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Voluntad

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  Las ramas de un gran árbol se movieron de manera abrupta, acompañado de un ruido seco. Justo en el pasto, un pequeño niño descansaba, su mirada inocente demostraba que estaba sufriendo y estaba a punto de llorar, mientras la sangre resbalaba por su frente.

  --¡Mi vida! --Una mujer, escandalizada por lo sucedido, se acercó a pasos veloces--. ¿Estás bien? --Preguntó con cariño.

  --Déjalo, él debe levantarse por si mismo. --Dijo una voz solemne y femenina a espaldas de la mujer. La dama volteó y al ver de quién se trataba, expresó una complicada mirada.

  --Pero...

  --No lo consientas, la nación necesita hombres fuertes y, no permitiré que lo vuelvas una frágil rama.

El niño dejó caer un par de lágrimas por el excesivo dolor, pero al ver a su abuela, frunció el ceño y, trató de soportar el dolor.

  --Niño, levántate. --Dijo la mujer mayor con voz de mando. El niño la escuchó, pero no pudo cumplir con la orden, debía admitir que era más fácil decirlo que hacerlo.

  --Suegra --Dijo la dama con un tono cálido--... Gus todavía es un niño, no debe tratarlo así...

  --¿Tratarlo así? --La anciana miró a su nuera con ojos filosos-- ¿Acaso dudas de mi forma de enseñar? --Su mirada se volvió más seria-- ¿Juan ha sido malo contigo? --La dama negó con al cabeza--, ¿Alguna vez se ha sobrepasado? ¿Alguna vez ha hecho algo incorrecto? --La dama volvió a negar con la cabeza--. Entonces cállate y observa --Su mirada se volvió hacia el pequeño infante--, niño, levántate.

El pequeño trató de levantarse con la ayuda del tronco del árbol, sus pequeñas piernitas temblaron.

  --Por ti mismo, niño. --Dijo con severidad. Gustavo, enrojecido por el aguante del dolor, quitó su mano del tronco, levantó su pierna y luego se apoyo en su rodilla, su brazo tembló, la fuerza era insuficiente, estaba mareado y el dolor era insoportable para un niño de cinco años.

  --Ya fue suficiente. --Dijo la dama, acercándose con rapidez al pequeño niño y, abrazándolo con calma y amor--, tranquilo mi bebé, yo te ayudo. --La anciana se quedó de pie, observando todo con ojos serios.

  --No, mamá --Negó repentinamente con la cabeza--, yo puedo. --La anciana sonrió, la primera vez que expresaba una emoción en esa arrugada cara. La dama alejó rápidamente sus brazos del infante, asintiendo con cariño.

  --Claro que tú puedes. --Dijo con amor.

  --Levántate, niño. --Dijo la anciana una vez más--, demuéstrame tu voluntad. --El niño asintió y, una vez trató de levantarse.

  --Yo puedo. --Dijo en voz baja.

  --Levántate.

Con calma, Gustavo logró colocarse de pie, sonriendo lleno de felicidad y, olvidando momentáneamente el dolor de su cabeza. La anciana se acercó, mirando de cerca a su nieto.

  --Recuerda esto, niño... La fuerza no es nada, sino tienes la voluntad y la sabiduría de saber ocuparla.

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En una sala espaciosa, similar a la decoración de un salón del trono, una criatura humanoide sujetaba con su mano, una escultura de hielo, muy parecida a un humano.

  --Ratas, preparen los líquidos, que voy a comer. --Dijo la bestia en voz alta y con autoridad. Al no serle de utilidad, lanzó el cuerpo del humano congelado al suelo.

  --Sí, señor. --Dijeron los hermanos al unísono.

Un ligero y espaciado goteo se comenzó a escuchar, haciéndose más más frecuente al paso de un breve momento.

  --Espera, hermano verde. --Dijo el hombrecito rojo, colocando su mano para impedir que su hermano continuara caminando.

Se escuchó una tenue explosión, liberando en los alrededores un vapor frío-caliente.

  --Soy más difícil de matar de lo que aparento. --Dijo una sombra entre el vapor. La bestia frunció el ceño, mostrando sus colmillos con furia, estaba más que hambriento, por lo que no dudaría en acabar rápido con su oponente.

  --Te habría convenido estar muerto. --Dijo con un tono siniestro.

La silueta de Gustavo salió de la cortina de vapor, mostrándose ante la bestia de una manera muy diferente del inicio. Su ojo derecho estaba oscurecido, mientras que sus brazos brillaban con llamas enegrecidas, sus cabellos largos bailaban con fiereza y, su expresión era la de alguien deseoso de sangre.

El joven desapareció repentinamente, apareciendo nuevamente justo enfrente de la bestia, la criatura se sorprendió por primera vez por su velocidad, pero su sorpresa solo duró un respiro, pues tan pronto en qué vio a su oponente, se decidió a matarlo. Gustavo evadió el puñetazo que se dirigía a su rostro y, con toda su fuerza, estrelló su puño derecho en el estómago de la criatura humanoide, dejando que el fuego salvaje consumiera parte de su dura carne, mientras era enviado a retroceder un par de pasos.

  --Maldito.

Gustavo hizo caso omiso a las palabras de la bestia y, con la misma se lanzó nuevamente a atacar, golpeando varias veces el mismo punto. La criatura fue forzada a tomar una posición defensiva, protegiéndose con ambos brazos la parte inferior de su pecho y estómago. Al notar una abertura, la bestia expulsó de su boca un aliento glaciar, congelando el propio viento y convirtiéndolo en pequeñas cuchillas. El humano esquivó el frío aliento, pero no bajó la intensidad de sus ataques, continuó golpeando con fiereza en cada parte libre del cuerpo de la bestia, intentado que el poderoso fuego de sus brazos lo comenzara a consumir. Gritó, enfurecido y, con su palma empujó el enorme cuerpo de su adversario, el mono blanco endureció su expresión al ver cómo la silueta del joven se aproximaba nuevamente y continuaba con su tanda de golpes.

  --Hermano rojo, el humano se volvió más fuerte. --El hombrecito asintió, tratando de no perderse ni solo segundo del combate.

La bestia rugió nuevamente, saltó hacia atrás y observó a su oponente. Gustavo se detuvo por un momento, mientras su mirada era atraída por un objeto familiar: su hermoso sable, el cual se encontraba a decenas de pasos de él, tirado al lado de unos cuantas rocas.

  --Admito que te subestime, humano, pero ya no volveré cometer ese error. --Dijo con una voz fría, llena de una intención asesina.

Volvió a respirar profundo, guardando en sus pulmones gran parte de oxígeno, las llamas en sus brazos se volvieron más intensas y negras. Aunque todavía conservaba el rojo de una llama común, la oscuridad de la muerte la estaba consumiendo poco a poco. El joven volvió a correr a su máxima velocidad, gritando con fiereza y expulsando el oxígeno de su pecho en el acto. El grito fue muy poderoso, casi ensordecedor, viajando a los oídos de los presentes y, provocando en sus corazones, sentimientos complicados.

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