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Viajando en el Subte de la linea Z

—Próxima estación: Hospital Santa Catalina.

Un hombre de unos 35-40 años alzó la mirada desde su asiento y vio con cansancio como un cartel se iluminaba en la puerta del subte indicando cuál era la siguiente estación.

El hombre estaba vestido con un traje negro y una corbata roja. Los ojos del hombre eran celestes, mientras que su pelo era rubio y muy largo; al punto que parecía que al hombre no le importaba su cabello y solo lo dejaba crecer y crecer. Además, el hombre tenía una barba abultada y desprolija en el rostro, por lo cual no parecía prestarle mucha atención a su apariencia últimamente.

El hombre tenía ojeras y una cara de cansancio bastante marcada en su rostro, lo que indicaba que el hombre no estaba durmiendo bien últimamente. La persona cansada sostenía con precaución un ramo de flores rojas; con algo de temor a que la multitud en el subte aplaste y arruine las flores del ramo.

El hombre era nada más y nada menos que Abel, pero parecía que muchas cosas ocurrieron en su vida en estos 10 años que habían pasado desde que visitó Golden Valley .

*...¡¡Papá, el teléfono!!...¡¡Te están llamando, papá!!...* La voz alegre y entre risas de una niña se escuchó desde uno de los bolsillos del traje del hombre.

Con cuidado de no dejar caer el ramo al piso del subte, el hombre buscó en el bolsillo de su traje. Acto seguido, el hombre saco un teléfono negro bastante moderno. En la pantalla del teléfono podía verse escrito: 'Llamada entrante: Manicomio San Benito'

El hombre deslizó su dedo por la pantalla y atendió la llamada:

—¿Pasó algo con Clara?

—Sí, siento informarle que hubo un accidente—Respondió una mujer con tono preocupado y con bastante pena.

—¿Podría repetirlo?—preguntó Abel con preocupación poniendo su teléfono en altavoz; tratando de que los ruidos del subte no le impidan escuchar el mensaje.

—Actualmente, la señora Müller se encuentra en cuidados intensivos—Comentó la mujer con pena.

—¿Pero cómo ocurrió eso? ¡Se supone que tenían que evitar que estas cosas pasaran!—Gritó Abel con enojo e impotencia—Hace unas semanas, ustedes me dijeron que Clara estaba progresando y que estaba cerca de aceptar que nuestra hija estaba muerta.

—Somos médicos, jamás le mentiríamos con un diagnóstico, señor—Comentó la mujer con calma tratando de mantener la conversación controlada—Su mujer tuvo un brote psicótico luego de recibir una carta.

—¡¿Cómo puede ser que una carta altere tanto a una persona?!—preguntó Abel con enojo , sin creer una palabra de lo que decía la medica.

—La carta fue armada específicamente para lastimar la débil salud mental de su esposa—Comentó la enfermera con disgusto y molestia por la situación—Desde el hospital abrimos una causa penal y estamos investigando con la policía quien envió la carta. Le garantizo que haremos todo lo posible para encontrar al culpable.

—¿Está muy mal mi esposa? ¿Qué tan grave es el asunto?—preguntó Abel con preocupación.

—Lamentablemente...—Respondió la mujer

Pero antes de que pudiera atender, la mujer se detuvo de repente.

—¿Hola? ¡No se escucha! ¡¿Podría repetirlo?!—Grito Abel con desesperación, pero la mujer no respondió.

Cuando Abel quiso ver si el altavoz del teléfono se había desactivado por error, se dio cuenta de que la pantalla del teléfono estaba completamente negra.

—¡Mierda, justo ahora se me tenía que acabar la batería del celular!—Maldijo Abel con preocupación y enojo.

Abel levantó la cabeza y miro cuál era la próxima estación y trató de no impacientarse: justamente el hombre se dirigía a visitar a su esposa, por lo cual podría ir al manicomio y preguntar directamente qué ocurrió en la recepción.

Tratando de mantener la calma, Abel guardó su teléfono en el bolsillo de su traje. Pero antes de que el hombre pudiera sacar la mano de su bolsillo nuevamente, un chico de entre 8-10 años se acercó con el puño cerrado y se lo puso en su frente como invitando a que lo chocara.

El niño tenía el pelo negro bastante desprolijo, los ojos verdes y su rostro se encontraba algo machados con suciedad, como si se hubiera peleado con alguien hace poco.

Abel con aturdimiento sacó la mano del bolsillo y chocó el puño con el niño.

—¿Se encuentra bien, señor? Lo noto algo alterado...—Comentó el niño con una sonrisa al ver que no era ignorado.

—Sí, sí,...—Respondió Abel mirando al niño con aturdimiento—Estoy bien, solo acabo de tener un déjà vu.

Abel vio la ropa del niño y notó que los zapatos del chico tenía varios agujeros y sus pantalones estaban algo sucios. Abel sentía que ya se había encontrado con este niño hace bastante tiempo en el subte, por lo que estaba bastante aturdido.

Al notar la mirada de Abel, el niño con una sonrisa preguntó:

—¿Tendría unas monedas para que pueda comprarme algo de comida?

—Sí...—Comentó Abel con preocupación buscando en sus bolsillos—¿Tienes padres? ¿Estás perdido, muchacho? Si quieres podría llamar a la policía para que te ayuden o podría llevarte a algún orfanato, vivirías mejor que en las calles.

Abel sacó su billetera y sacó todos los billetes que tenía y se los entregó al muchacho.

—No estoy perdido—Comentó el niño con una sonrisa muy amplia al recibir el dinero—Mi papá está trabajando en el subte, así que lo estoy ayudando…

Tras contestar y guardar el dinero en su bolsillo, el niño ignoró la mirada de pena de Abel y se acercó a la persona sentada al lado de Abel para pedir limosna.

Abel se quedó mirando al niño pidiendo limosna por un buen rato; el niño tenía una edad similar a la que tenía su hija cuando desapareció, por lo que Abel no podía dejar de pensar que su hija podría estar en algún lugar de este mundo pidiendo limosna como este chico.

Si bien habían pasado casi 2 años desde que la hija de Abel había desaparecido y todo indicaba que alguien la había secuestrado y la había asesinado, pero el culpable y el cadáver de su hija nunca fueron encontrados, por lo que la esperanza de hallarla con vida no moría.

Abel hace mucho luchaba tratando de convencerse de que su hija ya estaba muerta, debido a que la cruel realidad era que en casi todos los casos de niños desaparecidos por tanto tiempo la policía nunca volvía a encontrarlos con vida.

No obstante, la esposa de Abel nunca había aceptado este hecho y su salud mental se había deteriorado al punto de que Abel tuvo que mandarla a un manicomio.

—Estación: Hospital Santa Catalina.

Al escuchar que había llegado a su destino, el hombre se levantó de su asiento con apuro y caminó hasta la puerta del subte, empujando al resto de pasajeros que viajaban parados y no le permitían salir.

Abel logró salir del subte antes de que las puertas se cerraran, pero lamentablemente Abel estaba tan preocupado por el estado de su esposa que se olvidó el ramo de flores en el asiento del subte.

El hombre se quedó mirando con impotencia cómo las puertas se cerraban, antes de que pudiera recuperar su ramo de flores. Con molestia por todo lo ocurrido, Abel salió del subte rumbo al Manicomio San Benito.

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pedro_corticreators' thoughts