Yun Shishi observó en detalle cada centímetro de su cara. De repente, aceptó de verdad el hecho de que ese hombre era atractivo.
A veces, sólo se podía lamentar lo sesgado que era Dios; parecía haberle concedido generosamente a ese hombre las mejores cosas del mundo.
Le había dado un increíble poder, una familia cuyas riquezas ilimitadas que podían rivalizar con las de un país, y una belleza sin igual, él era la encarnación de la perfección.
No obstante, se le dio un temperamento extraño para ir a la par con todos esos.
Era temperamental y tenía un mal carácter. Tal vez, eso era propio entre los ricos. Siempre había sido egocéntrico. Cuando quería algo, debía conseguirlo; si no lo conseguía, prefería destruirlo antes que darlo.
Y si no le gustaba algo, no lo quería, y nunca podría ser forzado por otros a que lo quisiera. Él era contundente, pero insufriblemente arrogante.
Pero tenía el dinero para comportarse de esa manera.
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