Alice
Me moví nerviosa en la cama de un lado para otro. Solía ser muy inquieta al dormir, pero el hecho de que ahora mi cama fuera el doble de ancha que antes, abría mis horizontes y provocaba que pudiera convertirme inconscientemente en una profesional en hacer la croqueta hacia la derecha y hacia la izquierda. Era obvio que las palabras que aquella joven cocinera llamada Minerva me había dicho, no habían podido dejarme indiferente, por lo cual, eso sumado a que no estaba acostumbrada a tener tanto espacio en la cama, hizo que me moviera demasiado.
Pero aquello no fue todo, una deliciosa fragancia a comida me despertó aquella mañana.
Primero entreabrí los ojos un poco y la luz me cegó, haciendo que me quisiera quedar en la cama el resto del día. Sin embargo, la voz que escuché en un susurro después, hizo que me lo pensara de nuevo:
- Mira Lucía, parece que ya se despierta.
- No, parece que se ha vuelto a dormir. Tendremos que probar con otra cosa...- le respondió una voz femenina en un susurro.
- Está bien. Llévate esto a la cocina entonces. - respondió la primera voz.
En ese momento fue cuando abrí los ojos por completo y la vergüenza se apoderó de mí cuando comprobé que muy probablemente aquellas dos chicas que me observaban atentamente, debían de haber visto mis incansables movimientos a la hora de dormir.
- ¡Oh! Ya está despierta alteza. - me dijo una de las chicas, quienes parecían ser criadas.
- Tiene el sueño muy profundo, ya que hace horas que estamos aquí y no se ha dado cuenta.
¡¿Horas?! ¿Por qué llevaban tanto tiempo simplemente mirando cómo me revolvía entre las sábanas?
- ¿Qué hora es? - pregunté entonces y deseé disponer de un reloj en ese lugar.
- Es prácticamente la hora de comer. - me respondió una de ellas, la cual tenía la piel muy morena.
Fruncí el ceño instantáneamente al escuchar su respuesta.
- ¿Por qué me habéis traído el desayuno, si ya es la hora de comer? - pregunté visiblemente confundida.
La chica que tenía la piel un poco más clara que la que acababa de hablar, rio sin querer y su compañera le pegó un codazo avergonzada.
- Era sólo una técnica para despertarla. Si no es mucha modestia, la vestiremos y la acompañaremos al comedor. Le interesará saber también, que el príncipe Skay ya se ha despertado y su cuidadora se encuentra ahora durmiendo tranquilamente. - respondió la chica más morena.
Saber que mi madre se encontraba bien me reconfortó, por lo que decidí levantarme de la cama y enfrentarme a lo que pudiera venir aquel día.
Las criadas se dispusieron a quitarme el pijama. Me sorprendió la proximidad a la que se encontraban de mí y entonces observé que llevaban mangas largas y se habían puesto guantes térmicos en las manos. El rey debía de haber dado estrictas órdenes respecto a cómo debían de tratar conmigo.
Me ruboricé cuando las chicas me desvistieron, ya que no estaba acostumbrada a que me vieran con tan solo mi ropa interior de abajo. Quise protestar que me dejaran vestirme sola, ya que me había pasado la vida haciéndolo, pero me detuve en el momento que se aproximaron con un extraño vestido, lleno de cintas por la zona de la espalda que supuse que sería complicado de ponerme yo sola.
Antes de todo, me pusieron un extraño sujetador que consistía en dos aros que se unían por el centro y daban forma redonda a mis pechos. Lo sentí incómodo y eché en falta mis sencillos sujetadores, la mayoría comprados en el mercadillo que ponían los jueves al lado de mi casa.
El vestido era de un tono rojizo que daba vida a mi pálido cuerpo y por la espalda estaba medio abierto, tan solo lo cerraban dos cintas en forma de x.
- ¿Cómo os llamáis? - les pregunté a las chicas que me vestían con una rapidez y experiencia increíbles.
- Ella es Lucía y yo me llamo Georgiana. - me respondió la chica de piel muy morena, mientras me ataba correctamente las cintas a la espalda.
- Me gustaría que os dirigierais a mí como Alice, ni alteza, ni usted, nada de eso. ¿De acuerdo? - les dije de repente y pude ver sus caras de asombro en ese momento.
Ambas asintieron con la cabeza y les agradecí que me hubieran ayudado a ponerme ese estrafalario vestido. A continuación, me dediqué a seguirlas por los pasillos, ya iluminados con la luz solar que entraba por los enormes ventanales. Finalmente llegamos a una enorme puerta que llegaba hasta los más alto del techo.
Dos guardias se encontraban a lado y lado de la puerta, la cual se encontraba cerrada y no pude evitar pensar que me encontraba en un cuento de hadas, en el que salían princesas y príncipes que se enamoraban y vivían un feliz final feliz. Sin embargo, cuando la puerta se abrió y vi de nuevo a Skay, me di cuenta de que aquel cuento parecía estar distorsionado, ya que el apuesto príncipe no se trataba de un honorable y amable personaje, sino que todo al contrario, a mis ojos parecía en realidad uno amenazador y pervertido.
Intenté esquivar esos pensamientos de mi mente y observé con detenimiento la escena que se presentaba delante de mí.
Una larga mesa se extendía por la estancia. En la cabeza de la mesa se encontraba el rey, con una mujer a su lado que supuse que sería su esposa. Un poco más alejado, se encontraba Skay, el cual me miraba de forma extraña.
Parpadeé un par de veces cuando vi que todos tenían un plato de comida sin tocar delante suyo y que otro plato de las mismas características se encontraba justo en frente de donde Skay estaba sentado, esperando a que me dignara a caminar de una vez y dejara de estar de pie como un pasmarote en la puerta, mirando la escena sin decir absolutamente nada.
- Siéntese alteza, hónrenos con su presencia. - escuché que me decía el rey, probablemente para animarme a sentarme con ellos.
La puerta se cerró a mi espalda sin que yo ni siquiera me diera cuenta y no muy segura de ello, me senté en frente de un Skay algo malhumorado.
Observé al chico con los ojos abiertos de par en par y me pregunté si debía disculparme por haberle hecho daño sin querer. Olvidé incluso que estaba allí para comer lo que tenía en el plato y el muchacho elevó una ceja al ver que me quedaba mirándolo sin ninguna razón. Entonces, se llevó una cucharada de algo parecido a un estofado de carne a la boca y pensé que lo mejor sería hacer lo mismo.
La comida estaba exquisita y me animé a acabarme el plato. Fui la primera en terminar, ya que tanto el rey y la reina como su hijo, comían de una forma que encontraba muy lenta, hasta el punto de molestarme.
Finalmente, terminaron todos de comer en silencio y mientras esperábamos a que trajeran el segundo plato, el rey volvió a hablar:
- Alteza, debido a que Skay no se encuentra en estado de empezar al cargo de su entrenamiento, una muchacha se ha animado a sustituirlo durante la próxima semana. - aquellas palabras hicieron que recordara que en primer lugar tenía que entrenarme y me alegré de que al menos empezara con alguien que no fuera Skay -. Es completamente apta para empezar con el entrenamiento y estoy seguro de que le instruirá correctamente hasta que mi hijo pueda encargarse él mismo.
- Está bien. - dije solemnemente, visiblemente aliviada.
En ese mismo instante, la enorme puerta volvió a abrirse y por ella entró una hermosa chica pelirroja con el cabello rizado. Noté entonces, cómo Skay se erguía un poco incómodo en su presencia.
La chica me miró y esbozó una sonrisa que califiqué como falsa. Estaba muy acostumbrada a distinguir las personas hipócritas de las verdaderas y aquella chica no me pareció que me sonriera de forma verdadera. Sin embargo, creí que sería mejor que Skay para entrenarme. Tan sólo esperaba que tuviera paciencia.
La chica me hizo una reverencia y comprobé los abdominales que se marcaban en su perfecto vientre. Tampoco pude pasar por alto sus piernas largas y su figura esbelta. Estaba segura de que a su lado, me vería como una insulsa paloma al lado de un bello cisne.
- Mi nombre es Diana. Será un honor instruirle en lo que haga falta.