Hera mando a llamar a Viggo y él viajo al cuadro pintado.
La diosa había hecho sus cambios en las pinturas que había prometido, tres en total, pero Viggo había adherido a la solicitud dos pinturas más. Una para él, solo pensando en el desarrollo y la herrería que necesitaría trabajar si quería seguir progresando y algún día heredar el negocio familiar. La otra pintura era una solicitud de Rosewisse, a la cual después se sumó Semiramis y el resto. Así que tomaron el cuadro pintado de Alfheim con su exquisita de playa de arena blanca y vegetación primaveral y se la entregaron a Hera. En total, cinco cuadros pintados que demostraban el inmenso poder y utilidad que tenía crear "cuadros pintados".
Ahora, la diosa en su enorme biblioteca, con innumerables estantes repletos de libros, había colocado los cinco cuadros pintados en fila sobre cinco atriles de madera individuales. Antes, cada cuadro pintado parecía una real pintura como las que poseía Kain y que había pintado Eliana. Sin embargo, ahora tenían una estructura acuática que daba la impresión de estar viendo un paisaje a través de un pozo de agua cristalina.
Hera, la diosa de la creación, vestía su usual toga griega blanca y una corona de laurel hecha de oro. Su cabello rubio emitía un brillo dorado, su apariencia era impecable, divina, en el sentido literal de la palabra. Sin embargo, al llevar a Dorian en sus brazos (un bebé de meses), perdía esa aura de inalcanzable.
—¿Cómo estas Dorian?— preguntó Viggo tendiendo sus manos al bebé de cabello rubio y fino como filamentos de oro. Tenía los ojos azules como todos los Dragonroad.
La diosa Hera sonrió con amabilidad y le tendió al bebé que vestía una ligera túnica blanca que dejaba sus regordetes brazos y piernas al aire. Viggo abrazo al bebé y este último lo miraba con sus inocentes ojos, al igual que Eina, fascinado por los cabellos rojos de Viggo. Este último sonrió y se quedó mirando a la diosa mientras su padre, Kain, estaba al lado de Viggo.
—Viggo, presta atención— dijo Hera con voz seria
—Sí, tía— dijo Viggo mientras le daba un pequeño beso en la frente a Dorian.
Hera hizo una mueca de diversión y negó con su cabeza ¿Este sería el futuro rey de los dioses de Orario? No parecía alguien muy confiable con un bebé entre sus manos. Hera miró a los cinco cuadros pintados con las estanterías con libros por detrás de ellos. Esto era el centro de la biblioteca, donde había dejado un amplio espacio para colocar sillones y poder sentarse mientras leía.
—De izquierda a derecha— dijo Hera —son los cuadros pintados que según indico tu padre, necesitarías—
—¿El abuelo…— iba a preguntar Viggo, pero Hera levantó su mano para que se detuviera
—Ya lo consultamos también con el anciano Xiao. Modificamos lo que se había que modificar, todo con la intención de que te sea de utilidad—
—Perdón, siga adelante—
Hera asintió y dijo —cada cuadro pintado extenderá tu tiempo de permanencia durante ciento veinte días por una hora, lo que a su vez te dará la oportunidad de enfocarte en lo que quieras aprender, meditar o razonar—
—Eso es genial…— dijo Viggo, pero al ver la expresión en el rostro de Hera, se calló.
—No es tan sencillo— añadió Hera —a lo mejor, no te das cuenta, pero cada cuadro pintado está hecho para que tú entres solo y nadie más. Eso quiere decir que serán ciento veinte días de aislamiento, donde no hablaras ni verás a nadie. Eso, para un ser un humano e incluso, si logras la divinidad ahora mismo, será una pesada carga—
Viggo se quedó congelado. Eso significaba pasar un tercio del año en completa y absoluta soledad.
—No te preocupes, estamos preocupados por ti— añadió Hera con voz firme. A pesar de que su tono de voz se escuchaba seductor, se sentía poderoso y magnético —por eso, solo podrás ocupar un cuadro a la vez, una vez cada tres meses. Se sabio, no te estaremos vigilando. Distribuye los tres de forma que puedas ocupar uno cada mes. Como te dije, no te estaremos vigilando, así que, si haces alguna locura como utilizar los tres, uno detrás del otro, no nos culpes si pierdes tu mente—
—¿Serán ciento veinte días?— preguntó Viggo
—Sí, ciento veinte días por una hora del mundo físico— respondió Hera —cada uno es un bioma en particular. El primero, la cima de la montaña más alta que pueda tener un mundo. Serán doce metros cuadrados (tres metros por cada lado) de espacio de meditación donde también habrá un durazno que ocupa un cuarto del espacio—
Viggo trago saliva de solo escuchar eso. Era cierto que había superado su miedo a las alturas con las constantes bromas de Rosewisse, pero eso no quiere decir que le gustaran. Por otro lado, Hera prácticamente le estaba diciendo que debería permanecer sentado en un pequeño espacio para una persona.
—El segundo cuadro pintado es una tierra amplia de más de diez mil metros cuadrados de desierto— continuo Hera —en el día es caluroso como ningún otro lugar y por la noche es un verdadero tempano de hielo. Además, cada cierto tiempo aparecerán enemigos en secuencia, uno por cada metro cuadrado cada un minuto. Si no eres rápido en vencerlos a todos, serás sobrepasado, vencido y asesinado. Un verdadero infierno de violencia y muerte—
—Viggo, muchacho— dijo Kain de pie a la izquierda de Viggo. Este último dio un respingo y miró a su padre. Elfo, cabello blanco largo hasta la cintura, orejas puntiagudas y mirada tranquila. Eso le dio un descanso a la mente de Viggo, quien parecía más preocupado segundo a segundo. Sin embargo, Kain no quería hablar con él, solo le llamaba la atención y tendía sus brazos porque quería que le pasara a Dorian.
—Dame a tu hermano, Viggo— dijo Kain —lo estás abrazando con mucha fuerza—
Viggo miró hacia abajo y vio a su pequeño hermano entre sus brazos. Sí, era verdad, sus brazos cada vez estaban más cerrados y aunque el bebé todavía no comenzaba a llorar, parecía incomodo.
—Lo siento, padre— dijo Viggo, le tendió a Dorian y Kain lo recibió. Este último sonrió y le hizo el gesto con la mirada para que él se concentrara en lo que iba a decir Hera. Viggo asintió, miró a la diosa en su toga griega y la corona de oro con forma de laurel sobre la cabeza.
—¿Puedo continuar?— preguntó Hera con un tono de voz sarcástico
—Sí, lo siento, tía— dijo Viggo
—Bien— dijo Hera —ahora, sí, el segundo cuadro es un infierno en todo el sentido de la palabra donde aparecerán enemigos que lucharán contra ti sin compasión alguna. Piénsalo bien antes de utilizar este cuadro pintado porque en el sentido literal de la palabra te puede matar—
—Lo entiendo, tendré cuidado—
—Si con eso fuera suficiente— dijo Hera con desdén mientras negaba con la cabeza. Seguro que se metía al cuadro pintado pensando en que sería solo luchar. Eran ciento veinte días de lucha sin descanso. Hera no sabía cómo Xiao podía ser tan cruel y su marido permitir que algo así existiera. Hera tomo una profunda respiración y continuo —el último cuadro pintado es una planicie cubierta de pasto en medio de un valle. El clima seguirá el curso normal de Orario. Así que, si te metes a finales del verano, vivirás el otoño y parte del invierno dentro del cuadro pintado. Es un lugar para autocontemplación, dijo Xiao; lo necesitaras—
—Entiendo— respondió Viggo, algo asustado por la situación. El último cuadro pintado no parecía terrible, más parecía un real lugar para meditar, muy diferente del primer cuadro pintado.
—¿Te interesa probar el primer cuadro pintado ahora?— preguntó Kain mientras sostenía al bebé Dorian entre sus brazos —será una hora de tiempo en el mundo real, pero dentro del cuadro serán ciento veinte días de meditación forzada. Podrás comer y hacer tus necesidades, pero no habrá nadie con quien conversar, a ningún lugar que ir, ni sexo, ni risas, ni compañía. Solo tú y nada más—
Viggo sentía que el corazón le palpitaba a un ritmo acelerado. Se sentía extraño, como si estuviera en su cuerpo, pero a la vez no. Miró los cinco cuadros pintados, sobre todo el primero, donde había dibujado una enorme montaña desde lo alto con un durazno y una superficie plana en su cima.
—Yo, yo…— dijo Viggo sintiéndose helado
—Si no quieres, no lo hagas— dijo Kain
Viggo negó con la cabeza, avanzó a paso lento hasta la pintura, sin mirar a nadie, pero justo cuando la iba a tocar, alguien lo tomo por la muñeca. Viggo miró a la persona que lo detuvo, su tía Hera, quien lo miraba con tranquilidad.
—¿Tienes todo lo necesario?— preguntó Hera
—Yo, sí, tía— dijo Viggo con dificultad, levantó su mano derecha y mostro el anillo de oro que le había hecho su padre, donde llevaba la mayoría de sus cosas —papá ya me había dicho que me preparara—
Hera miró a Viggo, rostro joven con una expresión de indefensión. Ella se preocupó, miró a Kain y le preguntó —¿Tendrá suficiente?—
—Sí, tiene suficiente comida, pero si no es sabio no podrá sobrevivir. Es su elección, no tuya, Hera— dijo Kain
Hera frunció el ceño, no le gustaba cuando Kain tomaba decisiones tan frías ¿Qué tal si su Dorian el día de mañana tenía actitudes como las de Viggo? ¿También lo mandaría a entrenar lejos? Por supuesto, ella no lo permitiría.
Hera volvió a mirar a Viggo, cabello rojo, rostro joven, guapo, pero con una expresión de indefensión que solo él podía poner —te lo preguntare una vez más— dijo poco convencida —¿Estás seguro? Son ciento veinte días de meditación forzada, donde no habrá más compañía que un árbol de durazno—
—Sí, tía— dijo Viggo en voz baja y con cierto miedo. Lo más solo que estuvo fue cuando estuvo con la familia de su maestro, pero a ellos los veía todos los días. Eran pocas personas, pero había alguien con quien conversar —yo lo haré—
—Hijo— dijo Kain, Viggo lo miró sosteniendo a su pequeño hermano Dorian y Kain continuo —recuerda, cierra tus ojos y concéntrate en tu respiración. No importa lo que pase, no importa si empiezas a pensar en otras cosas. No hay cosas como lo bueno o lo malo. Solo mantener la calma, concentrarse en respirar y tratar de mantener una mente en blanco, una mente que vive en el presente—
—Yo, padre, lo entiendo— dijo Viggo, después miró a su tía Hera quien todavía lo sujetaba de la muñeca. Ella lo soltó, Viggo sonrió, asintió y camino hasta poner su mano en la pintura. Entonces, en un solo instante, sintió una corriente de aire frio que ondeaba su cabello. Él miró hacia adelante y vio el árbol de durazno en una esquina, ocupando casi un tercio del espacio. Después miró hacia sus espaldas y vio un profundo, por no decir, un precipicio sin fin. Viggo se echó hacia adelante y cayó de rodillas sobre el piso de roca sólida. No había nada más que el espacio para sentarse y el árbol de durazno. Nada. A la distancia se veían valles, más montañas, las nubes blancas que viajaban de lado a lado, pero nada.
Viggo se sentó en la superficie rocosa y plana, pudo ver algunas piedrecillas, pero ninguna raíz, musgo u otro tipo de forma de vida. El viento paso ondeando su cabello rojo y Viggo miró la bastedad de esta tierra. Viggo tomo una profunda respiración y cerró los ojos. Entonces recordó lo que le decía su padre, concentrarse en la respiración. Eso era lo importante, un punto de inicio y para retomar la meditación si estaba perdiendo concentración. Respirar, sentir como se inflan sus pulmones y se expande su diafragma. Exhalar, sentir como sale el aire de sus pulmones.