Prólogo — Parte 3.

Parte 3 — Maya.

Al final de los días de escuela me quedaba en la biblioteca, aunque algunas veces iba a casa con Saya. Realmente no había nada bueno que hacer en ese sitio, pero había alguien.

Desde que el año comenzó hubo un incidente importante para todos los que estudiaban en esta preparatoria, una nueva maestra había llegado. Lo impresionante no fue eso, por el contrario, si solo fuese eso no pasaría nada, profesores iban y venían siempre. Pero lo que pasó llamó la atención de todos.

La mujer que empezaba a trabajar como tutora era monstruosamente hermosa. No había otra forma de llamar tal nivel de belleza. Su figura era impresionante y su rostro era atractivo. Todos los chicos estaban conmocionados.

Por aquél entonces había conocido a Saya el mismo día de la ceremonia de inicio de año, pero lo importante fue la declaración de que esa mujer iba a dar clases en su salón. Fue una locura.

Sin embargo, no sabía nada de la maestra, pues el día en que se presentó estaba hipnotizado por algo ajeno a ella, así que no tenía idea siquiera de su nombre.

En su clase simplemente me pasaba el rato viendo a hurtadillas sus perfectas piernas detrás de las pantimedias que llevaba puestas.

Realmente era preciosa. Su silueta era curveada y su altura era promedio. Su cabello negro azabache iba a veces recogido en un moño y otras en una cola de caballo con el pelo suelto. Sus peinados ordenados y elegantes capturaban mis ojos y sus trajes formales de entrevista eran ajustados.

Pero su apariencia no era vulgar. En absoluto. Era solo perfecta.

El tiempo en su clase se consumía en mi perdida mirada y el murmullo de los chicos que comentaban cómo iba vestida el día de hoy.

Empero, nadie se atrevía a hablar con ella. Era temida. O sería mejor decir que era admirada, y por ello temida. Las chicas no sentían la presión a la que los chicos se sometían. Si un hombre hablaba con la maestra, era fulminado con numerosas miradas como dedos que señalaban.

Lo más sorprendente que se supo tuvo como consecuencia un tsunami de rumores, se ocasionó cuando se filtró gracias a una alumna que la profesora tenía 26 años. Las especulaciones acerca de una hipotética pareja de la maestra no se hicieron esperar.

Como resultado de la extraordinaria atención que había alrededor de tan graciosa y carismática existencia la mayoría de varones prestaban atención a su clase y el promedio de notas en los salones a los cuales la profesora enseñaba mejoraron un 50%. Un mérito que debía ser reconocido.

Después de eso los ingresos de la preparatoria aumentaron en un 20%. Todo era gracias a la mentalidad de los estudiantes. "Esforzarnos es lo mejor que podemos hacer por ella".

Sin embargo, había un chico cuyas notas no mejoraron nada, sino que empeoraron.

Ante la sorpresa de que un chico haya reprobado su clase, la maestra decidió tomar medidas ante la situación y habló directamente con el director para obtener un permiso especial y ayudar personalmente en la educación del estudiante.

Luego de una seria charla privada entre el estudiante y la maestra, se decidió que programarían clases privadas después de clases los martes y los jueves hasta que mejorara sus notas.

"Haré de ti el mejor alumno de la clase, después de todo, yo te enseñaré".

No lo dijo con orgullo ni superioridad, sino con certeza.

La confianza que la maestra tenía en sí misma embelesó al muchacho, quien se quedó sin palabras por un momento. Sus ojos ya no se situaban en su voluptuoso cuerpo, ahora se enfocaban en sus atractivos ojos y su mirada determinada.

"Profesora".

"¿Sí?".

"¿Cuál es su nombre?".

La profesora se sorprendió ante la pregunta del chico, no esperaba eso.

"¿No deberías saber mi nombre ya?".

"Veo que confía mucho en su popularidad, pero hay quienes aún no sabemos cómo se llama, consecuencia de los rumores".

"…"

"¿Y bien?".

"¿A qué rumores te refieres…?".

El chico se sorprendió, por su sinceridad, la profesora no sabía nada de ningún rumor.

"Dicen que usted es muy hermosa".

"¿Y es eso cierto?".

Un sentimiento similar a jugar ajedrez invadió al muchacho. Era un jaque.

"Pienso que el rumor de que usted es una maestra aplicada me gusta más".

Ella se quedó callada. Quizás se había sonrojado, pero la oscuridad de la biblioteca mezclada con el color naranja de la tarde lo ocultaba.

"Maya. Me llamo Maya".

"Mucho gusto, Maya".

El chico sonrió con travesura.

"No me llames por mi nombre, debes respetar a tu maestra como tal".

"Ese es el deber de una maestra, enseñar a los estudiantes".

Ella refunfuñó de forma adorable, haciendo latir el corazón del chico, pero ella no lo notó.

"Espero que nos llevemos bien, Profesora".

"Igual…".

"Daken", completó el chico.

"Daken", repitió ella.

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