El pacífico laboratorio estaba tan silencioso que parecía que el tiempo se había
detenido, solo se oía el sonido de las burbujas en el tubo de ensayo.
Raymond se encogió y esperó que llegasen sus últimos momentos. Después de
esperar durante un rato, de repente oyó una voz.
—¿Qué estás haciendo?
— Eh... —Raymond había estado esperando la muerte con los ojos cerrados.
Cuando escuchó la voz, pensó que era su imaginación. Luego lo reconsideró.
¿Habría una voz tan molesta justo después de entrar en el más allá?
Entonces Raymond abrió sus ojos y miró. La sabandija, que debería haber sido
enterrada en la explosión mágica, estaba ahí parada como si nada hubiera
pasado. Aún estaba sosteniendo el aterrador tubo de ensayo en su mano. Pero
Raymond no se concentró en el tubo para nada. En su lugar, se preguntaba por
qué no hubo una explosión o algo fuera de lugar. —¿Por qué? La solución de
coral rojo debería estar fuera de control por las altas temperaturas, ¿cómo podía
mantenerse firme?
La mente de Raymond era un completo desastre, como si se estuviese derritiendo.
No había surgido ningún problema cuando la solución de coral fue calentada a alta
temperatura y él se negaba a aceptarlo. Era como si estuviera avergonzando a su
conocimiento de la alquimia. Los profesores de alquimia en Okland enfatizaron
que el coral rojo no debía ser disuelto en una solución y mucho menos dejar que
entrara en contacto con la alta temperatura.
Si tuviera que elegir entre que esto fuera un malentendido o un gran error de sus
profesores, prefería creer que era todo producto de su imaginación.
Por supuesto...
Como si estuviera probando que no era una ilusión, esa molesta voz se repitió. Y,
además, esta vez sonaba impaciente. —¿Cuánto tiempo puede llevar encantar
unas botellas de vidrio?
Al decir eso, Lin Yun se acercó, con el tubo lleno de solución de coral en su mano.
—¡Tú! ¡No te acerques! —Raymond retrocedió del miedo. Subconscientemente,
quería detenerlo, pero pronto se recuperó y cambió inmediatamente su tono—. Te
los llevaré.
Raymond se arrepintió de haber dicho eso.
Hacer el trabajo sucio de alguien sin ninguna recompensa y tener que
acércaselo... Eso era perder la dignidad.
Pero ya había dicho las palabras y no podía retractarse. Por ello, Raymond solo
podía sufrir en silencio y terminar el ultimo encantamiento antes de soportar la
vergüenza y llevarle las botellas a ese canalla.
Para conservar algo de su orgullo, Raymond apoyó las botellas en la mesa de
alquimia una tras otra, resoplando. Pero en cuanto vio el tubo de oscura solución
roja, no pudo mantener la compostura por su preocupación. Miró a Lin Yun, muy
enojado, pero sin atreverse a hablar.
Lin Yun no se preocupó por él mientras cogía las botellas encantadas y las
arreglaba sobre la mesa, antes de verter la solución de coral en ellas, en
porciones precisas. Durante todo este proceso, los párpados de Raymond no
podían evitar contraerse.
Al finalizar, Lin Yun por fin soltó el peligroso tubo y comenzó a examinar la pila de
materiales mágicos, organizándolos. Luego molió algunas flores secas de mil
nudos, usó un colador para extraer el jugo de siete hojas de hierba y desparramó
un poco de arena lunar en una hoja de papel blanca. Después de unos simples
encantamientos, dispersó la arena y esta comenzó a brillar suavemente.
De forma gradual, la radiación se hizo más deslumbrante y Lin Yun empezó a
trabajar más rápido. Vertió el jugo de las hojas de hierba en las botellas de vidrio y
el color rojizo de la solución de coral se atenuó. Cuando agregó el polvo de flor de
mil nudos, el olor irritante desapareció lentamente.
Al desaparecer el brillo de la arena lunar, las tres botellas de líquido rojo revelaron
su verdadera apariencia a través de una leve niebla.
«¡Dios mío!».
Cuando Raymond vio todo eso, aunque aún lamentaba su orgullo herido, abrió su
boca y una expresión paralizada apareció en su cara. Estaba completamente
anonadado mientras miraba a Lin Yun con miedo, como si la persona que estaba
ante él fuese un monstruo.
«¿Cómo puede ser esto una poción Colorida?».
Raymond recordó claramente que unos meses atrás, cuando recién se había
graduado y convertido en mago, la escuela de magia Okland le permitió acceder al
laboratorio para estudiar durante una semana como recompensa. Allí, aprendió
sobre todo un nuevo mundo. Aquel lugar podía ser considerado el centro del
aprendizaje del reino. Había dos Archimagos y siete Grandes Alquimistas. Se
decía que el que verdaderamente estaba a cargo del laboratorio era un Maestro
Alquimista. Su presencia convertía a Okland en una tierra sagrada para los
corazones de incontables alquimistas.
Cuando Raymond lo visitó, pensó que estaba haciendo un peregrinaje.
Esa semana fue como un sueño. Estar en la central de la enseñanza y tener la
oportunidad de ver esos materiales legendarios, incluso poder escucharlos debatir
sobre el trabajo, si tenía suerte. Además, ocasionalmente tenía la oportunidad de
ver su investigación. Para Raymond, esta experiencia valía cada una de las
riquezas que pudiera ganar en toda su vida.
No eran muchas las personas que podían acceder a una oportunidad como esa.
Estas personas estaban en la cima de sus respectivos campos de trabajo, ya fuera
un Archimago o un Gran Alquimista. Estaban separadas de la gente común y, a
veces, decían cosas capaces de iluminar a magos como Raymond y ahorrarles
años de avanzar a tientas.
Raymond recordó la tarde del tercer día en el que estuvo allí. Había sido tan
afortunado que tuvo la oportunidad de ver la fabricación de pociones del Gran
Alquimista Gustave. Estaba creando una botella de poción Colorida, especializada
en limpiar las impurezas de un remolino de maná. Para un mago que ya estaba en
el máximo nivel de magos estándar y tenía intenciones de forzar su remolino de
maná a la próxima categoría de Archimago, la poción era invaluable.
Este era el milagro de la alquimia. Tras presenciar ese milagro personalmente,
Raymond atesoró cada detalle. El joven mago sentía que incluso si pasasen diez
años, aún recordaría todo lo que había ocurrido allí.
Ni cerca de diez años habían pasado, así que el entendimiento actual de
Raymond estaba incluso más claro.
Quizás fue a causa de este vivido recuerdo, pero Raymond pareció perder el
control.
Ya fuese por su olor o por sus fluctuaciones mágicas, esas tres botellas sobre la
mesa de alquimia eran idénticas a la poción Colorida.
¿Qué significaba esto? Significaba que esta persona que había estado estancada
como aprendiz por años no solo era un mago que dominaba dos tipos distintos de
habilidades para lanzar hechizos, ¡sino que también era un dotado alquimista!
«Debo de estar soñando, ¿verdad?».
Como mago, Raymond naturalmente sabía que ya fuera magia o alquimia, estas
requerían una gran cantidad de tiempo y experiencia. Ser hábil en estos dos
aspectos no cambiaría en absoluto ese hecho. Sin importar cuán increíble y
talentoso fuera alguien, se requería tiempo para acumular el conocimiento y
perfeccionar sus habilidades. Nadie podía saltarse ese paso.
De las numerosas ramas de la alquimia, la creación de pociones era la que más
tiempo consumía. Con el gran número de fórmulas y el ensayo constante, todos
los alquimistas de pociones crecían a través de sus innumerables fracasos. Hasta
ahora, el alquimista de pociones más joven del reino de Andlusa tenía al menos 30
años.
Esto era el colmo. Sin tiempo para acumular conocimiento y experiencia, era
imposible convertirse en un alquimista.
Pero el joven maestro Merlin acababa de cumplir 20 años, si estos logros eran
reales, era impactantemente joven. Si de verdad era un alquimista de pociones a
esta edad, estaba destinado a convertirse en un Gran Alquimista.
«Acabo de atacar a un futuro Gran Alquimista».
Al tener ese pensamiento, un sudor frío corrió por la frente de Raymond.
Esto no era una broma.
—¿Qué tal si tomo la iniciativa y me disculpo primero, antes de pedir su perdón en
un tono sincero?
Aunque sonaba como tragarse su orgullo, después de ofender a alguien que
alcanzaría tal estatus, no tenía opción. Ya se había rebajado a sí mismo de todas
formas, así que no había mucho que perder si lo hacía incluso más.
—Bien. Hagámoslo.
Raymond reflexionó sobre cuál era la mejor manera de proceder. Ya que era
necesario que hiciera a un lado su orgullo, debía pensar cómo hacerlo.
Como resultado, Raymond aún no había pensado nada útil cuando el trabajo de
Lin Yun ya estaba terminado.
La mesa de alquimia había sido ordenada y las pocas herramientas usadas
estaban de vuelta en su sitio, incluyendo el crisol que había sacado de un cubo de
basura. Este era un hábito que Lin Yun adquirió al vivir en el fin de la era mágica.
En una era tan deficiente de recursos, hasta un cristal del tamaño de un grano de
arroz era un tesoro. Después de vivir en ese ambiente pobre, Lin Yun no podía
soportar actitudes derrochadoras.