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EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 10 - Armagedón: el «No Se Alquila» contra el «Rex» (32)

Armagedón: el «No Se Alquila» contra el «Rex» (32)

Sam Clemens se giró en redondo. Algo rápido y plateado procedente de arriba golpeó la base de la timonera. La explosión fue ensordecedora; la cubierta se estremeció. Otro rugido llegó de arriba. La timonera vibró. El humo cubrió las ventanas por todos lados durante algunos segundos. Luego el viento se apoderó de él y lo esparció.

¿Qué infiernos? dijo Sam una y otra vez.

Vienen de ahí arriba dijo Detweiller. Soltó una palanca de control justo el tiempo suficiente para señalar hacia arriba y a su derecha.

¡Salgamos de ahí! aulló Sam, ¡Corriente abajo!

El piloto ya había aplicado toda la potencia. Era un hombre frío, ese Detweiller.

De nuevo otro llamear plateado. Docenas de ellos. Más explosiones. Una batería de cohetes a estribor desapareció en un llameante tronar que produjo una gran cantidad de humo. Un impacto directo de quienquiera que estuviera lanzando aquellos misiles desde donde fuera

¡Rumbo en zigzag! gritó Sam.

Hubo otros tres impacto directos. Otros misiles se hundieron en el agua a ambos lados y a proa.

Nuestro radar no funciona dijo Byron. Ordenó a los hombres de los cohetes que respondieran al fuego, utilizando cálculos visuales.

¿Pero dónde están? dijo Sam.

¡Arriba en el farallón! dijeron Byron y Detweiller al mismo tiempo.

¡Allí eztán! dijo Joe, señalando por la portilla de estribor. Mientras Byron solicitaba informes de los daños y pérdidas, Sam miró siguiendo el masivo dedo del titántropo. A unos doscientos metros de altura, donde hubiera debido haber una lisa pared de roca, había ahora una abertura. Oblonga, de unos diez metros de largo por tres de alto. Pequeños rostros miraban desde detrás de los lanzacohetes, y el sol se reflejaba en el plata de los misiles y los tubos.

¡Jesucristo Santísimo!

Los hombres de Juan debían haber encontrado una cueva allá arriba en la pared de la montaña, y habían transportado sus lanzacohetes hasta allí. Una protección de alguna clase, probablemente cartón piedra simulando una mancha de líquenes, había sido colocada delante de la abertura. Mientras los servidores de los cohetes aguardaban allí dentro, Juan había recorrido el estrecho.

¡Soy un incauto! dijo Sam, y gruñó.

Trascurrió un minuto mientras el barco se deslizaba Río abajo. Entonces, haciéndole sobresaltarse aunque sabía que estaban llegando, una docena de grandes misiles surgieron de la abertura, y el interior de la caverna se iluminó por un segundo con las llamas.

¡Todo a babor! aulló Sam.

Sólo uno de los cohetes les alcanzó. Una ametralladora de vapor desapareció en una nube, mientras fragmentos de cuerpos y metal volaban por los aires. Cuando se aclaró el humo, mostró un enorme agujero allá donde la plataforma, el arma y los tres hombres y dos mujeres a su cargo habían estado.

Por un momento, Sam se quedó alucinado, incapaz de moverse o de pensar en nada excepto: la guerra no es mi elemento. La guerra no es el elemento de ningún hombre racional. Debería haber hecho frente a la realidad y haberle dado a Byron el mando. Pero no, mi orgullo, mi orgullo. Juan era artero, tremendamente artero, y además había tenido al gran danés, Tordenskjóld, como consejero.

Vagamente, fue consciente de que el barco se estaba dirigiendo hacia la orilla. La voz de Byron, como si llegara desde una gran distancia, estaba diciendo:

¿Tengo que mantener el rumbo, capitán?

Zam, Zam retumbó Joe a su lado. ¡Jezucrizto, vamoz a embarrancar en la orilla! Sam se obligó a moverse, a hablar.

No vamos a mantener el rumbo. Dirige el barco Río abajo y mantenlo en el centro de la corriente.

Había cuerpos en la cubierta principal. Sangre joven, Czerny y de Groot. Y la parte superior de la hermosa Anne Mathy, la antigua estrella de Hollywood. Parecía como una muñeca china a la que algún niño malvado hubiera mutilado despiadadamente.

Había visto cadáveres y sangre antes, y no era ningún joven jugando al soldado confederado. No había ningún Salvaje Oeste a dónde dirigirse, abandonando la Guerra Civil a aquellos a quienes le gustara. No podía desertar ahora.

El miedo se convirtió en rabia. La copa de bourbon que Joe ¡el buen viejo Joe! le tendió proporcionó combustible a su cólera. ¡Maldito fueran Juan y todo sus sucios trucos! Iba a enviar al hombre al infierno, aunque él tuviera que acompañarle si era necesario.

Se dirigió a Byron.

¿Crees que podemos hacer saltar a esos bastardos de la caverna? El oficial ejecutivo dirigió una larga mirada al lugar.

Creo que sí. Por supuesto, si su reserva de misiles está agotada, no tiene ningún sentido malgastar los nuestros en ellos.

No veo ninguno en los tubos dijo Sam. Pero pueden estar manteniéndolos fuera de la vista, esperando a que volvamos atrás para atacar. Volvamos atrás y asegurémonos. No deseo que esas hienas se rían de nosotros.

Byron alzó las cejas. Evidentemente pensaba que era estúpido arriesgarse a ser alcanzados de nuevo.

Sí, señor dijo, y regresó junto al intercom. Sam le dijo a Detweiller lo que deseaba. Y mientras el No Se Alquila giraba de nuevo, los servidores de los cohetes se prepararon para su misión.

Byron dio su informe con una voz llana y fría. Veinte muertos. Treinta y dos heridos graves. Once de los heridos podían ser curados y devueltos a sus puestos. Una ametralladora, una batería de cohetes, y un cañón, habían resultado destruidos. Los cohetes y las municiones del cañón habían estallado también, causando más daños que los propios misiles. Había dos grandes agujeros en la cubierta de vuelos, y las cabinas de la hilera inferior de la timonera habían resultado destruidas. Quedaba todavía lo suficiente de la estructura de base como para asegurar la estabilidad. Pero esta no podía garantizarse si otro cohete alcanzaba la estructura. Su potencia de fuego había quedado reducida, pero el rendimiento del barco no había sido afectado.

Lo peor de todo era que las antenas del radar habían resultado destruidas.

Una mirada afuera le dijo a Sam que estaban siendo colocados nuevos cohetes en los tubos por parte de los hombres n la caverna.

¡Byron, que empiecen a disparar cuando yo dé la orden!exclamó.

El oficial ejecutivo transmitió la orden de apuntar a la abertura. El barco estaba ahora a ochocientos metros de la base del farallón. Sam le dijo a Detweiller que hiciera girar el barco, presentando su lado de estribor. Entonces debería dejar que la corriente lo arrastrara alejándolo hasta que la batería de cañones de estribor hubiera disparado. Estos eran el cañón de 88 milímetros, mucho más preciso que los cohetes, y el cañón de aire comprimido.

A la orden retransmitida de Sam, el 88 milímetros lanzó su salva de fuego, humo y trueno, y el otro cañón silbó. Una bala golpeó justo encima de la abertura, la otra justo debajo. No fue necesaria una segunda andanada. Los cohetes de la caverna debían haber quedado fuera de combate por la explosión inferior. Desaparecieron en una nube de humo de la que brotaron trozos que podían haber sido cuerpos.

Cuando el humo se aclaró, sólo quedaban fragmentos de retorcido metal.

Creo que podemos dar por seguro que han quedado eliminados dijo Sam. Se sentía contento. El enemigo no eran seres humanos. Eran cosas que podían matarlo a uno y que debían ser matadas antes de que pudieran conseguir su propósito.

Lleva el barco de vuelta al centro de la corriente, aproximadamente a unos cuatrocientos metros del paso dijo Sam. Byron, ordena que sea subido el helicóptero.

El Rey Juan lo está utilizando también dijo Byron. Señaló a la abertura. Sam lo vio, colgando a unos setecientos metros de altura, un minúsculo aparato enmarcado en la oscura puerta del estrecho.

No deseo que Juan vea lo que estamos haciendo dijo. Dile a Petroski que se encargue de él.

Sam hizo venir a de Marbot. Las instrucciones duraron unos dos minutos. De Marbot saludó y partió a poner en marcha el plan.

Petroski, el piloto del helicóptero, calentó el motor, y despegó con dos hombres armados con ametralladoras. El fuselaje iba equipado con diez pequeños misiles rastreadores del calor, alguno de los cuales, se esperaba, podía derribar el aparato enemigo mientras los otros podían alcanzar el Rex.

Sam lo observó mientras ascendía lentamente, lastrado con su carga mortal. Le tomó un cierto tiempo ascender hasta la altura superior a la del aparato en la boca del paso. Sam le preguntó al francés cómo iban las cosas. De Marbot, a popa, respondió que las lanchas estaban casi llenas con los cohetes. Podrían partir en unos minutos.

Te daré la orden cuando la costa esté limpia dijo Sam.

El aparato de Petroski dejó finalmente de ascender. El otro helicóptero estaba todavía en su posición original. Cuando su piloto vio el otro gran helicóptero completamente blanco avanzar por encima de él, hizo dar media vuelta a su aparato y huyó.

El operador del radar, ahora apostado como vigía, dijo:

El aparato enemigo está moviéndose a una velocidad estimada de ciento cuarenta kilómetros por hora.

Entonces es más rápido que el nuestro dijo Sam. No está llevando tanto peso. Byron, dile a de Marbot que puede partir.

La enorme compuerta fue abierta por unos momentos. La mayor de las lanchas, la Prohibido Fijar Carteles, se deslizó fuera del compartimiento lleno de agua, dejando tras ella una blanca estela. Giró y se encaminó hacia la orilla. Cerca detrás de ella partió la Después de Ti, Gascón. Ambas iban cargadas con cohetes, lanzacohetes desmantelados, y marines.

La voz de Petroski surgió por el aparato de radio.

El enemigo ha desaparecido tras la curva. Voy a subir otros ochenta metros antes de dirigirme hacia allá.

Mientras Sam aguardaba el siguiente informe, observó las lanchas. Sus proas estaban embarrancadas ahora en la baja orilla, y los hombres estaban saltando fuera de ellas al agua. Rápidamente vadearon hasta la orilla y empezaron a descargar las armas y el equipo. Cada hombre iba a llevar un misil de dieciséis kilos o parte de un lanzacohetes desarmado.

Juan debió enviar primero a algunos hombres con equipo y cuerdas dijo Sam. Luego debió izar esos cohetes desde la cubierta del Rex. Debió hacerlo de noche, por supuesto, de modo que los virolandeses no le vieran. Tuvo que ser un trabajo infernal. Es una lástima que no tengamos tiempo de instalar cohetes pesados. Pero esos cohetes ligeros pueden hacer mucho daño si aciertan en los lugares adecuados del Rex.

Se frotó las manos y arrojó una nube de humo de su cigarro.

No hay nada como devolverle el golpe al viejo Juan. Utilizar su propia trampa para atraparle.

Si disponemos de tiempo dijo Byron. ¿Qué ocurrirá si el Rex aparece a toda máquina por el estrecho antes de que nuestras armas estén en posición?

Puede ocurrir, pero no es probable dijo Sam, frunciendo el ceño. Una vez Juan vuelva a entrar en el paso, solamente puede ir hacia adelante en línea recta. No hay espacio suficiente para dar media vuelta, ni siquiera aunque gire sobre sólo una rueda. Por todo lo que sabe podemos estarle aguardando justo a la salida, fuera del alcance del radar, y fuera de la detección del sonar también. Podemos hacerle volar el culo cuando intente dar la vuelta.

Quizá conziga hacerlo dijo Joe.

¿Con dos cañones y cincuenta cohetes apuntando a su timonera, y cuatro torpedos a su casco? Sam se echó a reír burlonamente.

De todos modos, me gustaría verte a ti intentando conducir este barco marcha atrás en esa corriente con tan sólo diez metros de margen a cada lado. Detweiller no podría hacerlo. ¡Ni siquiera yo podría hacerlo!

Aguardaron. Sam observó la larga hilera de marines, cada uno de ellos cargado con un cilindro plateado o una pieza de equipo. Finalmente, de Marbot informó por el walkie- talkie.

He encontrado el paso.

Te veo agitando el brazo dijo Sam. Debería tomarte una hora el alcanzar la caverna. No está demasiado alta, pero el sendero debe ser largo.

Lo haremos tan rápido como sea posible dijo el francés. Pero no podemos ir demasiado aprisa si el camino es estrecho.

Confío en tu buen juicio.

Petroski al habla de nuevo dijo el operador. Sam pudo oír al piloto antes de llegar junto a la radio.

Hemos bajado hasta la superficie dijo Petroski. He decidido avanzar a la altura de la cabina de control. Nos tendrán en su radar tan pronto como giremos el último recodo. Pero cuento con haberles sacudido por aquel entonces, averiando su puntería. Seis cohetes a la timonera, seis al helicóptero, esté en el aire o en la cubierta de vuelos.

Petroski sonaba feliz. Era un polaco loco que había volado para la RAF contra Hitler. Después de la guerra, se había negado a vivir en una Polonia comunista, de modo que había emigrado al Canadá, donde se había ganado la vida primero como piloto de alquiler y más tarde como piloto de helicóptero de la policía.

¡Maldita sea! exclamó Petroski. ¡El barco está justo

fuera de la entrada! Su proa está apuntada directamente hacia mí. ¡Sólo tengo cuatrocientos metros de margen! ¡Deseadme suerte!

El rugido del motor y las paletas era fuerte, pero su excitada voz lo dominaba.

¡Fuego los seis! Dos segundos. Luego: ¡Llegados al objetivo! ¡Han fallado la cabina de control pero han enviado las chimeneas al infierno! ¡No puedo ver a través del humo! ¡Asciendo un poco! ¡Las baterías están disparando por todas partes! ¡No puedo ver a través del humo! ¡Oh, oh! ¡Ahí está el helicóptero, en la cubierta de vuelos! Voy a...

El radiooperador alzó la vista hacia Sam.

Lo siento, capitán. No hay contacto. Sam aplastó el extremo de su cigarro hasta hacerlo trizas y lo arrojó al suelo.

Un cohete debe haberle alcanzado.

Probablemente.

Los ojos del operador estaban húmedos. Petroski había sido amigo suyo durante más de diez años.

No sabemos si alcanzó el helicóptero de Juan o no dijo Sam. Se secó los ojos con los nudillos. Mierda, siento deseos de lanzarme directamente contra él, de hacerle pagar...

Byron alzó de nuevo las cejas ante aquella actitud tan poco profesional.

Sí, ya sé dijo Sam. Caeríamos en su trampa. Olvídalo. Y sé lo que estás pensando también. Hubiera sido mejor haber conservado nuestro medio de observación, para decirlo en un frío lenguaje militar. Ahora Juan puede mantener un ojo sobre nosotros con su helicóptero, si Petroski no lo ha destruido.

Corrimos el riesgo, y quizá valió la pena dijo Byron. Quizá ambos helicópteros y la sala de control hayan sido alcanzados. Petroski no tuvo tiempo de efectuar una observación precisa.

Sam caminó arriba y abajo un poco más, dando unas chupadas tan fuertes a su nuevo puro que el aire acondicionado no podía dar cuenta de la humareda. Finalmente se detuvo, lanzó su cigarro hacia adelante como si estuviera atravesando con él una idea. Lo cual, en un cierto sentido, estaba haciendo.

Juan no va a venir hacia nosotros a menos que sepa dónde estamos. Así que efectuará una exploración, ya sea con su helicóptero o con una lancha. En cualquier caso, no dispararemos contra él o ella. Byron, dile a de Marbot que no abra fuego si cualquiera de los dos abandona el estrecho. Y que se oculte.

»Detweiller, lleva el barco hasta una piedra de cilindros cerca del templo. Anclaremos allí y efectuaremos algunas reparaciones.

¿Y qué conzeguiremoz con ezto, Zam?

¿Que qué conseguiremos? Así los espías de Juan nos verán aquí. Entonces, si decide atacar, sabrá que no estamos emboscados. De hecho, puede pensar que los cohetes del farallón nos han causado bastante daño, que estamos seriamente tocados. Y sabrá que puede cruzar el estrecho antes de que nosotros podamos ir hacia allá. Entonces efectuaremos la última jugada, con nosotros teniendo una escalera al rey en nuestras manos. Espero.

Pero Zam dijo Joe, ¿y zi Petrozki hizo zellar la zala de control? ¿Y el Malo Juan rezultó muerto? Quizá no eztén en pozizión de luchar.

No veo a nadie con una bandera blanca y ofreciendo una rendición. Simplemente nos retiraremos y esperaremos que Juan acuda a luchar. Mientras tanto, efectuaremos una ligera exploración por nuestra parte. Byron, envía fuera a la Gascón. Di a Plunkett que cruce el estrecho a velocidad máxima, eche una mirada rápida, y vuelva como una centella aquí.

¿Puedo hacer una sugerencia? dijo Byron. La Gascón lleva torpedos.

¡No, por cien mil rayos! ¡No voy a sacrificar ningún otro hombre valioso en misiones suicidas! Ya es lo bastante peligroso hacerlo así, como dijo el viejo soltero a la solterona que le proponía matrimonio. Podrían verse atacados por el helicóptero, aunque creo que sería un combate bastante igualado para la Gascón. De hecho, si el helicóptero persiguiera a la lancha a su regreso, de Marbot debería disparar contra él. Tendremos nuestra información, y Juan se preguntará qué infiernos le habrá ocurrido a su helicóptero. No será capaz de resistir la tentación de enviar una lancha a investigar. Y dejaremos que la lancha regrese.

»En cualquier caso, Juan no intentará cruzar el estrecho hasta la caída de la noche, supongo.

Byron transmitió los mensajes. Poco después, la reluciente y blanca Gascón se apartó de la orilla y se encaminó hacia el estrecho. Su comandante era el hijo menor de un barón irlandés y había sido un ayuda de campo naval del rey Jorge V y luego un almirante. Era un veterano de las batallas de Heligoland, Dogger Bank, y Jutland, y se había hecho merecedor de la Gran Cruz, la Orden de Orange-Nassau de Holanda, y la Orden rusa de St. Stanislas de segunda clase, con espadas. Era también un pariente lejano del gran escritor de fantasía Lord Dunsany y, a través de Dunsany, del famoso explorador inglés Sir Richard Burton.

Señor dijo John Byron, creo que no hemos tenido en cuenta algo. Los marines tienen aún un largo camino para montar sus cohetes. Si el helicóptero enemigo o la lancha persiguen a la Gascón, no estarán en ningún peligro por parte del fuego de de Marbot. Y pueden incluso ver a sus hombres en el sendero de la montaña. Así sabrán que estamos preparando una emboscada.

Si, tienes razón dijo Sam reluctantemente. De acuerdo. Dile a Su Señoría que regrese hasta que de Marbot esté situado. No tiene ninguna utilidad malgastar energía trazando círculos.

Sí, señor dijo Byron. Habló por la radio a Plunkett, luego se volvió rápidamente hacia Sam. Sólo que... el almirante no posee el tratamiento de Su Señoría. Es el hijo menor de un noble, lo cual lógicamente hace de él plebeyo. Y puesto que su padre era un barón, el más bajo de los títulos en el rango de la nobleza, ni siquiera es merecedor de un título honorario.

Estaba bromeando dijo Sam. ¡Dios me libre de los rigoristas ingleses!

El pequeño inglés pareció como si pensara que las bromas no tenían cabida en la sala de control. Probablemente tenía razón, pensó Sam. Pero tenía que bromear un poco. Era la única forma de rebajar la presión. Si no lo hacía así, terminaría haciendo que la caldera de su cabeza estallara. Mirad como salían por los aires los preciosos pedazos. Antes eran Sam Clemens.

Byron era un hombre duro, imperturbable ante cualquier situación, tan tranquilo como un hombre que acabara de vender todas sus acciones antes de que el mercado se hundiera.

El barco estaba todavía en mitad del lago, aunque avanzando en un ángulo hacia la orilla. Enormes nubes negras eran Visibles hacia el norte. El humo de los incendios ascendía hacia el cielo allá donde se habían estrellado los aviones. Habría aún más fuegos mañana... a menos que la lluvia los apagara. Seguro que los del lugar no sentirían ningún afecto ni hacia el Rey Juan ni hacia él. Era una buena cosa que fueran pacifistas. De otro modo, podrían objetar violentamente cuando una de sus piedras de cilindros fuera ocupada aquella tarde por gente a la que sólo podían considerar como asesinos e incendiarios. El gigantesco batacitor del No Se Alquila tenía que ser recargado, aunque le faltara aún mucho para estar vacío, y la tripulación tenía que rellenar sus cilindros. No creía que el Rex se dejara ver durante ese tiempo. Tenía las mismas necesidades.

A menos que... a menos que Juan pensara que podía sorprenderle mientras se reaprovisionaba. Era posible que intentara eso. Sus motores no habían utilizado toda la energía almacenada; el Rex no había viajado durante todo el día. Debían quedarle bastantes horas de reservas eléctricas.

No, Juan no intentaría aquello. No sabiendo que su enemigo estaba sin radar, pensaría que el Rex sería detectado en el momento mismo en que mostrara su proa. Y tenía que cruzar cinco kilómetros de lago para llegar al No Se Alquila. Antes de que lo consiguiera, el enorme casquete hemisférico que cubría la piedra de cilindros podía ser retirado a bordo y guardado y el barco ponerse en camino para alcanzar al Rex.

Si le quedara tan sólo un aeroplano para decirle cuando el barco de Juan estaba siendo recargado. Si el Rex estaba conectado a una piedra de cilindros cerca de la entrada del estrecho, el No Se Alquila podía estar sobre él antes de que pudiera entrar en acción. No, Juan habría pensado en eso. Iría lo suficientemente lejos Río arriba como para tener tiempo de prepararse. Y él sabía que Sam Clemens tomaría la misma precaución. Pero si él pensaba en eso, ¿por qué no cargar directamente a través del estrecho y atrapar a Juan con sus reales pantalones bajados?

Si tan sólo conociera la topografía, la anchura del Río al otro lado de la montaña. Pero Plunkett le proporcionaría los datos que necesitaba. Byron dijo: ¿Le parece que enterremos a los muertos ahora, señor?

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