Caminé por el estudio de Patch, hablando conmigo misma acerca de correr tras él. Me había prometido —prometido—, que no tomaría a Hank por su cuenta. Esta era tanto mi pelea como la suya, incluso más, y teniendo en cuenta las infinitas formas en las que Hank me hizo sufrir, había ganado el derecho a repartir su castigo. Patch dijo que había encontrado una forma de matar a Hank, y yo quería ser quien lo enviara a la siguiente vida, en donde los asesinatos que cometió en esta vida lo cazarían por la eternidad.
Una voz de duda se deslizó en mis pensamientos. Dabria tenía razón. Patch necesita el dinero. Él iba a entregar a Hank a la gente correcta, me daría una parte del dinero, y lo declararía un empate. Entre pedir permiso y rogar por perdón, Patch se mantuvo firma al último—se había dicho a sí mismo.
Sujeté mis manos en la parte trasera del sofá de Patch, respirando profundamente para imitar un aire de calma, todo el tiempo inventando varias formas en las que podría ligarlo y torturarlo si regresaba sin Hank —vivo— a cuestas.
Me teléfono sonó, y excavé en mi bolso mensajero para responderlo.
—¿Dónde estás?
Cortas y fuertes respiraciones sonaron en mi oído.
—Están sobre mí, Grey. Los vi en el Devil's Handbag. Los hombres de Hank. Salí corriendo.
—¡Scott! —No era la voz que esperaba, pero no por eso menos importante—. ¿Dónde estás?
—No quiero decirlo por teléfono. Necesito salir de la ciudad. Cuando fui a la estaciones de buses, Hank tenía hombres ahí. Los hay por todas partes. Tiene amigos en la fuerza de policía, y creo que les dio mi fotografía. Dos policías me siguieron a una tienda de comestibles, pero salí por la puerta trasera. Tuve que dejar el Charger atrás. Voy a pie. Necesito efectivo, todo el que puedas conseguir, tintura para el cabello, y nuevas ropas. Si pudieras prescindir del Volkswagen, lo tomaré. Te devolveré el dinero tan pronto como pueda. ¿Puedes encontrarme en media hora en mi escondite?
¿Qué podía decir? Patch me había dicho que me quedara. Pero no podía sentarme y no hacer nada mientras a Scott se le acababa el tiempo. Hank estaba actualmente ocupado en su almacén, y no había mejor momento para tratar de sacar a Scott de la ciudad. En realidad, pide perdón más tarde.
—Estaré ahí en media hora —le dije a Scott.
—¿Recuerdas el camino?
—Sí. —Más o menos.
Tan pronto como colgué, corrí a través del estudio de Patch, abriendo y cerrando cajones, tomando lo que fuera que pudiese servirle a Scott. Jeans, camisas, medias, zapatos. Patch era un par de centímetros más bajo que Scott, pero tendría que servir.
Al abrir el armario de madera de caoba en el dormitorio de Patch, mi búsqueda frenética se ralentizó. Me quedé de pie, admirando la vista. El armario de Patch estaba impecablemente organizado, pantalones doblados en los estantes, camisas de vestir en colgadores de madera. Tenía tres trajes, uno negro hecho a medida con solapas estrechas, un lujoso Newman a rayas, y uno gris oscuro con una costura Jacquard. Un pequeño recipiente con pañuelos de seda, y un cajón tenía varias filas de corbatas de seda en todos los colores, desde rojas, violetas, hasta negras. Los zapatos iban desde zapatillas negras para correr, Converses, hasta mocasines italianos —incluso un par de sandalias. La esencia amaderada del cedro permanecía en el aire. No era lo que estaba esperando. Para nada. El Patch que yo conocía usaba jeans, camisetas, y una andrajosa gorra de béisbol.
Me preguntaba si alguna vez había visto este lado de Patch. Me pregunté si acaso había un fin en las múltiples facetas de Patch. Entre más pensaba que lo conocía, más se profundizaba el misterio. Con estos pensamientos frescos en mi mente, me pregunté a mi misma una vez más si pensaba que Patch me vendería esta noche.
No quería creerlo, pero la verdad era que estaba en guardia.
En el baño, lancé una máquina de afeitar, un jabón, y una crema de afeitar a una lona. Luego un sombrero, guantes, y unos Ray-Bans. En los cajones de la cocina, encontré muchas identificaciones falsas, y un rollo de efectivo que tenía más de quinientos dólares. Patch no estaría emocionado cuando descubriera que el dinero estaba con Scott, pero dadas las circunstancias, podía justificarlo jugando a ser Robin Hood.
No tenía un auto, pero la cueva de Scott no podía estar más allá de tres kilómetros del Parque de Atracciones Delphic, y me propuse trotar a paso ligero. Me quedé a la orilla del camino, tirando sobre mi cara la sudadera que había tomado prestada de Patch. Los coches transitaban constantemente fuera del Parque mientras la hora se acercaba a la media noche, y aunque unas pocas personas tocaban la bocina, me las arreglé para no llamar mucho la atención.
A medida que las luces fuera del parque se hacían más tenues, y el camino doblaba hacia la carretera, salté la baranda de protección, y me dirigí hacia la playa.
Agradecida de haber pensado en guardar una linterna, pasé rápidamente la viga sobre las rocas escarpadas, y comencé la parte más difícil del trayecto. Según mi estimación, pasaron veinte minutos. Luego treinta. No tenía idea de dónde estaba; el paisaje de la playa había cambiado muy poco y el océano, oscuro y brillante, se extendía interminablemente. No me atreví a gritar el nombre de Scott, ante el horrible temor de que los hombres de Hank lo hubiesen seguido de alguna manera, y también estuviesen revisando la playa, buscándolo, pero cada cierto tiempo me detenía para iluminar la playa, intentando señalarle mi localización a Scott.
Diez minutos después, un extraño reclamo se arrastró desde las rocas. Me detuve, escuchando. El llamado volvió, más fuerte. Guié la luz de la linterna en dirección al ruido, y un momento después, Scott susurró:
—¡Aleja la luz!
Trepé por las rocas, la lona golpeando contra mi cadera.
—Siento llegar tarde —le dije a Scott. Tiré la lona a sus pies, sentándome en una roca para recuperar el aliento—. Estaba en Delphic cuando llamaste. No tengo el Volkswagen, pero si te traje ropa, y un gorro de invierno para esconder tu cabello. Hay quinientos dólares en efectivo también. Es lo mejor que pude hacer.
Estaba segura que Scott iba a preguntar cómo me las había arreglado para encontrar todo en tan poco tiempo, pero me atrapó fuera de guardia al tomarme en sus brazos, y murmurar un fiero ―Gracias, Grey en mi oído.
—¿Vas a estar bien? —susurré.
—Las cosas que trajiste ayudarán. Quizás puedo conseguir un aventón fuera de la ciudad.
—Si te pido que hagas algo por mí primero, ¿lo considerarías? —Una vez tuve su atención, tomé aire para obtener valor—. Tira el anillo de la Mano Negra. Lánzalo al océano. He pensado en esto. El anillo te está llevando hacia Hank. Puso alguna especie de maldición en él, y cuando lo usas, le da poder sobre ti. —Ahora estaba segura de que el anillo estaba encantado con magia negra, y entre más tiempo estaba en el dedo de Scott, más difícil sería convencerlo de sacárselo—. Es la única explicación. Piénsalo. Hank quiere encontrarte. Quiere sacarte. Y ese anillo está haciendo un trabajo estelar.
Esperé que protestara, pero su expresión sometida me dijo que, en el fondo, había llegado a la misma conclusión. Simplemente no quería admitirlo.
—¿Y los poderes?
—No valen la pena. Lo lograste en tres meses basándote en tu propia fuerza.
Cualquiera sea la maldición que Hank puso sobre el anillo, no es buena.
—¿Es importante para ti? —preguntó Scott en voz baja.
—Tú eres importante para mí.
—¿Y si digo que no?
—Haré lo que pueda para sacarlo de tu mano. No puedo vencerte en una pelea, pero no podría vivir conmigo misma si no lo intento.
Scott bufó suavemente.
—¿Pelearías conmigo, Grey?
—No me hagas probarlo.
Para mi asombro, Scott soltó un poco el anillo en su dedo. Lo sostuvo entre sus dedos, mirándolo en consideración silenciosa.
—Aquí está tu momento Kodak —dijo, luego arrojó el anillo a las olas.
Dejé escapar un largo suspiro.
—Gracias, Scott.
—¿Alguna otra última petición?
—Sí, vete —le dije, tratando de no sonar tan molesta como me sentía. En un inesperado giro en los eventos, no quería que se fuera. Qué si este era el adiós… ¿para siempre? Pestañeé rápidamente, demorando las lágrimas.
Sopló en sus manos para calentarlas.
—¿Puedes ver a mi mamá de vez en cuando, asegurarte de que está resistiéndolo?
—Por supuesto.
—No puedes contarle sobre mí. La Mano Negra la dejará en paz mientras crea que ella no tiene nada para dar.
—Me aseguraré de que esté a salvo. —Le di un ligero empujón—. Ahora, vete de aquí antes de que me hagas llorar.
Scott se quedó de pie un momento, una extraña mirada pasando sobre sus ojos. Era nerviosa, pero no del todo. Más expectación, menos ansiedad. Se inclinó y me dio un beso, su boca cerrándose sobre la mía gentilmente. Estaba demasiado aturdida como para hacer algo más que dejarlo terminar.
—Has sido una buena amiga —dijo—. Gracias por cuidar mi espalda.
Toqué mi boca con mi mano. Había tanto que decir, pero las palabras correctas estaban fuera de alcance. Ya no estaba mirando a Scott, sino detrás de él. A la fila de Nefilim trepando por las rocas, armas preparadas, ojos enfocados y endurecidos.
—¡Manos al aire, manos al aire!
Gritaron la orden, pero las palabras sonaron complicadas en mis oídos, casi como si hablaran en cámara lenta. Un extraño zumbido llenó mis oídos, aumentando a un rugido. Vi sus molestos labios moviéndose, sus armas destellando bajo la luz de la luna. Invadían desde todas las direcciones, atrapándonos a Scott y a mí en un pequeño montón.
El brillo de esperanza murió en los ojos de Scott, sustituido por el miedo. Soltó la lona, juntando sus manos tras de su cabeza. Un objeto sólido, un codo quizás, o un puño, apareció en el aire de la noche, estrellándose contra su cráneo.
Cuando Scott colapsó, yo aún estaba captando las palabras. Incluso un grito no podría atravesar mi terror.
Al final, la única cosa entre nosotros era silencio.