Llevaron a los niños al auto. Los tres se sentaron, por supuesto, en el asiento trasero, Su Qianci se sentó en el de copiloto y Li Sicheng conducía.
Su Qianci abrió el yogurt. Li Jianyue lo vio en la parte de atrás y gritó:
—¡Mamá, lo quiero!
Su Qianci tomó un sorbo. Al escuchar a su hija decir eso, acercó el yogurt a la parte de atrás. Pero antes de entregarlo, Li Sicheng la detuvo y habló, serio:
—Ersu, tu madre no desayunó, así que no puedes quitarle el yogur. Se sentiría enferma si tiene hambre.
—Oh —respondió Li Jianyue, mirando el espejo retrovisor; la niña lamió el caramelo en la mano y se lo entregó—. Mamá, ¿quieres piruleta?
Su Qianci se rio entre dientes y sacudió la cabeza.
—No, Ersu puede tenerla.
Li Jianqian y Li Mosen estaban sosteniendo un modelo en sus manos. Frente a frente, los dos pequeños muchachos lo estaban desarmando, tan ocupados que no tuvieron tiempo de comer las golosinas en sus manos.
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