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EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 12 - Los últimos 30.000 kilómetros (42)

Los últimos 30.000 kilómetros (42)

Joe Miller no se había quejado mucho pese a que había estado gruñendo para sí mismo durante la última mitad de la caminata. Medía más de tres metros de altura y pesaba más de trescientos kilos y era tan fuerte como diez Homo sapiens puestos juntos. Pero su gigantismo tenía desventajas. Una de ellas era que sufría de los puentes de los pies. Sam le llamaba a menudo el Gran Piesplanos, y con mucha razón. A Joe le dolía el andar mucho, y cuando estaba descansando sus pies le dolían también a menudo.

Zam ziempre decía que de no zer por nueztroz piez, nozotroz hubiéramoz conquiztado el mundo dijo Joe. Estaba frotándose su pie derecho. Afirmaba que era el fallo de loz puentez de nueztroz piez lo que había hecho que noz eztinguiéramoz. Puede que tuviera razón.

Era obvio que el titántropo necesitaba al menos dos días de descanso y cuidados. Mientras Burton y Nur, podólogos aficionados pero eficientes, trabajaban en Joe, los demás se dividieron en dos grupos. Regresaron varias horas más tarde.

Tai-Peng, el jefe de uno de los grupos, dijo:

No he podido encontrar el lugar del que nos habló Joe. Ah Qaaq, el otro jefe, dijo:

Nosotros lo encontramos. Al menos, parece que podemos trepar por él. Está muy cerca de la catarata, sin embargo.

De hecho, está tan cerca dijo Alice que no puede verse hasta que casi estás sobre él. Será tremendamente peligroso además. Muy resbaladizo por el agua que cae constantemente sobre él.

Joe gruñó y dijo:

¡Ahora recuerdo! Era el lado derecho por donde zubimoz. Loz egipcioz lo ezcogieron porque decían que el lado izquierdo traía mala zuerte. Ezte zendero debió zer el que el Etico colocó aquí para el ca...

Yo no lo llamaría un sendero dijo el maya.

Bueno, zi ez como el otro lugar, puede irze por él. Lo era, y podía irse por él.

Siete días más tarde, estaban en la cima de la montaña. La nieve y el hielo habían hecho los peligros más grandes de lo anticipado, y el aire les debilitó. Sin embargo, consiguieron llegar a otra meseta. El Río estaba ahora muy abajo, cubierto de bruma.

Tras unos cuantos kilómetros, descendieron por una ladera mucho más fácil de recorrer. El aire era más denso al fondo y más cálido, aunque todavía frío. Avanzaban a través de un cada vez más fuerte viento, hasta que llegaron a otra montaña.

No vale la pena ni ziquiera penzar en ezcalar ezta. Tenemoz zuerte, de todoz modoz. La gran cueva de loz vientoz debería eztar a unoz pocoz kilómetroz a nueztra derecha. Bien, quizá no tanta zuerte. Ya veréiz cuando lleguemoz allí. Pero ezo puede ezperar un poco. Tengo que dezcanzar ezoz hijoz de puta de miz piez de nuevo.

El Río brotaba en un enorme y grueso chorro para descender con rapidez por una suave pendiente. El rugir del agua y del viento era ensordecedor, pero al menos allí no hacía tanto frío. Joe, el veterano del paso a través de la cueva, iba delante. Ató una cuerda a su cintura, y todos los demás ataron a ella sus muñecas.

Advertidos por Joe de que se sujetaran fuerte, giraron la esquina y se metieron en el agujero brobdingnagiano. Alice resbaló y cayó fuera de la cornisa y fue izada de nuevo, chillando. Luego Nur, aún más pequeño que ella, fue arrojado por una ráfaga, pero también fue izado a salvo.

Las antorchas de los egipcios se habían apagado a causa del viento cuando Joe los había conducido a través de la aullante caverna. Ahora podía ver, aunque no demasiado lejos. También, le gritó a Burton, aquella cornisa era más ancha que la de la derecha.

¡Muchacho, la mierda de zuerte que hubiéramoz tenido zi los Eticoz hubieran fundido eza corniza! ¡Zozpecho que penzaron que nadie podría llegar hazta tan lejoz después que retiraron la cuerda y cegaron el túnel!

Burton sólo oyó parte de lo que decía Joe, pero llenó el resto.

Tuvieron que detenerse dos veces para comer y dormir. Mientras tanto, el Río iba alejándose gradualmente al fondo, y finalmente desapareció. Burton, curioso por saber cuan profundo estaba, sacrificó una linterna de repuesto. Contó los segundos mientras su haz daba vueltas y vueltas y se convertía en un hilo de luz antes de hundirse en la oscuridad. Había caído al menos mil metros.

Finalmente, el grisor que anunciaba el final de la caverna apareció. Salieron al aire libre, brumoso pero más brillante. Sobre ellos había un cielo que resplandecía con una multitud de gigantescas estrellas y nubes de gas. Una fina niebla los envolvía, pero no bloqueaba su visión de la pared de la montaña a su derecha. Estaban casi en el borde del abismo en cuyo fondo discurría el Río.

Eztamoz en el lado malo aquí dijo Joe. Ahí delante, en ezte lado, noz bloquea una montaña. Zi tan zólo pudiéramoz cruzar hazta el lado derecho. Pero quizá el Etico haya dejado un camino para nozotroz en ezte lado.

Lo dudo dijo Burton. Si lo hubiera hecho, tendría que rodear completamente la pared interna de las montañas que circundan el mar para llegar hasta la cueva en el fondo. A menos...

¿A menoz qué?

A menos que X hiciera dos cuevas y pusiera botes en ésta también.

Una cornisa accidentada podría pasar inadvertida dijo Nur. ¿Pero dos?

Zí dijo Joe. Pero mirad ezto. Los doz ladoz del Valle ze juntan mucho en la cima. Laz paredez ze arquean y juntan. Zólo hay unoz ziete metroz entre loz doz bordez en la cima. Aquí. Dejadme moztrározlo.

Avanzó lentamente, y tras recorrer unos veinte metros se detuvo. El haz de luz de su linterna, añadido al de las de ellos, mostró claramente el otro lado del abismo.

¡Santísimo Dios! dijo Aphra. ¡Seguro que el Etico no esperará que nosotros saltemos esto!

No creo que los otros Éticos piensen que alguien se atreva dijo Nur. Pero pienso que X lo espera de nosotros, sí. Quiero decir, él sabía que al menos uno, quizá más, de los miembros de cualquier grupo que llegara hasta tan lejos sería capaz de saltar esto. Después de todo, eligió a gente más bien atlética. Luego esa persona o personas ataría una cuerda a una roca, y el resto podría cruzar por ella.

Burton sabía que él no podía saltar hasta tan lejos. Le faltaría muy poco, pero eso no era suficiente.

Joe era más fuerte que dos Hércules juntos, pero era demasiado pesado. Ah Qaaq y Gilgamesh eran también fuertes pero demasiado achaparrados y pesados. Los buenos saltadores no tenían su constitución. Turpin era alto pero demasiado musculoso. Nur era muy ligero y con una fuerza sorprendente, pero era demasiado bajo. Las dos mujeres blancas y de Marbot eran también demasiado bajos y no eran buenos saltadores. Eso dejaba a Frigate, Croomes y Tai-Peng.

El americano sabía lo que Burton estaba pensando. Su rostro estaba pálido. Era incluso mejor en saltos largos de lo que había sido en la Tierra, y en una ocasión había saltado aquí a una distancia no oficial de siete metros y medio durante unas prácticas de salto, pero con el viento a sus espaldas. Su distancia normal estaba entre los seis metros y medio en la Tierra y los siete metros aquí. Y nunca había saltado bajo tan malas condiciones.

Hubiéramos debido traer con nosotros a Jesse Owensdijo débilmente.

¡Aleluya! exclamó Croomes, sobresaltando a los demás. ¡Aleluya! ¡El Señor me hizo una gran saltadora! ¡Soy una de Sus elegidos! ¡El Señor sabe que puedo saltar como una cabra montes y danzar como el Rey David a mayor gloria Suya! ¡Y ahora me da la posibilidad de saltar sobre el Averno! ¡Gracias, Señor!

Burton se acercó a Frigate y dijo en voz baja:

¿Vas a permitir que una mujer salte primero? ¿Que pase por delante de ti?

No sería la primera vez dijo Frigate. Se alzó de hombros. ¿Por qué no iba a dejarla hacerlo primero? El problema aquí no es de sexo, sino de habilidad.

¡Tienes miedo!

Apuesta a que sí. Cualquiera excepto un psicótico lo tendría.

Se dirigió hacia Blessed Croomes, sin embargo, y le preguntó acerca de su mejor marca. Ella dijo que no había saltado mucho en la Tierra, pero que, cuando estaba viviendo en un estado llamado Wendisha, había hecho los siete metros un buen número de veces.

¿Cómo sabes que eran siete metros? preguntó Frigate. En el Rex teníamos un sistema exacto de medidas, pero en muy pocos lugares tenían algo así.

Lo que hacíamos dijo Croomes era calcular aproximadamente las medidas por los pasos. Era bastante exacto, a mi parecer. ¡De todos modos, sé que puedo hacerlo! ¡El Señor me impulsará en alas de mi fe, y saltaré por encima de este abismo como una de Sus dulces gacelas!

Sí, y fallarás por poco, y te aplastarás los sesos contra el borde del abismo dijo

Frigate.

¿Por qué no marcamos aquí la distancia? dijo Nur. Entonces vosotros tres podréis practicar el salto, y veríamos quién era el mejor.

¿Sobre esta roca dura? ¡Necesitamos un pozo de arena!

Croomes dijo que debían lanzar una linterna al otro lado para tener una marca de referencia. Frigate lanzó una atada a una cuerda, que cayó cerca del borde, rodó hacia atrás, luego se inmovilizó de lado a varios centímetros del borde. Su haz apuntaba hacia ellos por encima del negro abismo.

Tiró de ella de vuelta con la cuerda y la lanzó de nuevo. Esta vez rodó, pero tirando de la cuerda consiguieron situarla en posición erguida con el haz resplandeciendo en ángulo recto con respecto a ellos.

De acuerdo, puede hacerse dijo Frigate. Pero voy a traerla de vuelta. Nadie puede saltar hasta que haya disfrutado de una buena noche de sueño. Al menos, yo estoy demasiado cansado ahora como para intentarlo.

Comprobemos el espacio que tenemos para la carrera para tomar impulso dijo

Blessed. Me gustaría hacerme una buena idea de las posibilidades que presenta.

Lo hicieron, y Frigate y Croomes calcularon los pasos hasta donde deberían empezar a correr, si lo hacían. La señal para el salto era una linterna colocada a unos pocos centímetros del borde.

Va a ser una prueba con una sola oportunidad dijo Frigate. Vamos a tener que precalentarnos bien. Este aire frío... Por otra parte, el aire es más tenue y ofrece menos resistencia. Eso fue probablemente lo que ayudó a ese campeón de salto negro... ¿cuál es su nombre?; así es la fama... que dio aquel fabuloso salto de 8'90 metros en los Juegos Olímpicos de México. Pero, volviendo a nosotros, aún no nos hemos aclimatado realmente a la altura. Y nuestro entrenamiento es a todas luces nulo.

Burton no le había dicho nada a Tai-Peng puesto que deseaba darle una oportunidad de presentarse voluntario. El chino había estado observando todo el proceso. Ahora avanzó hacia Burton y dijo:

¡Yo soy un gran saltador! ¡También estoy tristemente falto de práctica! ¡Pero no permitiré que una mujer sea más valiente que yo! ¡Yo efectuaré el primer salto!

Sus ojos verdes brillaron al haz de la linterna.

Burton le preguntó qué distancia máxima había conseguido.

¡Más que ésta! dijo Tai-Peng, señalando el abismo. Frigate había estado arrojando trozos de papel al aire para comprobar el viento. Luego se acercó a Burton y dijo:

Sopla desde nuestra izquierda, de modo que nos arrastrará un poco hacia la derecha. Pero la montaña bloquea la mayor parte de él. Diría que su velocidad es de unos nueve o diez kilómetros por hora.

Gracias dijo Burton. Mantenía su mirada fija en el chino. Tai-Peng era muy bueno atléticamente hablando pero no tan bueno como proclamaba ser. Nadie era tan bueno como afirmaba. Sin embargo, era su vida lo que estaba arriesgando, y nadie le había pedido que lo hiciera.

Frigate habló en voz alta.

¡Mirad! ¡Yo soy realmente el mejor saltador! ¡Así que debo ser yo quien lo haga! ¡Y lo haré!

¿Has superado tu miedo?

¡Infiernos, no! Es decir... No tengo entrañas para dejar que lo haga algún otro. Todos pensaríais que soy un cobarde, y si no lo pensabais lo pensaría yo.

Se volvió hacia Nur.

Fracasé en actuar racional y lógicamente. Te fallé. Nur sonrió sobriamente a su discípulo.

No me fallaste. Te fallaste a ti mismo. Sin embargo, hay tantos aspectos que considerar... de todos modos, deberías ser tú quien saltara.

El pequeño moro se dirigió hacia el titántropo y alzó su cabeza bajo la enorme nariz de

Joe.

Puede que no sea necesario que salte nadie. Joe, ¿crees que peso tanto como el fardo que cargas?

Joe frunció el ceño, y alzó a Nur sujetándolo con una sola mano bajo su trasero. Lo mantuvo al extremo de su brazo extendido y dijo:

No ez que haya mucha diferencia.

Cuando Nur fue depositado de nuevo en el suelo, dijo:

¿Crees que podrías lanzar tu mochila hasta el otro lado? Joe se rascó su hundida mandíbula.

Bueno, quizá. Entiendo lo que quierez decir. ¿Por qué no lo probamoz? No representará ninguna diferencia el que el bulto ezté allá y nozotroz aquí. Voy a tirarlo al otro lado.

Alzó el enorme fardo sobre su cabeza, caminó hasta el borde, miró, hizo oscilar la mochila un par de veces, y la lanzó. Cayó casi medio metro más allá del otro borde.

Lo sabía dijo Nur. Joe, me tirarás al otro lado.

El titántropo alzó de nuevo al moro, esta vez con una mano contra el pecho del hombrecillo y la otra sujetando sus posaderas. Luego lo hizo oscilar hacia adelante y hacia atrás, diciendo:

¡Una, doz, trez!

Nur trazó un arco por encima del abismo, aterrizó sobre sus pies un metro más allá del otro lado, y rodó sobre sí mismo. Cuando se puso en pie, empezó a bailar alegremente.

Entonces Joe lanzó la linterna de Nur al extremo de una cuerda. Nur la atrapó al otro lado aunque trastabilló ligeramente hacia atrás.

Nur volvió a aparecer por entre la bruma unos minutos más tarde.

He encontrado un peñasco grande para atar la cuerda en él, pero no puedo moverlo.

¡Necesitamos al menos cinco hombres fuertes!

¡Allá va el primero! dijo Joe, y sujetó a Burton y lo hizo oscilar adelante y atrás. Aunque Burton deseaba gritar que él era mucho más pesado que Nur, se contuvo. El

abismo parecía dos veces más ancho de lo que le había parecido hacía un momento. Entonces fue lanzado hacia arriba y hacia adelante, mientras Joe gritaba:

¡Vigila tu culo, Dick! y su risa resonó estruendosamente. Los muchos cientos de metros de profundidad del abismo estuvieron bajo él por un aterrador segundo, y luego Burton cayó sobre sus pies y fue propulsado hacia adelante. Rodó sobre sí mismo, pero incluso así el aterrizaje resonó en todos sus huesos.

Un momento más tarde, su mochila le siguió. Entonces Joe arrojó toda la carga al otro lado, y alzó a Frigate y lo lanzó por encima de la hendidura.

Uno a uno, todos fueron siguiendo hasta que sólo quedaron atrás Ah Qaaq y Joe.

¿Hazla pronto, gordo! aulló Joe, y lanzó al maya. Aterrizó más cerca del borde que ninguno de los otros, pero con un margen de casi medio metro de seguridad.

¿Y ahora qué? gritó Joe.

Hay un peñasco grande que debe pesar casi tanto como tú, Joe. Hazlo rodar hasta aquí, y luego ata el extremo de la cuerda a su alrededor.

Eztá a cazi un kilómetro de diztancia dijo Joe ¿Por qué no me ayudázteis entre todoz antez de pazar al otro lado?

No deseábamos que estuvieras demasiado cansado de mover esa roca cuando nos tirases al otro lado.

¡Jezucrizto! Ziempre me toca hacer todo el trabajo pezado. Desapareció con su linterna en la bruma.

Algunos de ellos habían sufrido magulladuras y arañazos, pero todos eran capaces de hacer su parte del trabajo. Siguieron a Nur hasta el peñasco y, tras un largo descanso, empezaron a hacerlo rodar sobre la plana superficie de piedra de la meseta. No era fácil puesto que la roca era de forma irregular y probablemente pesaba más que todos ellos juntos. Los descansos eran frecuentes debido a lo tenue del aire. Finalmente llegaron cerca del borde, donde se dejaron caer derrengados.

Un minuto más tarde, Joe apareció entre la bruma, haciendo rodar su peñasco.

Ezperaba ganaroz en hacerlo rodar gritó. Y oz hubiera ganado, zi mi piedra hubiera eztado tan cerca como la vueztra. Se sentó, jadeante.

Blessed Croomes se quejó de que había sido engañada quitándole la oportunidad de saltar y demostrar su fe en el Señor.

Nadie te detuvo dijo Frigate. Aunque, a decir verdad, yo también me sentí decepcionado. Lo único que me contuvo de hacerlo fue que, si fracasaba, los ánimos de los demás se verían debilitados. Quizá lo intente de todos modos, sólo para demostrar que puedo hacerlo.

Miró a Tai-Peng, y ambos estallaron en risas.

No me engañáis ninguno de los dos dijo Croomes en inglés. Vosotros hombres temíais hacer algo que a una mujer no le daba ningún miedo hacer.

Esa es la diferencia entre tú y nosotros dijo Frigate. Nosotros no estamos locos. Cuando todos hubieron descansado, ataron los extremos de la larga y pesada cuerda

en torno a los peñascos y los calzaron con piedras más pequeñas. Joe se sentó en el borde, agarró la colgante cuerda con ambas manos, se dejó caer, y mano tras mano cruzó el abismo. Sus amigos sujetaron la cuerda para asegurarse de que el peñasco no se movería bajo su enorme peso, pero no era necesario. Cuando llegó rápidamente al borde, algunos dejaron la cuerda y lo ayudaron a trepar.

Muchachez, ¡ezpero no tener que hacer nunca máz ezto! jadeó. Nunca oz lo había dicho antez, pero cuando llego a un lugar realmente alto, ¡ziempre ziento dezeoz de zallar!

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