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Un Elio Reyes de diez años entró furioso a su hogar, cerrando de un portazo, y trató, inútilmente, de escapar de sus padres que estaban platicando en la cocina que se compartía con el comedor y la sala. No quería que lo vieran, tapándose el rostro lloroso con sus manos cuando un preocupado Juan lo tomó del brazo antes de que se escondiera.

—¿Eli? ¿Qué tienes, Eli? —Preguntó Juan, hincándose para estar a la misma altura que su hijo. Elio seguía sin dirigirle la mirada ni quitar sus manos de su cara, hipando y sorbiéndose la nariz—. Elio, ¿por qué lloras? Por favor, retira tus manos de tu bello rostro.

Elio negó con la cabeza.

—No.

Juan Reyes hizo una mueca ante la negativa y suspiró.

—¿Por favor? Déjame verte...

Eli quitó sus manos lentamente, sin poder ir en contra de su padre más, pero no lo miró a los ojos. Uno de los suyos estaba rojizo y con sangre goteándole de la esquina de sus cejas, las mejillas estaban sonrojadas por su llanto y Juan Reyes solo alcanzó a retener su respiración ante el asombro.

—Papá, ¿soy un monstruo? —Elio murmuró, dejando caer otra lágrima. Esos preciosos ojos grisáceos con tonos dorados estaban tan tristes, devastados, temerosos de cómo sus padres reaccionarían ante él.

Juan negó vehementemente y atrajo a su hijo contra su pecho, abrazándolo con firmeza.

—No, por Dios. Claro que no. Elio, ¿quién te hizo eso? —Jaló a Elio otra vez hacia atrás, para tomar entre sus manos su rostro y acariciar las heridas que lo adornaban—. Eli, por favor, contesta. ¿Quién se atrevió a lastimarte? ¿Peleaste con alguno de los niños?

—Papá... —sollozó Eli, queriendo volver a ser arropado por los brazos de su padre—. Mis amigos... Me aventaron piedras... Dijeron que soy un monstruo porque... encontramos un animalito, un pajarito con el ala rota... Todos lo estaban acariciando y cuando... cuando lo toqué... Se murió. ¡Papá, se estaba ahogando y murió! Yo juro que no hice nada, solo murió, lo juro, papá... —entre hipidos contó, asustado.

A Juan le empezaron a temblar las manos, sabiendo exactamente qué estaba pasando. Se volteó a ver a Sasil, su esposa, quien acarició su cabello con preocupación, abrazándose a sí misma sin saber qué hacer.

—Te creo, Eli. Te creo... —volvió a abrazar a Elio contra su pecho y acarició su espalda, murmurando palabras reconfortantes.

Una vez más, Elio pasó la noche en vela, observando la lluvia caer en la madrugada sin poder evitar los recuerdos del accidente.

Ahora que está en la terraza del colegio, sin importarle las consecuencias, trata de observar a la gente pasar y conversar para poder olvidarse de sus problemas. Elio le mintió a Arian al decir que socializa, ya que no ha entablado ninguna relación con sus compañeros y no piensa hacerlo. Siempre se le han dificultado las relaciones de cualquier forma; la última vez que tuvo amigos, estos lo apedrearon porque un pájaro se murió justo cuando lo tocó. Entonces, la gente del pueblo lo evitaba, rumores crueles persiguiéndole y se volvieron peores al ser el único sobreviviente del accidente de su familia. Pero, Elio ya no vive ahí y no piensa volver.

Por lo tanto, observar a la gente es entretenido, sin involucrarse en sus vidas. No hay razones para que quiera formar parte de ellos, salvo el que tal vez ayude a la carrera de su tío y esa es otra excusa más para evitarlos.

Aquí, en este colegio, sus compañeros no lo odian, pero tampoco son muy simpáticos con un huérfano, adoptado por alguien influyente, que no le habla a nadie y saca buenas calificaciones. Elio Reyes no le puede importar menos el cómo lo vean las demás personas, de hecho, le fascina pensar cómo puede ser relevante en alguna plática cuando no es partícipe de ella.

Se abraza a sí mismo, buscando calor en el suéter del uniforme del colegio, el hilo de su pensamiento cambiando al manuscrito de Reyes de Oro y Plata, cómo su tío parecía interesado en él y el inútil intento de Elio de creer que estas cosas sobrenaturales que le han pasado tal vez tenga que ver con algo escrito en el libro. No sirve de nada quemarse la cabeza para llegar a la única conclusión: está loco. Aunque eso debe diagnosticarlo el psiquiatra.

Pero, dejando lo malo que le trajo el libro, nunca fue un mal recuerdo el leerlo, sentir sus páginas, amar a los personajes, encariñarse con cada uno de ellos y sentir sus frustraciones. El protagonista, Sak Eclipsis, a veces le parecía muy puro e ingenuo, siempre tendiendo sus manos en circunstancias que no lo beneficiaban en lo absoluto, sobre todo cuando intentó que su medio hermano, Kairan Eclipsis, lo apreciara, aunque sea un poco. En un mundo donde se está en guerra por el poder, es difícil que hermanos de bandos contrarios puedan llevarse bien sin intentar asesinarse. Pero Sak nunca tuvo ese tipo de pensamientos contra Kairan, sonrió a pesar de todo y entendió que no todos lo amarían, comprendiendo por qué fue rechazado hasta el final por su hermano.

A veces pensaba que Sak estaba inspirado en Soleil, su hermana menor, quien significaba todo para Elio. A veces agradece (y se siente mal por ello) que no haya sufrido a la hora de su muerte, no hubiera aguantado verla un minuto más en ese hospital, luchando por sobrevivir, contando los días que le quedaban de vida, pensando que en cualquier momento se iría por alguna enfermedad. Sin embargo, a su corta de edad de ocho años, Soleil le había enseñado tanto. Ella no merecía nada de esta vida, era la niña más empática y amable. Le encantaba abrazar a los árboles; decía que eran portadores de buena energía y siempre la hacían crecer más, le daban la fuerza que necesitaba para sobrevivir a sus "gripas" (como ella llamaba sus idas al hospital), también se inventaba unas historias sobre ellos (que algunos odiaban el ruido, que les reconfortaba que Soleil los visitara y abrazara y a veces, ella decía se quejaban de que los humanos eran crueles cuando mataban a sus iguales). La recordaba siempre descalza, pálida y sonriente, mayormente en cama, pero amando el calor del sol abrazar su cuerpo cuando salía a pasear al jardín cuando su enfermedad mejoraba. Excéntrica, pero en todo momento siendo ella misma, sin miedo al qué dirán.

Un suspiro tembloroso escapa de su boca, y se soba el pecho justo donde está su corazón, porque duele, mucho, y se pregunta si alguna vez dejará de hacerlo.

Sin previo aviso, la puerta de la terraza se abre estrepitosamente, la atención de Elio enfocándose enteramente en ella.

Hace meses que deambula por la terraza, sin necesidad de pedir permiso, aunque esté prohibido, de algo sirve ser el hijo adoptivo de Arian Reyes y él no va a desperdiciar el poder que tiene sobre la gente. Entiende que, de alguna forma, Elio es el favorito de los profesores, ya sea por la importancia que tiene o su fama de buen estudiante, pese a que tiene la sospecha que se debe más la primera opción.

Por lo que, cuando un sonriente y despreocupado Adrián Flores se anima a acompañarlo, Elio Reyes no tiene más que un pensamiento: "¿querrá venderme algo?"

—Reyes, al fin te encuentro.

El presidente estudiantil, Adrián Flores, es el segundo favorito después de Elio Reyes, pero lo que diferencia a ese favoritismo es que no solo es famoso entre los profesores, sino también entre los estudiantes. Es el chico de oro, no tiene ningún rasgo físico destacable, más que la altura y unos ojos miel, pero es atractivo y su carisma no es ningún chiste. Llama la atención con una sonrisa y pláticas interesantes, siempre sociable y accesible.

Es todo lo contrario a Elio, por lo tanto, era normal que se repelaran naturalmente. Así que, su sorpresa es genuina cuando escucha que Adrián lo estaba buscando.

—¿Para qué me buscaría el presidente estudiantil? ¿Acaso me metí en algún problema? —Pregunta sin un ápice de interés.

Adrián frunce el ceño, sin perder la sonrisa.

—No, para nada —responde, acercándose a Elio, cerrando la puerta detrás de sí—. Solo... mi nombre es Adrián Flores —se presenta como si no se hubieran sentado juntos en todas las clases por casi cuatro meses, extendiendo la mano para que la estreche Elio.

—Sé quién eres —ahora es el turno de Elio de fruncir el ceño, viendo la mano de Adrián con extrañeza sin estrecharla.

Adrián baja la mano, avergonzado, y la frota contra su pantalón de vestir del colegio.

—Lo lamento. Es una costumbre porque nunca he hablado contigo ni siquiera en clases. También lamento eso. Mira, no estoy aquí para regañarte, ni decirte que está prohibido estar en la terraza ni saltarse clases...

—No estás montando ningún buen ejemplo — Elio se burla, rascándose la cabeza con aburrimiento.

—Eso también lo lamento... —poco a poco la sonrisa desvaneciéndose para ser reemplazada por una mueca de inquietud.

—Siento que solo estás aquí para lamentarte y no decirme lo que sea que hayas venido a decir —la voz de Elio sale con un tono más de sarcasmo. No está interesado en nada que Adrián Flores quiera hablar, pero es divertido burlarse del presidente estudiantil frustrado y sin mucha plática de por medio, balbuceando y lamentándose. Además, hay una sensación de intriga en Elio cuando alguien a quien ha observado por meses, interactúa con él. Es como si hubiera dejado de existir en segundo plano y se volviera parte de la imagen, recordando que existe al mismo tiempo que los demás.

Adrián no parece contento con ninguna de las oraciones que suelta Elio, así que, aprieta sus labios, una mueca de disgusto formándose en ellos.

—Entiendo si nuestra invitación te incomoda, por lo mismo de que no hablamos-... —Adrián se detiene a sí mismo cuando la mirada intensa de Elio cae sobre su ser y se siente desnudo.

Ah, mierda, piensa Adrián Flores.

Elio Reyes le observa y las palabras parecen desvanecerse de la boca de Adrián. Él sabe para lo que vino, y no piensa irse sin ninguna respuesta positiva, aún si le cuesta algo grande. Está desesperado. Muy desesperado, que no ha tenido otra opción que venir a rogarle a Elio Reyes haga algo por él.

—¿Invitación?

Los ojos miel de Adrián nunca dejan el rostro de Elio, un brillo de inseguridad nublándolos. Pero cómo explicarle... Cómo hablar con un chico que no habla. Elio Reyes le pone nervioso como ningún otro lo ha hecho. Se siente peor platicar con Reyes que dar un discurso enfrente de miles de personas. Su carisma se desvanece y una versión patética y con puros balbuceos aparece. Por ello mismo, Adrián nunca ha podido mantener ningún tipo de plática con su compañero de pupitre, ni siquiera cuando les ha tocado hacer trabajos juntos en clase. Es una sensación tan poca propia de él, y le da miedo.

¿Quién no conoce a Elio Reyes? El que los vigila desde la terraza, no habla en clases más que para participar, no tiene amigos, es carismático con los profesores, tiene un padre adoptivo que es gobernador de un estado, está siempre rodeado de guardias fuera del instituto y es sorprendentemente bello. Adrián Flores tal vez —solo tal vez— tenga le guste Elio Reyes desde hace meses.

—Hay una fiesta hoy en la noche, toda la escuela estará ahí. Sé que casi no te llevas con nadie, pero no queríamos excluirte. —Eso ha sonado peor de lo que pensaba, Adrián siente su boca seca. Elio rueda los ojos, sin ni siquiera parecer interesado. Necesita capturar su atención de alguna manera, pero ¿cómo?

—¿Quién exactamente me está invitando? Porque presiento que tú no fuiste el de la idea. — Elio recoge su mochila, porque no vale la pena perder su tiempo con ideas que solo lo llevarán a estar (una vez más) en la oficina de Arian, observándolo escribir con furia sobre su laptop hasta que un regaño esté formulado por completo y nuevos castigos se presenten—. Además, ¿quién carajo tiene una fiesta en miércoles?

—Mañana la mayoría sale de viaje porque ya acabaron los exámenes. Las clases a este paso no significan mucho para nuestras calificaciones, los profes están terminando de dar los resultados...

—Mmmm —es lo único que menciona Elio, aunque ya esté ignorándolo y caminando sin mirar atrás hacia la puerta de la azotea. Puede sentir las pisadas apresuradas de Adrián también, su respiración un tanto agitada por estar hablando rápido.

—Y no soy yo quien lo está organizando, es un compañero llamado Hugo Villa, no sé si lo conozcas. Es un tipo güero, flaco y se sienta delante de nosotros en clases... Sí sabes quién es su papá, ¿no? Es amigo de tu padre, el diputado Villa-... — Elio se detiene ante esa mención, por lo tanto, Adrián también.

—Adrián, déjame preguntarte algo: ¿por qué me están invitando? — Elio es directo, sin sentir que el parloteo de Adrián vaya a algún lado, se da la vuelta para enfrentarlo de nuevo, presintiendo que hay algo—. Nunca hemos hablado en cuatro meses, las veces que hacen fiestas siempre soy excluido de ellas, y ahora, mágicamente, estoy invitado a una... Lo que me deja pensando en dos opciones y ninguna los deja bien parados a tu grupo de amigos, sobre todo a ti-...

—Le gustas a alguien de mi círculo de amigos —suelta Adrián, cerrando los ojos con derrota, mordiéndose la lengua antes de seguir explicando—: No puedo decirte quién es porque no me corresponde, pero, estoy intentando que se conozcan. Hace poco supe de ello, solo... Mira, sé que no hemos hablado ni un poco y que me hace ser un imbécil siquiera pedírtelo, pero ¿podrías ir y rechazarla?

Ah, piensa Eli ladeando la cabeza y cruzándose de brazos, está desesperado. El chico enfrente de él con gestos nerviosos, mintiéndole, está enloqueciendo y quiere saber por qué.

Entonces, sonríe y se dice a sí mismo que tal vez sí vale la pena escaparse, hacer enojar a su tío, escuchar el regaño y socializar con las personas que más lo detestan: sus compañeros.

Adrián solo aprieta sus labios en una fina línea, sin comprender qué acaba de pasar y por qué Elio Reyes le está sonriendo.

—¿Acaso estás enamorado de esta persona, Adrián Flores? —cuestiona acercándose al presidente estudiantil, siendo casi de la misma altura, Elio no tiene que alzar mucho la vista para estudiar cada una de sus expresiones. La sonrisa sigue intacta, queriendo parecer un poco más amigable de lo que en verdad es.

Adrián se aclara la garganta y se rasca la nuca, dudoso.

—No es así. —Suspira.

Elio asiente, sin creerle, pero se hace hacia atrás, y lo decide.

Mientras, Adrián piensa que está jodido; que los descubrió; que ya no hay nada qué hacer, que los acusará... Sin embargo, Elio muerde el interior de su mejilla y dice:

—Está bien. Iré. — Elio sacude su cabello negro, y desvía su mirada de Adrián, creando un plan para librarse de su tío en lo que el presidente estudiantil sale de su estupefacción.

—Oh. ¡Oh! Sí. ¡Sí!, está bien, te mandaré la dirección. Tengo tu número por el anterior proyecto grupal, así que... Ok. Está bien. —Una sonrisa gigantesca y contagiosa aparece en la cara de Adrián. Elio le regala otra sonrisa—. ¿Te paso a buscar? ¿O cómo le hacemos? Bueno, lo discutimos por mensaje. Está bien. Ok.

—Está bien —repite Elio, no seguro si se arrepentirá después.

~*~

Tres Piernas se remueve incómoda en su silla, haciendo una mueca cuando Elio está callado, mirando todo menos a la consejera, ignorándola como si no existiera. Hace más de media hora que llegó, con el café que prometió de algún lugar que no reconoce, sin decir ninguna palabra y suspirando, pensativo y enojado. Muchas personas le ponen nerviosa a Tres Piernas, pero nunca alguien menor que la llama por su apodo. Supongo que debe ser por el aura que desprende Elio cuando existe cierto problema en su mente,

—¿Elio? —se aclara la garganta, mencionando su nombre.

Elio sigue sin dirigirle una mirada, tocándose las puntas de sus dedos con ansiedad.

—La primera vez que se manifestó lo que sea que tenga, fue cuando tenía ocho años, maté las flores favoritas de mi madre. No le dije nada a mis padres. Pensé que era un fenómeno, alguien maldito. Aun lo sigo pensando, pero, cuando por fin, pude confirmar de verdad que era un rarito, mis amigos me apedreaban por haber matado a un pájaro. Lo envenené sin querer... —cuenta, y parece que le cuesta por cómo aprieta sus dedos con fuerza, y evita por completo el contacto visual—. Y mis padres... Dios, debió ver sus rostros cuando les conté. —Una risa sin gracia burbujea en su pecho—. Tenía diez años, y esta cosa volvió aparecer. Era... —niega con la cabeza—, soy un monstruo. Había matado a un ser vivo a los diez años.

—¿Elio?

Él vuelve a negar con la cabeza, implorando que deje de decir su nombre, para poder imaginar que ella no lo está viendo como si estuviera mal de la cabeza. Está hablando, eso es lo que quería Arian, entonces... que, por favor, esta pesadilla termine. Nunca habría podido decir esto enfrente de las personas de su tío. Nunca.

Si soltarlo hace que desaparezca el dolor, solo así podría dormir por las noches y dejar de pensar en ellos.

Parece estar maldito, lleno de recuerdos, sentimientos, emociones y dolor; mucho dolor. Le pesa en el alma, en su mente y cuerpo. Todo está desequilibrado desde que regresó de la muerte y no sabe por qué no es él mismo. No quiere tocar el piano, porque le recuerda a su familia. No tolera a su tío, porque en cada una de sus facciones está el fantasma de su padre. Detesta los espejos, porque no soporta observar la cicatriz en su pecho, un recordatorio de lo que perdió. Se rodea de plantas, aunque mueran a los días por más que las cuide, porque no quiere olvidar a su hermana. Y Dios, su madre... su mamá. Necesita escucharla, tener alguno de sus abrazos y ser aconsejado.

Se siente tan perdido y con tanto miedo, que es casi insoportable.

—Después de los diez... no recuerdo que otro incidente igual sucediera. La verdad, no recuerdo mucho esa edad, más que la apedreada. —Sacude su cabeza, tratando de alejar esos pensamientos negativos, y ahora una sonrisa se abre paso por su rostro.

—¿Por eso no quieres tener amigos? ¿Temes tanto al rechazo que te encierras en ti mismo así nadie pueda lastimarte? —Tres Piernas pregunta con delicadeza, para que Elio no vuelva a encerrarse. No le está creyendo ni una palabra, pero está preocupada, porque solo demuestra qué tan grave está Elio después del accidente.

Elio, por fin, posa sus ojos en ella. Un escalofrío recorre el cuerpo de la consejera ante la intensidad de la mirada, como si no quisiera que ella esté viendo a través de él; como si hubiera cruzado una línea que no debió.

Pero, todas sus preocupaciones desaparecen cuando Elio se ríe, echando su cabeza hacia adelante.

—Claro que no. Las relaciones interpersonales son cansadas. Suficiente tengo con mi padre y su secretario. Una por una, hasta que sane. Por eso estoy aquí. Eres la consejera, pero debes tener algún posgrado en psicología, ¿no?

Tres Piernas está a punto de contestar a ello, pero Elio la deja con la palabra en la boca y sigue hablando:

—Pero lo estoy intentando, ¿sabe? Hoy fui invitado a una fiesta.

Tres Piernas quiere decir algo, pero ¿cómo volver a mencionar una conversación que Elio cerró como si no hubiera confesado que mató a un pájaro y se llamó a sí mismo monstruo?

—Adrián Flores me imploró que fuera.

La consejera parpadea varias veces, procesando lo que acaba de escuchar.

—¿El presidente estudiantil te imploró que fueras a su fiesta? —Ella cuestiona, sin poder creerlo. No porque no cree que alguien quiera pasar tiempo con Elio, sino que es raro que después de tantos meses sin verlos interactuar, ni siquiera en clase, ahora Adrián muestre un interés en Elio.

—Usted lo conoce muy bien. He visto que viene seguido por sus consejos, profesora Tres Piernas. — Elio ladea la cabeza.

—Y eso no debe por qué importarte —La consejera alza una ceja, poniéndose a la defensiva sin pensarlo.

Elio Reyes solo se encoge de hombros, sin ofenderse ante el comentario brusco.

—Solo lo mencionaba porque me pareció interesante que dos alumnos estrella pasen por aquí. ¿La incomodé de alguna forma, profesora? —Dice de forma inocente, sin intención de burlarse, no hay ningún indicio de estarlo haciendo. Eso solo hace que Tres Piernas se relaje, suspirando y quitando la tensión que empezó a formarse en cada uno de sus brazos.

—No, Elio, no me incomodó. Lamento si soné muy dura, pero, así como a ti no te gusta que comente sobre tus sesiones, es el mismo caso con Adrián —explica, recargándose en su escritorio lleno de archivos polvorientos, con las manos enfrente y un ceño fruncido que denota el cansancio que siente.

Elio asiente, también inclinándose.

—Profesora Mónica, debería tener cuidado. Cualquiera podría malinterpretar las situaciones que presencia sin explicaciones —Reyes se levanta de su asiento, con la mochila en su hombro, mirándola con pena—. Si me permite, debo irme antes de que los guardaespaldas interrumpan porque me estoy llevando más tiempo del necesario.

La profesora Mónica, apodada Tres Piernas, está tan sorprendida y llena de tensión que ni siquiera nota que Elio la acaba de llamar por su nombre. Nada más observa cómo Elio le sonríe de lado, abre la puerta de su oficina y sale de ahí.

Está jodida, ¿no es así?

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