Cuando finalizó la cena, Cati había tomado tres copas de vino y se sentía en el aire. Miró a Alejandro y sintió una suave sonrisa brotando en sus labios. Su primo estaba bien y ella había cenado con el Señor. Se sentía feliz.
Se preguntaba cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se sintió así. Todo parecía irreal. Meses atrás, jamás le habría creído a alguien si le decían que cenaría a la luz de la luna con el Señor Valeriano. A diferencia de la mayoría de las veces, su cabello no estaba prolijo, pues la brisa lo había despeinado.
Martín tocó la puerta. Venía con Margarita a limpiar la mesa. Margarita salió de la habitación mientras el mayordomo daba los reportes diarios de la mansión y la correspondencia al Señor. Alejandro despachó a Martín y, al regresar, encontró a Cati apoyada en la mesa.
—¿Cati? —llamó.
Cati murmuró algo. Sus ojos apenas abiertos.
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