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Capítulo 32

Skay

A pesar de que había confesado mi amor por Alice a mi padre y a Diana de forma muy tranquila, en el fondo, me encontraba muy nervioso y ansioso de descubrir totalmente lo que aquello significaba. Una vez había asimilado mis sentimientos, tenía ganas de gritarlo y que todos se enterasen. A pesar de ello, no sabía cómo reaccionaría Alice cuando le explicase cómo me sentía. ¿Me odiaría todavía por haberme comportado como un idiota? Lo más probable era que una parte de ella no lo pudiera pasar por alto aún.

Y por si eso fuera poco, acababa de darme cuenta del dolor que esto estaba causándole a Diana, pero era algo que no podía evitar, un daño colateral. No podía ignorar lo que sentía por Alice, porque ella era la única por la que había sentido algo y sabía que era un sentimiento fuerte, que no se podría desvanecer por muchos años que pasaran.

Nunca había sabido amar a Diana y ahora ella me miraba con furia y me gritaba pidiendo explicaciones sobre porqué me había enamorado de otra, especialmente de Alice.

Me golpeó con fuerza el pecho repetidas veces, como una niña pequeña cuando le entra una pataleta y después se rindió, apoyando la cabeza en mi torso y derramando alguna lágrima.

- Lo siento... siento mucho que hayas tenido que pasar por todo esto. Yo nunca pedí tampoco ser el heredero, ni mucho menos haber dedicado mi vida únicamente a eso, pero no tuve elección, ya que con la muerte de la reina Opal y su marido, sin aparente descendencia, mi padre fue elegido rey. Mi futuro ya había sido decidido, prácticamente desde el momento en que nací, igual que el tuyo y créeme cuando te digo que me enfadé mucho cuando me dijeron que Alice era la verdadera hija de la reina Opal. - le expliqué, abriendo mi corazón a ella, a la misma vez que le pasaba los brazos por la cintura para envolverla con mi calidez.

De alguna forma, tuve la necesidad de intentar ahuyentar todos los males que pudiera tener con tan solo un abrazo. Sin embargo, sabía perfectamente que su único mal había sido que la obligaran a quererme, hasta conseguirlo. Le hicieron creer que su vida tan solo valía si la compartía a mi lado, cuando aquello era totalmente falso. Todos deberíamos tener el derecho de vivir nuestra vida libremente y sin fuertes influencias que te hagan olvidar tu verdadera forma de pensar.

De repente, Diana se apartó de mis brazos y me dijo:

- Soy una tonta. Anda que ponerme así por esto... - sus ojos se encontraban algo húmedos y estaban enrojecidos.

- No, no digas eso. - espeté frunciendo el ceño, ya que Diana en ningún momento me había parecido estúpida.

- Pero si es verdad... - inquirió mirándome a los ojos de nuevo, esta vez su mirada era más firme. - Nunca me has querido, ni nunca me querrás. Soy tonta por haber tenido esperanza.

- Eres inteligente, atractiva y fuerte, Diana, no lo olvides. - le reprimí al ver que se infravaloraba de aquella manera.

La chica rio de manera sarcástica y un hoyuelo se formó en su mejilla. Entonces, me pregunté si siempre lo había tenido o si había estado todo este tiempo tan ciego como para no darme cuenta. Observé a Diana con detenimiento y recordé el beso apasionado que habíamos compartido. Indudablemente, me había gustado y debía reconocer que era hermosa.

En aquel momento, la muchacha llevaba un top anaranjado y brillante y unos pantalones que le llegaban hasta la rodilla de la misma tonalidad, algo anchos y muy cómodos. Además, llevaba el cabello rojizo recogido en una pequeña coleta en la parte superior de la cabellera. Su vientre tonificado se dejaba ver, igual que sus prominentes curvas.

- ¿Y entonces qué tiene Alice que yo no tenga? - preguntó Diana, como si me leyera el pensamiento.

Esa era una pregunta que no sabía responder todavía. Quizá se tratara del aura que desprendía Alice, del misterio que la envolvía por todas partes, lo exótica que me parecía o su manera de pensar. Ella venía literalmente de otro mundo y en lo más hondo de mi alma había sentido una fuerte conexión con ella, como si un extraño hilo rojo hubiera unido nuestros destinos, a pesar de la distancia y el tiempo.

Sin embargo, no tenía una respuesta clara que ofrecerle a la chica que tenía delante, ideal para todos los hombres, menos para mí.

- Diana... - murmuré mirándola con semblante apenado - Simplemente, lo siento.

La chica no dijo nada, tan solo suspiró de manera resignada y dio media vuelta, alejándose de mí. Estaba seguro de que no volvería a sacar el tema y tardaría en volver a dirigirme la palabra. La habían entrenado para ser orgullosa y yo acababa de herir su orgullo. Sabía lo que significaba aquello y necesitaría hacerse a la idea de que la vida que le habían preparado había dejado de cobrar sentido, porque Alice había regresado y me aseguraría de que hubiera venido para quedarse.

Cuando Diana salió de la estancia, mi padre que parecía ser que había estado esperando fuera a que finalizáramos nuestra conversación, entró de nuevo y se dirigió a mí.

Me sorprendió el simple hecho de que fuera él el que me esperara por una vez y que no fuera al revés. Era el rey, pero desde que había vuelto Alice, su comportamiento había cambiado, como si de alguna manera se sintiera indigno de su posición, avergonzado de llevar una corona.

- ¿Has visto ya el inmenso poder de la línea ancestral? - me preguntó entonces esperando una afirmación por mi parte.

Asentí seriamente con un movimiento de cabeza y al recordar lo que mi padre me había dicho hacía unos minutos, inquirí:

- ¿Sabías desde el principio que Alice estaba viva? ¿Y que Ageon quería usarla como un arma? ¿Sabías incluso que los fríos dicen que ella es su última hija? ¿Cómo es posible?

Mi bombardeo de preguntas llegó a oídos de mi padre, el cual se dedicó a asentir levemente con la cabeza a cada una de mis cuestiones.

- Desconozco los métodos que utilizó el soberano de los fríos para acostarse con la reina Opal. Es probable que incluso la violara, pero no sé nada más. Mis conocimientos se basan únicamente en la carta que recibí hace quince años, al inicio de mi reinado. Tú tenías solo dos años. - explicó y por poco no me caí de la sorpresa.

Mi padre había sabido todo eso desde hacía quince años, pero aun así había ignorado la posibilidad de que Alice regresara. Me llevé las manos a la cabeza, alarmado. ¿Realmente conocía a mi padre? ¿Cómo podía haberme escondido la verdad, incluso ahora?

- ¿Quién era el remitente de la carta? - pregunté entonces, con los ojos como platos.

- Ageon, reclamando a su hija, su arma más letal jamás creada: una híbrida, un choque entre dos mundos y procedente de ambas líneas ancestrales: la cálida y la fría. Y algo me dice que todavía no sabemos nada de Alice.

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