo había alcanzado. Al menos, así se sentía en su mente, pero aún no era suficiente. Viggo esperaba encontrar a su verdadero yo, lograr mostrar todo su potencial alcanzado la fortaleza de otro y transformar lo que tenía en algo propio. Todavía le quedaban sesenta días para salir de este cuadro pintado. Contemplaría su propia vida, su propia fuerza, la fuerza que había adquirido de Kratos, la que había adquirido de su propio padre y de eso emergería algo propio, fuerte y determinado. Algo que no lo haría inferior al dios al que temen los dioses de Orario.
Sin embargo, al caer en estos pensamientos, Viggo menguo y soltó un suspiro. De nuevo se estaba ahogando en el futuro y en las expectativas de lo que añoraba ser. Era importante tener un plan, un objetivo y una misión. Sin embargo, no estaba bien quedarse contemplando para siempre el pasado con todos sus miedos o el futuro con todas sus angustias. Él era este momento, el presente y en este momento sería lo mejor que podía hacer de sí mismo. Tomaría todo lo que había aprendido, lo mezclaría y lo elevaría a su máxima potencia. Sin embargo, para eso, él tenía que concentrarse en este momento. Este momento era el más valioso, no importaba lo que pasara en los próximos segundos, él era este momento.
Una vez más, Viggo soltó un suspiro, se sentó en el suelo húmedo mientras era rodeado por el pasto con una altura de sesenta centímetros y cerró sus ojos. Esta vez medito pensando e imaginando en su mente sus propios movimientos y cuáles serían sus reacciones. Entonces cayó en cuenta de algo; nunca había luchado contra Kain en su máxima capacidad. Cuando niños su padre le enseño jeet kune do, pero eso fue todo. Como adulto, Kain jugaba con ellos y Viggo recordaba todos sus precisos movimientos, pero no conocía la sensación de enfrentarse a un monstruo como su padre.
Viggo abrió los ojos, se desplomo de espaldas en el suelo y miró el cielo nocturno estrellado. La maravillosa luna emitía una luz blanca demasiado fría. Viggo pudo haberse preocupado, sentido mal o preguntarse si lo podría hacer. Si realmente él pudiera ser más fuerte que su padre. Llenarse de los miedos del pasado como cuando era niño y creía que sí o sí debía ser el más fuerte, como su padre. Sin embargo, ahora Viggo estaba en calma, los miedos del pasado no le preocuparon ni las angustias del futuro. Él solo cerró sus ojos y se durmió con una sonrisa en los labios pensando que el día de mañana tenía sus propias preocupaciones. En ese momento, las enfrentará y se volverá mejor a cada momento.