Había un asunto, ni grande ni pequeño, ocurriendo en la Ciudad de la Noche Extrema que se había convertido en un tema de conversación entre los humanos a la hora del café después del almuerzo.
El Señor Leylin, el heredero de un noble, quien llevaba tres años viviendo en la ciudad y era un gran amigo del vizconde Jackson y el erudito Murphy, iba a dejar temporalmente la ciudad. Antes de irse, sorprendentemente, le había dejado su mansión y su tienda de medicinas a su asistente, una criada, para que las maneje.
Aunque con frecuencia usaban a la servidumbre para descargar su energía reprimida, los nobles jamás les entregaban inmuebles importantes o cosas similares por esa razón. Después de todo, las criadas eran como juguetes que podían cambiar o abandonar en cualquier momento. Los inmuebles y las tierras solían ser la herencia de los herederos, la base del desarrollo continuo de una familia.
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