1 1 Mi amado emperador

Ella se estremeció con el roce de sus labios carnosos. La penumbra apenas le permitía observar los ojos irisados del emperador, cuando este la tomó de la cintura y se apostó sobre su cuerpo. El kimono rojo se le enredó entre las piernas y los suaves cabellos negros, largos y lacios de su majestad se posaron sobre sus mejillas.

Hideki la observó por unos segundos.

Sus ojos se clavaron en lo más profundo de su alma, al tiempo que sentía sus manos entrelazándose con las de él. Su tacto cálido, su aliento fresco, sus mejillas tiñéndose de rojo debido a la sangre que le hervía dentro de sus venas.

El emperador parecía ensimismado en su mirada de caramelo. Podía sentir su dureza bajo las prendas que los separaban.

La brisa atravesó el suave cortinaje, permitiendo que la luz de la luna recorriera juguetona por toda la estancia; creando sombras sobre el techo al que ella fijó su vista cuando su amado rey se apretó contra su cuerpo.

Finalmente estaba sucediendo.

El tan esperado día, el momento en que ella fuera elegida entre un mar de jóvenes hermosas para residir en los aposentos del emperador, para ser enteramente suya.

Aiko se estremeció cuando la mano tibia del emperador bajó hasta sus muslos, abriéndose paso entre el kimono y las prendas íntimas, las cuales cedieron dúctiles a sus dedos experimentados. Dejó escapar un suspiro de placer al sentir el roce sobre las suaves piernas de melocotón. Sus labios entreabiertos recibieron el beso apasionado de su emperador mientras que este exploraba las curvas de su cuerpo, llenándola de emoción y ansiedad a partes iguales. Deseaba sentirse enteramente suya y no quería perder más tiempo en preámbulos.

El emperador dejó escapar una sonrisa sensual que la dejó sin aliento. La mujer se ruborizó al pensar que él podía descifrarla como si se tratase de un pozo de agua cristalina. Como si fuese capaz de mirar a través de sus ojos y conocerlo todo de ella.

―¿Estás nerviosa? ―le susurró al oído.

―Lo lamento, su majestad. Anhelaba mucho estar aquí. No sabe cuánto lo deseé.

Hideki amplificó su sonrisa al tiempo que aproximaba sus labios con ternura y suavidad. Aiko cerró los ojos mientras sentía el fuerte golpeteo de su corazón embravecido que ansiaba aquella consumación.

Boom, boom, boom. El torrente sanguíneo atravesaba su cuerpo entero con frenetismo y desesperación. Su pecho era una masa caliente a punto de alcanzar su clímax de cocción. Como un pan dentro del horno que se ensancha con cada segundo.

Hideki se acercaba cada vez más y más, estaba a punto de sembrar en su boca el amor de lo uniría a ella para siempre, pero antes de que sus labios hicieran contacto, el sonido de un tambor la sorprendió de súbito y ella abrió los ojos con una evidente decepción.

Miró a su alrededor.

La habitación se encontraba aún en penumbras, así como su corazón enamorado que volvía a ver un nuevo día sin la cálida presencia de su amado emperador.

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