La túnica blanca de un clérigo corriente en su cuerpo, y sus ojos ligeramente amoratados, hacían que Sard no pareciera diferente de cualquier anciano que tomara el sol en las calles de Rentato, aunque la atmósfera a su alrededor era muy intensa y sombría en verdad.
Echó un vistazo a la plaza vacía de la iglesia y se rio.
—Me preocupaba que no se atreviera a venir, Señor de la Tormenta.
Con la vibración de una tormenta, Fernando resopló.
—¿Por qué no iba a atreverme a venir? ¿La Iglesia esperaría y nos vería crecer sin hacer nada? Apuesto a que no se necesita esperar en absoluto. En el momento en el que el Papa recupere la Llegada del Dios el año que viene, emprenderá una guerra total contra nosotros. Por lo tanto, también podríamos tomar la iniciativa de la batalla.
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