Con un caminar sereno y la mente despejada, Glen se dirigía a su laboratorio. La vista era maravillosa, de niño jamás pensó que un lugar así de tranquilo podría existir. Una ciudad sin guerra, con conocimiento y comida, donde la gente podría disfrutar de sus vidas de una manera tan relajada.
Los sueños de Tezca y sus amigos se cumplieron con el pasar de los años. Sin importar lo duro que fue el llegar a este punto entendían que era necesario proteger lo que aman. Los niños corrían libres por la ciudad jugando a altas horas de la noche, que era iluminada por las estrellas, las calles, aunque fueran solitarias eran bendecidas por decenas de faros bioluminicentes que no dejaban a su suerte a la mas mínima forma de vida.
Una ciudad creada a partir de un cuento, donde en su mayoría todos son jóvenes, moldeables y adaptables. Sin crimen ni odio. Una utopía digna de una historia de fantasía. Ni siquiera Kantubek o la Ciudad Rastafari, poseían este nivel de pacifismo.
Las personas eran educadas para entender que eran entrenados para ser guerreros en un jardín y de esa forma, nunca ser jardineros en una guerra.
Una simple idea que en otros tiempos difícilmente pudiera ser aceptada. Incluso hoy en día la gente no entendía bien la razón detrás de tanta calma y organización.
—Señor Glen nos pasa el trompo
Gritaron unos niños en su dirección, el pequeño juguete había rodado a sus pies desde un pequeño parque iluminado en tonos verdes y rojizos, todos eran tan felices. Una leve sonrisa se esbozó en su rostro y les dio el juguete. Acaricio con inocencia el cabello del niño más cercano, recordando con tristeza su propia infancia llena de sangre y llanto, creando en su mente un enorme contraste. En aquellos tiempos donde ser un niño de la calle era igual a una vida de miseria y sufrimiento. Los observo jugar un rato y siguió su camino.
Podía ver a través de las ventanas de las casas, como las familias jóvenes se reunían para la cena, otros tantos celebran algo, algunos más disfrutaban del tiempo entre risas.
Un hombre sin emociones como él era un grano de arroz en el frijol. Podía pasar desapercibido toda su vida si fuera necesario. Jamás tuvo un amor, jamás tuvo un propósito, solo siguió a Tezca a través de aquella aventura cuando eran niños porque no había otra cosa que un hombre como él pudiera hacer.
Con el tiempo solo aprendió a defenderse, a ser un escudo indestructible. Quería ser de ayuda para todos, sin embargo, no entendía cómo hacerlo. Su mente era una coraza, sus pensamientos acelerados iban más allá de lo que podía expresar. Podía estar varios pasos adelantado a todo, siempre y cuando hubiera información que pudiera procesar. Una vida llena de melancolía y conocimiento, sin poder expresarlo o saber en qué ocuparlo, dependía tanto de otros, que lo hacían sentir inútil. Todos lo alababan por su gran cerebro, sin saber que eso mismo lo estaba matando lentamente.
"Solo hay dos momentos importantes en la vida de hombre, cuando nace y cuando descubre el por qué"
Fue una frase que estaba escrita en un viejo trozo de papel que encontró hace tanto tiempo, su necesidad de encontrar más conocimiento lo llevo a lo más profundo de las ruinas en las antiguas ciudades. Muchas de ellas solo eran pueblos fantasmas donde la naturaleza empezaba a reclamar su territorio.
Poco a poco descubrió por cuenta propia los secretos de la humanidad, sino que también encontró los secretos del universo.
Al llegar a su laboratorio, grandes piezas de chatarra se veían por todas partes. Eran las piezas defectuosas o por reparación de las antiguas naves de batalla. Desde que encontraron los depósitos de tecnología Lemuriana en el océano indico Glen dedico gran parte de su vida a repararlas para cuando fuera necesario.
Siempre se preguntó cómo era posible que los humanos alcanzaran la cúspide del conocimiento tantas veces en los últimos 100 mil años y aun así se destruyeran una y otra vez, obligando a sus descendientes a empezar de nuevo la búsqueda del conocimiento.
Sonaba estúpido en su cabeza, los humanos habían evolucionado tanto con tanta variedad de razas a lo largo de los siglos, que simplemente no cabían en el mundo, se destruían así mismos todo el tiempo, un proceso de selección natural que debía dejar a los mejores especímenes, pero no fue así, aquellos que poseían grandes capacidades para el conocimiento se extinguieron, aquellos que tenían capacidades extraordinarias para pelear se extinguieron, y así sucesivamente, alcanzaban el punto máximo de su especie y después se consumían así mismos.
La forma en la que el poco conocimiento se esparció llego a ser ridiculizada, la ignorancia reinaba y los idiotas disfrazados de genios abundaban. Al final, la raza humana actual solo eran los vestigios de una raza que pudo llegar a la grandeza en el universo y que hoy en día solo es la mínima expresión de lo que pudo ser.
Una pantalla holográfica se proyectó frente a él, en la imagen se veían las lunas de júpiter, la imagen cambio y era posible ver el cinturón de asteroides, la imagen siguió cambiando, se podían ver algunos exoplanetas en las afueras del sistema solar. La imagen en la pantalla fue cambiando gradualmente hasta revisar cada parte del sistema solar, un patrullaje que empezó hace algunos años cuando supo que había vida en otros planetas.
Sin tener idea de cómo comunicarse, o que hacer realmente en el espacio, habilitó satélites artificiales con tecnología Lemuriana, Teotihuacana, Tartaria e Inca. En una labor titánica, recibió el apoyo de su maestro y de Tezca para obtener algunas de esas tecnologías en su juventud. Al grado que ahora la vida misma en este planeta no sería posible sin ella. Sin un poder como el de su maestro, sería imposible reiniciar el mundo. Así que dependen completamente de esta tecnología. La cual enseña con vigor a sus alumnos.
Cuando creo los satélites también mando naves no tripuladas con tecnología robótica ruso-china-americana, que casi había sido sepultada en el olvido. De forma que empezó a colonizar los planetas del sistema solar para saber si era posible que la humanidad se expandiera y empezara un nuevo proceso de evolución. La respuesta fue muy difícil de asimilar, los humanos son débiles y los entornos fuera de este mundo son crueles, ni siquiera puede obtener frutos de las plantas que ya sembró en otros planetas como Marte o Plutón.
"¿Sería posible expandir esta utopía en el universo?"
La respuesta a la que llegó le dolió en el corazón, por más posibilidades que busco siempre llegó a la misma respuesta.
"Será posible, solo si la humanidad actual desaparece y evoluciona a una más consiente de sí misma"
Era imposible que se logrará que todo el mundo se salvará de un destino lleno de sufrimiento. La vida actualmente era la consecuencia de una larga lista de decisiones ignorantes y una mala administración de las ideas. Era la consecuencia del egoísmo y la ignorancia.
Glen lo observaba todo, su destino solitario y sin emociones lo hacía ver todo con una perspectiva diferente. Incluso si había una guerra próxima a estallar el destino de la raza humana y todo el logro que habían acumulado estas últimas décadas, estaba destinado a perderse en el espacio, como un grano de arena en el vasto océano.
La existencia misma jamás sabría que los humanos vivieron y murieron. Si el enemigo amenazaba todo entonces no había escapatoria. Solo quedaba vivir hasta el último instante y estar dispuestos a pelear hasta la muerte, incluso si había una solo posibilidad de esperanza esta seria limitada y condenaría a los sobrevivientes a un final trágico.
Su cabeza llena de posibilidades solo lo estaba haciendo sentir mal, sin embargo, debía seguir adelante, su persona era un signo de esperanza para muchos, aunque él mismo no lo quisiera.
Cuando su mirada se perdía en el infinito, una cosa llamo su atención, una pequeña ciruela crecía en la rama de una planta de injerto, dentro del invernadero 336 de Marte. Siguió enfocando la imagen con curiosidad, no solo una, había varias creciendo en toda la plantación.
Una señal de esperanza había aparecido ante sus ojos.
"Tal vez el proceso de evolución en los humanos también este próximo a suceder"