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Capítulo 39

Alice

Prácticamente era de noche cuando empezó a llover a cántaros. No solo eso, sino que también se escuchaban truenos y se visualizaban rayos en el cielo, poniéndome la piel de gallina. Siempre me habían generado mucho respeto las tormentas eléctricas y el hecho de estar sola, anocheciendo y en un bosque desconocido de un mundo que hacía una semana habría llamado alienígena, no ayudaba lo más mínimo a calmarme. Parecía que nada podía irme peor ya, pero era tan inocente en ese tiempo que no quería ni pensar en lo que podría venir después.

Tuve que apresurarme para coger el conejo que acababa de matar y tratar de volver con los dos fríos que había dejado atrás.

No fue fácil coger el animal, ni siquiera tocarlo. La flecha de oro había impactado justo en el centro de su pequeño cuerpo que en ese momento yacía sin vida en el suelo y completamente ensangrentado. Sentí lástima por él, ya que haberlo visto corriendo y saltando en el bosque era muy diferente a encontrarlo directamente en la carnicería de mi pueblo. Jamás creí que sería capaz de matar a un animal para comer, creía que antes me haría vegetariana, pero muchas cosas habían cambiado desde entonces.

Decidí que lo mejor sería no pensar más en el conejo, ni en las extrañas visiones que me nublaban la mente cada dos por tres, así que lo cogí cerrando los ojos, le arranqué la flecha del cuerpo empecé a correr de vuelta, con el arco y las flechas a la espalda.

La lluvia caía con fuerza y el suelo estaba lleno de barro. La capa roja que me había dado Skay, estaba completamente empapada, igual que yo. Tampoco era capaz de ver nada, ya que por si la lluvia no era suficiente, ya empezaba a ser negra noche.

Estuve corriendo en la dirección por donde creía haber venido, durante un tiempo que se me hizo eterno. Estaba decidida a no rendirme, pero llegó un momento en el que no veía prácticamente nada. Nunca antes había visto una noche tan oscura. No distinguía los árboles y la única luz que había era la de los rayos cuando impactaban no muy lejos de mí.

¿Por qué tenía que llover justo en la primera noche que pasaba ahí fuera? ¿Serían los fenómenos meteorológicos obra de algún Dios? Si así era, parecía que algunos Dioses quisieran complicarme la existencia en lugar de ayudarme lo más mínimo.

Estaba completamente perdida y asustada, cuando escuché a lo lejos el aullido de lo que me pareció un lobo. Desesperada, mis piernas empezaron a correr todavía más deprisa, ya que aquel aullido me hizo olvidar el dolor y el cansancio que sentía en ellas cada vez que las flexionaba. Empecé a jadear y me reí, para no llorar, de lo irónico que sonaba que yo pudiera ser fuerte.

Me di de bruces con árboles, rocas y plantas y resbalé en el barro varias veces. Estaba corriendo sin pensar hacia donde me dirigía y me sentía como una ilusa por tener la esperanza de encontrar algún sitio donde protegerme de la oscuridad, los animales salvajes y la terrible tormenta.

Estaba tan cegada por el miedo que me golpeé fuertemente contra algo y caí, pero esta vez, el suelo no era plano, sino que rodé como una croqueta durante varios minutos... creí que moriría, que me golpearía la cabeza contra una roca y ese sería el fin de mis días o tal vez despertaría de una pesadilla que no quería volver a revivir por nada del mundo. Sin embargo, no hubo rocas, solo agua. Un agua helada.

El agua me rodeó por completo de forma inesperada y de no haber sido porque mi temperatura corporal ya era gélida, me habría congelado los huesos.

Por un instante, quise ahogarme. ¿Por qué a la mínima que algo se complicaba quería dejarme morir o huir? Era una cobarde. ¿Quién no lo sería de estar en mi situación? Sin embargo, recordé que había gente que esperaba grandes cosas de mí y deseé volver a la superficie y relajarme, no rendirme y seguir luchando, descubrir quién era realmente mi padre y qué era lo que Eros quería que recordara.

A pesar de mis deseos, mi cuerpo ya no respondía y me iba hundiendo cada vez más, inevitablemente.

Era inútil, ya no tenía oxígeno en los pulmones. Iba a morir, ahogada. Siempre había pensado que morir de esta forma era lo peor. Quise gritar que quería vivir, porque todavía me quedaban muchas cosas por hacer, pero no pude.

Perdí el conocimiento, mientras me hundía cada vez más hacía la profundidad de lo que supuse que sería un lago.

***

Abrí los ojos, pero ya no estaba sola.

La luz me rodeaba, igual que un paisaje de ensueño. Enormes montañas vírgenes se vislumbraban a lo lejos y yo me encontraba junto a un pequeño río. Además, no estaba sola, Eros estaba en frente de mí, tan cerca que podía tocarlo.

"Harás que te maten por esto." – dijo el Dios, con semblante preocupado, casi desencajado.

"¿Pero qué puedo hacer? ¡Le amo! Mi destino es estar con él y quiero que me lo devuelvan... quiero que Hades le devuelva la vida que le ha robado." – noté cómo una lágrima corría por mi mejilla al pronunciar estas palabras.

No entendía nada, creí que estaba soñando. Era yo quien pronunciaba aquellas palabras, como si de un guion se tratase, pero no tenía ningún control sobre ellas. Tan solo era una espectadora, una vez más.

"No puedes desafiar a los Dioses. Te matarán." – insistió Eros, empezando a desesperarse.

Sin embargo, no quise escucharle. Nunca le hacía caso, ya que como bien decían los Dioses de mí, nunca habían conocido a ninguna persona más tozuda y orgullosa. Ese sería mi pecado, querer jugar a ser Dios, cuando tan solo era una súbdita más que debía acatar sus leyes, por injustas que fueran.

En ese momento, todo me pareció muy borroso y no sabía de donde salían estas visiones sin sentido. Tampoco me esforcé mucho en intentar descifrar el mensaje, ya que en ese momento ya todo daba igual.

La realidad me embriagó de nuevo, borrando el hermoso paisaje, con Eros incluido.

Me estaba ahogando e iba a morir.

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