1 Capítulo 1

— No sabes lo emocionada que estoy por esto. — miré a mi padre entusiasmada mientras él continuaba al volante.

— Ellie, ya te dije que no te hicieras muchas ilusiones. — advirtió mirándome de reojo.

— Perdona. — me excusé, aún emocionada y retomando mi atención a la ventana.

Ya llevaba más de dos semanas cautivada por la mudanza. Me metía en mi computadora y admiraba una y otra vez las fotos del hermoso Crystal Lake, mi nuevo hogar.

No era un lugar muy popular ni grande, tal vez cinco mil habitantes, como máximo. Mi padre, quien trabajaba en una pequeña empresa, había sido traslado a este pueblo hace ya un par de semanas. Se rehusaba a mudarse diciendo que le parecía injusta la decisión, pero no tuvo de otra,  pues la empresa amenazó, más tarde con despedirlo. 

Aunque me sentía muy feliz, dejé a varios de mis amigos atrás, Francis y Olivia principalmente, las conocía apenas hace dos años, pero nos habíamos vuelto bastante cercanas, siempre sabían cómo subirme el ánimo y sacarme una sonrisa. Al despedirme, les prometí que las visitaría algún día. Gracias al cielo la distancia no era muy larga.

— Llegamos — mi padre detuvo el auto y se bajó de el, cosa que luego también hice.

Nos estacionamos frente a una hermosa y pequeña casa ubicada al final de una calle. Ambos bajamos el equipaje y entramos en ella.

El frente tenía grandes ventanales los cuales le daban gran iluminación y el aire se sentía fresco y cálido como en verano. Al entrar nos recibieron unos muebles marrones, ubicados en la sala y dos hermosos cuadros allí igualmente.

Mi cuarto era muy espacioso, tenía una gran ventana y un armario al lado de esta. Sonreí feliz y descargué todo, comencé a explorar un poco más la casa, no era muy grande y definitivamente toda la atención se la llevaba el patio trasero que estaba lleno de bellas flores. Al ser nueva, no había mucho por admirar, teníamos que hacer una gran compra mi padre y yo, aunque yo ya había elegido todas las decoraciones que, sabia, le vendrían bien.

Luego de un rato sentí un poco de hambre y, pensando en que podría explorar un poco el pueblo, decidí salir.

— Padre, iré a hacer las compras. — le informé encontrándolo en la cocina desempacando.

— ¿Compras? — me miró no muy convencido.

— Si, muero de hambre. — mordí mis labios nerviosa esperando que diera su permiso.

— Esta bien, ten cuidado y no tardes mucho.

Solté un pequeño grito en celebración y salí volada de la puerta.

Había varias personas en la calle, todos caminaban riendo y hablando entre ellos. Las casas eran bastante pequeñas y coloridas. Las personas sentadas afuera platicando, me inspiraban seguridad y confianza. Todos parecían muy unidos.

Luego de unas calles, pude ver por fin un supermercado, no muy grande, con un par de personas en él. Entré segura y comencé a recorrerlo; panes, huevo, legumbres, todo hasta que llené el carrito.

Una chica joven, casi de mi edad, me atendió, comenzando a empacar las bolsas. De repente, su mirada se posó hacia la calle, donde estaba un muchacho rubio parado que le hizo señas para que se acercase, ella sonrió, se vio un poco dudosa pero luego soltó todo y se fue tras de él, dejándome sola en la caja.

— Disculpa. —  intenté llamarla, pero ni siquiera volteo a mirarme, ya estaba lejos como para escucharme. — Hola, ¿hay alguien? — miré a mi alrededor esperando encontrar a otro empleado.

Luego de varios segundos de pie, con mitad de mi comida en las bolsas, decidí rendirme y tratar de encontrar alguna otra tienda.

— Hola, ¿nadie? — grité una última vez antes de tomar mi plan en acción.

— Ya voy. — escuché una voz gruesa responder desde el fondo del establecimiento. Segundos después un chico alto apareció saliendo de una bodega.

— ¡Chloe! ¡No puedes dejar a los clientes así, ya te he dicho! — exclamó llamando la atención de la chica y aturdiéndome por su agresividad. Ella enojada, le rodó los ojos y se fue caminando con el chico.

— Lo siento, lo siento. — se disculpó apenado, empezando a empacar los productos restantes.

— Está bien, no pasa nada. — intenté relajarlo.

— Es mi hermana. — aclaró estresado, pasando los dedos por su cabello.

Pude notar que llevaba varias manillas en ambas manos; sus ojos eran cafés, muy oscuros, tenía cejas voluminosas que resaltaban la oscuridad de estos y parte de su pelo tapaba su frente.

— Son treinta con veinte. — pidió sacándome de mi trance.

Le di el dinero y esperé paciente, el cambio.

— Entonces... ¿tú hermana? — señalé a la calle, donde previamente ella había estado.

— Esa misma. — confirmó sacando el dinero, yo estaba lista para recibirlo e irme. — Es que no lo entiendo... — movió sus manos confundido, voleando por el aire mí dinero. — ¿Acaso disfruta hacerlo? ¿Disfruta desobedecerme? Y todo por un muchacho, bah.

Movía su pie nervioso y susurraba cosas para sí mismo.

— Aquí tienes. — me ofrece el cambio apurado. — Espera... — su mirada me inspecciona y parece reconocerme. — Eres la nueva, ¿no? — preguntó más que nada afirmando.

— Es correcto, llegué apenas hoy. — respondí, recibiendo el cambio antes de que lo jugueteara más.

— La gente no para de hablar de ti. — salió de la registradora, para después comenzar a organizar los estantes.

— ¿De mí? — lo seguí halagada y curiosa. — ¿Que dicen?

— No lo sé, no sé cómo lo vayas a tomar. — paró y me miró esperando una respuesta.

— ¿Que? ¿Es malo? — pregunté ofendiéndome un poco.

— No, no es nada, olvídalo. — dio la vuelta y comenzó a silbar burlándose.

— Vamos, tienes que decirme. — continuaba sin respuesta. Me estresé y lo empujé suavemente intentando captar su atención. — No me puedes dejar con la duda.

— Escucha. — se acomodó para mirarme. — estoy trabajando, si me dejas terminar con mucho gusto te podría decir, luego. — su tono me tomó por sorpresa.

— Si, lo siento, tú continua, yo me iré mejor. — respondí incómoda balanceando mis manos.

— Seria lo mejor, sí. — contestó sin mirarme, concentrado en lo que hacía.

Tomé mis bolsas y me retiré con una extraña sensación; tenía curiosidad, quería saber porque hablaban de mí, no sé qué podrían estar diciendo, si apenas había llegado hace unas horas, y, sobre todo, como sabían que había llegado, no es que pudiéramos haber sido muy ruidosos al respecto.

El camino a casa fue tranquilo, todavía había personas alrededor y el atardecer le daba un hermoso toque rústico a las calles. Muchas personas se sentaban en las diferentes bancas que había por todo el pueblo a charlar a gusto.

Cuando iba llegando a casa, encontré a mi padre en la puerta recibiendo algo que no alcance a distinguir de una señora anciana, ella le sonreía amablemente mientras le hablaba. Lo escuché pronunciar un gracias para luego la mujer y él retirarse. Le sonreí cuando pasó a mi lado y me dejó entrando a casa extrañada.

— Ya llegué. — avisé.

Dejé las bolsas al lado de la puerta y busqué a mi padre quién estaba en la sala aun desempacando.

— Tardaste mucho. Me hubieras ayudado mejor a desempacar todo esto. — se quejó señalando las cosas.

— Lo siento, pero créeme que todo lo que traje nos va a durar muchísimo. — defendí sentándome empezando a deshacer las maletas.

— No será necesario, los vecinos nos han traído de todo tipo de comida. Dicen que somos muy bienvenidos. — remarcó lo último sarcástico.

— Pues mucho mejor. — me paré feliz yendo a la cocina buscando tales comidas. Encontré varias canastas y platos llenos de postre de avellanas y tarta.

— Padre, no me vas a creer. — grité dichosa.

— ¿Que? — lo sentí acercarse. — No me digas que es otro de tus juegos.

— Es tarta, de manzana. — hablé incitándolo a probarla. Sabia que era su favorita, no iba a negarse.

El me miró serio y se cruzó de brazos.

— Solo un pedazo. — aceptó rendido, yo celebré victoriosa.

Tomé dos platos y partí dos pedazos para cada uno. Nos sentamos en la mesa y comenzamos a comer, disfrutando cada mordida.

Miré a mi padre quién comía dichoso y pensé que, sea lo que viniera acompañado con este nuevo hogar, los dos podíamos enfrentarlo. Después de todo, siempre habíamos sido el y yo. 

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