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Capítulo 191.- Precioso para poseerlo XVI

Aquella noche Anne no se presentó a cenar. La señora Jenkinson apareció en la salita contigua al comedor, disculpando a su protegida a causa de la fatiga y un fuerte dolor de cabeza. La cena transcurrió en un ambiente un tanto extraño, de lo cual se culpó al mal tiempo, y Richard, que se encontraba nervioso, recomendó una partida de billar como el alivio más prometedor. Sus esperanzas, sin embargo, se vieron frustradas, al menos temporalmente, porque su tía exigió que él y Darcy asumieran la responsabilidad de aliviar su aburrimiento presentándose en la mesa de juego del salón para echar una partida de cartas inmediatamente después de su brandy.

—¿Tendrás ganas de jugar después de que lady Catherine se retire? —Fitzwilliam miró a su primo con el ceño fruncido, antes de beberse el resto del brandy y acercarse a Darcy para que lo volviera a llenar—. Jugar a las cartas con la dama dragón y la señora Jenkinson no es precisamente mi idea de la mejor manera de recuperar un día caracterizado principalmente por un tedio mortal. —Le dio otro sorbo a su vaso—. ¡Dios, cómo me gustaría que el párroco hubiese podido venir! Así podríamos haber tenido un poco de diversión.

—Aunque no puedo proporcionarte una velada tan fascinante, me comprometo a satisfacer tu ansia de diversión —respondió Darcy secamente, mientras llenaba el vaso de Fitzwilliam y volvía a poner la licorera sobre la mesa, con cierta irritación ante la alusión a Elizabeth que había hecho Richard. A él no le gustaba la manera tan informal en que su primo hablaba de ella y estaba decidido a ponerle fin enseguida—. ¿O es que el día de la paga está muy lejano?

—No, mis bolsillos todavía no están vacíos, Darcy. —Fitzwilliam levantó la barbilla al sentir el golpe bajo de su primo—. Y también te equivocas en lo otro. Durante esta visita a Kent he descubierto que eres increíblemente fascinante.

El brandy que había en el vaso de Darcy se balanceó.

—Entonces la vida militar no debe de ser una profesión tan exigente como se dice —replicó Darcy, sosteniendo la mirada a Richard, pero se arrepintió casi enseguida. Una pelea ahora sólo alentaría la curiosidad de su primo y ¡su acusación había sido más que provocativa!—. Perdóname, Richard, eso ha sido totalmente innecesario. —Se recostó en la silla. ¡Si pudiera retirarse a la biblioteca o a su habitación! La tensión entre las exigencias de su corazón y las de su apellido, sumadas a la intensidad de su decepción por no haber visto a Elizabeth ese día, estaban haciendo que se comportara como un verdadero idiota.

—Discúlpame también tú a mí, Fitz. —Richard se desplomó en la silla y señaló la ventana—. Debe de ser esta maldita lluvia. Nos tiene a los dos exasperados. ¿Hacemos las paces, viejo amigo? —Y levantó su vaso.

Darcy asintió, alzando también su vaso.

—La paz. —Ambos dieron un largo sorbo a su brandy—. ¿Crees que podremos atrevernos a poner a prueba nuestra tregua y jugar después unas cuantas partidas de billar? —Darcy le hizo notar a su primo, con un gesto de la mano, que el brandy le estaba poniendo coloradas las mejillas.

Fitzwilliam se frotó la barbilla y se rió.

—Tal vez sea mejor que analicemos nuestro temperamento y nuestro estado de sobriedad después de que su señoría los ponga a prueba en la mesa de cartas. ¡Es posible que los dos estemos dispuestos a cometer un crimen cuando juguemos la última carta!

El tedio de la partida de cartas con lady Catherine y su constante monólogo llevó a los dos hombres a buscar el refugio de sus habitaciones, en lugar de exponerse a las sorpresas que podía depararles la mesa de billar. Darcy estaba convencido de que, sin duda, era una de las mejores decisiones que él y Richard habían tomado últimamente cuando cruzó el umbral de su alcoba y fue recibido por su ayuda de cámara. Las revelaciones y las desilusiones de la jornada hicieron que recibiera con alivio el anuncio de Fletcher de que disfrutaría de agua caliente y de la preparación de la receta calmante de su padre, tan pronto como se deshiciera de su traje. Algo más tarde, tras finalizar su aseo, sentado frente a la chimenea de su alcoba, envuelto en su bata, Darcy hizo un tímido esfuerzo por organizar sus pensamientos. Pero la hora, el fuego, la calidez de la bebida que se deslizaba suavemente por su garganta…, todo conspiró para enviarlo directamente al camino, a través del bosque y más allá de la empalizada, hacia cierta residencia donde unos ojos iluminados por una sonrisa de bienvenida lo esperaban para consolarlo del dolor que le había producido su larga ausencia.

—¡Oh! —Aquella exclamación fue más que suficiente para hacer que Darcy concluyera su examen del daño que habían sufrido varios árboles a causa de algún insecto, en el que se encontraba enfrascado mientras esperaba a que Elizabeth apareciera. Los árboles todavía parecían lo suficientemente fuertes, pero si no se hacía algo, con el tiempo acabarían transformándose en carcasas vacías y se convertirían en un peligro para los que pasaran por el camino. Acababa de terminar su análisis del asunto y había tomado nota de la necesidad de llamar al guardabosques de su tía, cuando Elizabeth apareció de repente, mientras él rodeaba uno de los árboles enfermos.

—Señorita Bennet. —Darcy hizo una inclinación. Todo su ser pareció cobrar vida súbitamente por el placer de verla y por la sensación de alivio que le produjo el hecho de no haber llegado demasiado tarde. Sin embargo, tan pronto como Darcy se fijó de dónde venía la muchacha, se dio cuenta de que debía de estar comenzando su paseo, lo cual significaba que tendría el placer de su compañía durante casi una hora. ¡Excelente!

—Señor Darcy. —Elizabeth se inclinó para hacer una extraña reverencia. ¿Se trataba de un gesto de disgusto? El caballero esperó con impaciencia a que ella levantara la cabeza, pero cuando lo hizo su expresión era la de cualquier jovencita bien educada ante un encuentro como aquél. La tensión de los músculos alrededor del estómago cedió un poco y Darcy avanzó hacia delante.

—Según parece, acaba usted de comenzar su paseo —empezó a decir rápidamente, demasiado ansioso para esperar a que ella confirmara o negara su apreciación—. El parque de Rosings ha sido obra de muchas generaciones. Y también fue uno de mis lugares preferidos en mi juventud; en consecuencia —dijo, bajando la voz—, lo conozco estupendamente. —Al decir la última palabra, Darcy la miró con seriedad—. Será un placer para mí hacer las veces de guía y comenzar a presentarle algunas de sus maravillas menos conocidas.

Elizabeth parpadeó, al parecer un poco asombrada por su ofrecimiento.

—Es muy generoso por su parte, señor, pero no puedo pedirle que me dedique tanto tiempo. Sería una descortesía.

La amable preocupación de Elizabeth le produjo satisfacción.

—¡En absoluto! Estoy a sus órdenes, señorita Bennet. —Darcy le ofreció su brazo y, al igual que el primer día, la muchacha pareció vacilar un poco antes de aceptarlo, lo cual fascinó a Darcy por la delicadeza de los modales y la forma en que controlaba toda expectación—. Desde luego, hoy sólo empezaremos. Una completa exploración del parque no sería posible ni siquiera durante la totalidad de esta visita. Le aseguro que pasará algún tiempo antes de que usted haya visto todo lo que Rosings tiene que ofrecer. —Aquella observación pareció impresionarla, porque su única respuesta fue un débil «¡Ciertamente!», mientras él le señalaba la dirección que tenían que tomar.

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