An Xiaxia se mordió el labio. Se había dado cuenta de que era uno de los pasatiempos pervertidos de Rong Che. Cuanto más intentara escapar y luchar, más se excitaba él. Si volvía a correr, sin duda esa llave inglesa caería sobre su cabeza. Respiró profundo al pensarlo y se sentó.
—Si sigo tus instrucciones, ¿podrías no pegarme? —preguntó en voz baja.
Él se ablandó con esas palabras de súplica y con su adorable carita.
—Está bien —dejó la llave inglesa y sonrió—. Pero de ahora en adelante, tienes que hacer todo lo que diga.
Ella asintió obedientemente, pero sus dedos habían alcanzado su bolsillo para tomar su teléfono. Esos hombres robustos no la habían registrado, lo que le había dado una oportunidad.
Rong Che tomó una vela y solo entonces se dio cuenta de que no tenía un encendedor, así que dejó la habitación para pedir uno prestado.
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