Lize extendió sus manos.
Una luz sagrada blanca se condensó en sus manos y fluyó de una manera que nunca antes había experimentado.
En ese momento, el poder sagrado que solía fluir como un manantial claro, estaba mostrando un lado feroz nunca antes visto. El poder surgía de las manos de Lize como un caballo salvaje que luchaba por liberarse de sus grilletes. Lize se mordía los labios firmemente, tratando de controlar el poder para su uso propio. Sin embargo, no era fácil; como clérigo, siempre prefirió el poder de apoyo en vez del poder ofensivo, así que, naturalmente, carecía de experiencia. Era como un hombre que normalmente conducía un coche clásico, pero que de repente le dieron un coche de Fórmula 1; le sería imposible ser bueno conduciéndolo.
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