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EL FABULOSO BARCO FLUVIAL (12)

Durante los tres días siguientes, lograron hacer un agujero de tres metros de anchura por treinta centímetros de profundidad. Von Richthofen organizó los equipos de trabajo para que se turnasen cada quince minutos. Había cavadores frescos y fuertes en abundancia, pero la construcción de nuevas herramientas de pedernal y de bambú causaban dilaciones. Hachasangrienta protestaba de los daños que el trabajo producía en

hachas y cuchillos, y decía que, si les atacaban, las armas de piedra no cortarían ni el cuello de un niño. Clemens le pidió por doceava vez que dejase que utilizaran su hacha de acero, y Hachasangrienta se negó.

-Si estuviese Joe aquí, haría que le quitasen el hacha -dijo Clemens a Lothar-. Y, por cierto, ¿qué será de Joe? Debería estar ya de vuelta, con las manos vacías o llenas de regalos.

-Creo que deberíamos enviar a alguien en una canoa a investigar -dijo von Richthofen-. Iría yo mismo, pero creo que me necesitas aquí para protegerte de Hachasangrienta.

-Si le sucede algo a Joe, los dos necesitaremos protección -dijo Sam-. Bueno, está bien; ese patán, Abdula, nos servirá de espía. Podría pasar inadvertido dentro de un cesto lleno de serpientes de cascabel.

Dos días más tarde, al amanecer, llegó Abdula. Despertó a Sam y a Lothar, que dormían en la misma cabaña para protegerse mutuamente. En un torpe inglés, explicó que Joe Miller estaba encerrado en una gran jaula de bambú. Abdula había intentado liberar a Joe, pero la jaula estaba vigilada las veinticuatro horas del día.

Los vikingos habían sido acogidos con amistad y simpatía. El jefe de la región parecía pensar que cambiar su pedernal por el acero de ellos sería un estupendo negocio. Dio una gran fiesta para celebrar el acuerdo y obsequió a sus invitados con cuanto licor y goma de los sueños desearon. Los noruegos fueron sorprendidos mientras roncaban borrachos. Joe estaba dormido, pero se despertó mientras lo ataban. Sin más armas que sus manos había liquidado a veinte hombres y herido a otros quince antes de que el jefe le golpeara con una maza en la nuca. El golpe que hubiese acabado con cualquier hombre sólo redujo la capacidad de lucha de Joe lo suficiente como para permitir que cayera sobre él una multitud de guerreros que le sujetaron, mientras el jefe le golpeaba otras dos veces en la cabeza.

-El jefe sabe que Joe es un gran guerrero -dijo Abdula-. Mejor que el propio Rustam. Oí hablar a algunos hombres y decían que su jefe planeaba utilizar a Joe como rehén. Quiere ser socio de la mina de hierro. Si no se aceptan sus condiciones no matará a Joe, sino que lo utilizará como esclavo, aunque dudo que pueda hacerlo. Nos atacará, nos matará y se apoderará del hierro.

"Y puede hacerlo. Está preparando una gran flota de buques pequeños que transportan cuarenta hombres cada uno, son fáciles de construir y muy útiles para el transporte de su ejército. Efectuará un ataque general con guerreros provistos de armas de pedernal, arcos y flechas y grandes bumerangs.

-¿Y quién es ese presunto Napoleón? -dijo Sam.

-Sus hombres le llaman el rey Juan. Dicen que reinó en Inglaterra cuando los hombres llevaban armadura y luchaban con espadas. En tiempos de Saladino. Su hermano era un guerrero muy famoso, Ricardo Corazón de León. -¡Juan Sin Tierra! -exclamó Sam soltando una maldición-. ¡El siniestro y astuto Príncipe Juan! ¡Tan malvado que los ingleses juraron no volver a tener nunca un rey que se llamase Juan! ¡Preferiría tener tras de mí a un truhán como Leopoldo de Bélgica o como Jim Fiske!

Treinta minutos después, Sam cayó en una depresión aún más profunda. Esta vez, la noticia llegó por murmuraciones. Unos cincuenta kilómetros río abajo subía hacia ellos una gran flota. Constaba de sesenta navíos de un solo mástil que transportaban cuarenta guerreros cada uno. El jefe de la armada era un rey de una zona que quedaba al lado de la destruida por el meteorito. Se llamaba Joseph María von Radowitz.

-¡Leí sobre él en la escuela! -dijo von Richthofen-. Veamos, nació en 1797, murió hacia

1853, creo. Era especialista en artillería y buen amigo de Federico Guillermo IV de Prusia. Le llamaban "El Monje Guerrero", porque era un general con ideas religiosas muy estrictas. Murió cuando andaba por los cincuenta, desilusionado porque había perdido el favor del monarca. Y ahora está vivo otra vez, es joven, y no duda en imponer su puritanismo a otros y en matar a los que no están de acuerdo con él.

A la hora llegó la noticia de que había zarpado la flota del rey Juan.

-Las fuerzas de Juan llegarán aquí antes -dijo Sam a Hachasangrienta-. Llegarán antes porque el viento y la corriente les favorecen.

-No intentes enseñar a un padre a hacer hijos -replicó burlonamente Hachasangrienta.

-Así pues, ¿qué planes tienes?

-Aplastar al inglés primero, y luego destruir al alemán- contestó Hachasangrienta. Y luego agitó su hacha y dijo-: ¡Por el himen taladrado de la esposa de Thor! ¡Aún me duelen las costillas, pero me olvidaré del dolor!

Sam no quiso discutir, pero cuando se quedó a solas con Lothar dijo:

-Luchar sin esperanza hasta la muerte es algo muy honorable. Pero no compensa. Supongo que pensarás que soy más cobarde que una cucaracha, Lothar, pero tengo un sueño, un gran sueño, y ese sueño trasciende todas las ideas ordinarias de fidelidad y moral. ¡Quiero ese barco, Lothar, y quiero pilotarlo hasta el final del Río, cueste lo que cueste!

"Si tuviésemos alguna oportunidad de triunfar en la lucha, sería partidario de luchar. Pero no la tenemos. Nos superan en número, y nuestras armas son inferiores. Así que lo que yo sugiero es que hagamos un pacto.

- ¿Con quién? - dijo von Richthofen. Estaba ceñudo y pálido.

- Con Juan. Puede ser el rey más traidor -del mundo, aunque la competencia en ese campo es feroz, pero es el que puede juzgar más conveniente pactar con nosotros. La flota de Radowitz es mayor que la suya, y aunque Juan lograse derrotarla, quedaría tan debilitado que podríamos acabar nosotros con él. Pero si nos aliamos con Juan, podremos dar a Radowitz tal paliza que tendrá que irse corriendo con el rabo entre las piernas.

- Por un instante - dijo von Richthofen riéndose - creí que ibas a proponerme que nos escondiéramos en los montes y viniéramos luego a ofrecer nuestros servicios al vencedor. No podría soportar la idea de jugar el papel del cobarde, de dejar a esta gente luchar sola.

- Seré franco - dijo Clemens -. Haría eso si considerase que era el único camino. No, lo que quiero decir es que nos libraremos, de la forma que sea, de Hachasangrienta. El nunca aceptará como socio a Juan.

- Tendrás que vigilar a Juan como si fuese una serpiente venenosa - dijo el alemán -. Pero no veo otra salida. Y tampoco considero una traición matar a Hachasangrienta. Es una cuestión de seguridad. El se librará de nosotros a la primera oportunidad que se le presente.

- Y en realidad no será necesario matarle - dijo Sam - Bastará con apartarle de escena. Clemens quería hablar más sobre lo que debían hacer, pero von Richthofen dijo que ya habían hablado bastante. Sam pretendía dilatar el momento de entrar en acción.. como

siempre. Pero había que actuar inmediatamente.

-Supongo que sí -dijo Sam con un suspiro.

-Pero ¿qué te pasa? -dijo Lothar.

-Me siento culpable antes de haber incurrido en culpa -respondió Sam-. Me siento como un perro, aunque no hay razón para que me sienta así. ¡Ninguna! Pero nací para sentirme culpable por todo, hasta por haber nacido.

Lothar alzó las manos con disgusto y se alejó, diciendo por encima del hombro:

-Sígueme o quédate atrás. Pero no esperarás que te considere capitán de nuestro barco. Los capitanes no vacilan.

Sam hizo una mueca, pero le siguió. Lothar habló con doce hombres que consideraba dignos de confianza para lo que se proponían. Mientras ultimaban detalles, el sol alcanzó su cénit; luego los hombres fueron a armarse. Regresaron de su cabañas con lanzas y cuchillos de bambú. Uno tenía un arco de bambú con seis flechas, eficaz solo a corta distancia. Lothar von Richthofen y Sam Clemens encabezaban el grupo que se dirigió a la cabaña del rey noruego. Seis vikingos hacían guardia a la puerta.

-Queremos hablar con Hachasangrienta -dijo Sam, intentando que su voz no temblase.

-Está dentro con una mujer -dijo Ve Grimarsson.

Sam alzó la mano. Lothar se adelantó y golpeó con su maza en la cabeza a Grimarsson. Una flecha pasó silbando sobre el hombro de Sam y fue a clavarse en la garganta de otro de los guardianes. En diez segundos, los otros estaban muertos o tan gravemente heridos que ya no podían luchar. Se oyeron gritos, y aparecieron corriendo otros doce vikingos dispuestos a defender a su jefe. Hachasangrienta, desnudo, bramando, enarbolando su hacha de acero, surgió de su cabaña. Von Richthofen se abalanzó con su lanza y atravesó con ella al noruego. Hachasangrienta soltó el hacha y retrocedió tambaleándose, empujado por el peso del alemán, hasta que se derrumbó contra la pared de bambú de la cabaña. Miraba fijamente al suelo, y movía la boca, y la sangre caía por las comisuras de sus labios; su piel tenía un color gris azulado.

El alemán arrancó la lanza del vientre del noruego, y éste se derrumbó.

Hubo después una lucha en la que murieron seis hombres de Clemens y cuatro resultaron heridos. Los vikingos no cederían hasta perecer todos como su rey.

Sam Clemens, jadeando pesadamente, manchado de sangre ajena y sangrando de una cuchillada al hombro, se apoyó en su lanza. Había matado a un hombre, Gunnlaugr Thorrfinnsson, atravesándole los riñones por atrás, mientras el vikingo atacaba a von Richthofen. Le dolía lo de Gunnlaugr. De todos los vikingos, era el que más reía los chistes de Sam. Ahora un buen amigo lo había atravesado por la espalda.

He combatido en treinta y ocho batallas, pensaba Sam, y sólo he matado a dos hombres. El otro fue un turco gravemente herido que intentaba ponerse en pie. Sam Clemens, el poderoso guerrero, el héroe valeroso. Mientras pensaba esto, contemplaba los cadáveres con el horror y la fascinación que le habían producido siempre y seguirían produciéndole aunque viviese diez mil años.

Y de pronto se estremeció de miedo e intentó liberar su tobillo izquierdo de la mano que lo sujetaba. Al no lograrlo, alzó la lanza para clavarla en el hombre que le sujetaba. Vio bajo sí los pálidos ojos azules de Erik Hachasangrienta. Hachasangrienta había revivido por un instante. La mirada borrosa había desaparecido de sus ojos, y su piel ya no era azulgrisácea. Su voz era débil, pero lo suficientemente clara para que Sam, y los que estaban cerca, le oyeran.

-¡Bikkja! ¡Engendro de Ratatosk! ¡Escucha! ¡No te dejaré ir hasta haber hablado! Los dioses me han dado poderes como a un voluspa. Quieren castigar tu traición. ¡Escucha!

¡Sé que hay hierro debajo de esta hierba empapada de sangre! Siento el hierro recorrer mis venas. Su grisor espesa y enfría mi sangre. Hay hierro suficiente y de sobra para tu gran barco. Conseguirás extraer ese hierro, y construirás un barco que podrá rivalizar con el Skiíhblathnir.

"Y serás su capitán, maldito Clemens, y tu barco navegará Río arriba y recorrerá más kilómetros de los que podrían andar en un día las ocho piernas de Sleipnir. Irás hacia atrás y hacia adelante, hacia el norte y hacia el sur, al este y al oeste, recorrerás varias veces el mundo.

"Pero la construcción del barco y la travesía serán amargas y llenas de dolor. Y después de años, el equivalente a dos generaciones en la Tierra, después de grandes sufrimientos y algunas alegrías, cuando creas que al fin estás coronando tu larga jornada,

¡entonces me encontrarás!

"¡O más bien te encontraré yo! Estaré esperándote en un barco lejano, y te mataré. ¡Y

nunca conseguirás llegar al fin del Río ni derribar las puertas del Valhalla!

Sam se sintió helado y estremecido. Ni siquiera cuando notó que la mano aflojaba su presa pudo moverse. Oyó el rumor del estertor de la muerte, y no se movió ni se volvió a mirar.

Desmayadamente, Hachasangrienta habló de nuevo:

-¡Te espero!

Hubo otro estertor, la mano se aflojó aún más, y cayó. Sam logró apartarse, no muy seguro de no ir a deshacerse en pedazos. Miró a von Richthofen y dijo:

-¡Superstición! ¡Un hombre no puede ver el futuro!

-Yo no lo creo -dijo von Richthofen-. Pero si las cosas están previstas, ¿por qué no puede abrirse el futuro por un instante, iluminarse el túnel del tiempo, y un hombre ver a través de él?

Sam no contestó. Von Richthofen soltó una carcajada para indicar que estaba bromeando, y dio a Sam una palmada en la espalda.

-Necesito un trago -dijo-. Lo necesito realmente. -Luego añadió-: Yo no creo en esas supersticiones estúpidas. -Pero estaba convencido de que aquellos ojos moribundos habían visto el futuro, y por tanto creía.

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