Miles de caballos con armadura galoparon hacia delante mientras los soldados levantaban sus brillantes espadas. Nadie podía permanecer indiferente ante un ataque tan impresionante, pero Gaya ni siquiera pestañeó. En cambio, pasó su dedo anular por las cuerdas de su arpa.
En un instante, el mundo entero se volvió claro y silencioso.
El suelo se hundió abruptamente como si un objeto gigantesco hubiese caído del cielo, y ya no había un solo caballero ante Gaya. En un abrir y cerrar de ojos, la onda de sonido los había hecho polvo como copos de nieve. La joven se puso de pie y el polvo voló con la suave brisa.
—Feos, débiles y no dignos de mención —dijo Gaya, y echó un vistazo al suelo cubierto de polvo blanco delante de ella. Resopló y se fue con el arpa en sus manos.
Todo había terminado para ella.
Pero acababa de empezar para los demás.
Era por la tarde.
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